¿La felicidad en pastillas?

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El filósofo y escritor André Comte-Sponville critica en L’Express (7-XII-95) la tendencia a recurrir a los medicamentos ante cualquier malestar psíquico.

Toda la dificultad consiste en distinguir el sufrimiento patológico del que no lo es. (…) Pedir a la medicina que combata el malestar, cuando tiene los medios, es sin duda legítimo. Pero, ¿conviene también exigirle la felicidad? Eso sería, en mi opinión, equivocarse sobre la medicina y sobre la vida. ¿Qué es la salud ? La OMS responde que no es sólo la ausencia de enfermedad o de achaques, sino un «estado de completo bienestar físico, psíquico y social».

Tal definición, aunque generosa, sólo puede desembocar en la medicalización de toda nuestra vida y de toda nuestra sociedad. Pues hace de la salud un sinónimo de la felicidad, que, consecuentemente, se buscará en la medicina. «Doctor, mi bienestar no es completo: tengo miedo de morir, de envejecer… ¿No me podría dar algo?». Brave New World no está lejos, con sus esclavos felices.

Hacer del bienestar un absoluto nos impide lograrlo, a no ser que lo busquemos, claro está, en una droga. ¿Quién no ve que la felicidad, lejos de ser un «estado de completo bienestar», es más bien una cierta manera de afrontar con alegría ese malestar que casi siempre -por difícil y mortal- es nuestra vida? Entre lo normal y lo patológico, la frontera es fluctuante, relativa, incierta. Por eso todo se decide en el encuentro singular entre paciente y médico. Pero no pidamos a la medicina que nos cure de la vida ni que nos dispense de la muerte.

Combatir la angustia y la tristeza fue, durante siglos, la función de la religión: Dios ha sido un ansiolítico y un antidepresivo socialmente eficaz. Pero también ha sido un valor que ha estructurado una civilización.

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