En África, al igual que en Europa, los inmigrantes empiezan a estar mal vistos cuando el gobierno, los partidos políticos o algunos grupos sociales les acusan de quitar puestos de trabajo a los nacionales o de hacer crecer la criminalidad. Por alguna de estas razones se están produciendo expulsiones en varios países de la costa occidental.
Desde el 13 de septiembre, el gobierno de Benin ha expulsado a 700 extranjeros de países vecinos (Ghana, Togo, Nigeria) que forman parte de la Comunidad económica de Estados de África del Oeste. Pocas semanas antes Angola expulsó a 1.300 inmigrantes malíes y senegaleses, algunos de ellos con permiso legal de residencia. La explicación del gobierno es que había que corregir ciertos desequilibrios económicos, pero también puede entenderse que se trataba de limitar la influencia de estas comunidades en sectores rentables como el comercio de diamantes.
En cambio, en Costa de Marfil viven cuatro millones de extranjeros en una población que ronda los 14 millones. Muchos inmigrantes llegaron en los años 60 y 70 para trabajar en las plantaciones de cacao y café conquistadas a la selva. Los altos responsables económicos marfileños consideran que estos desplazamientos son inevitables, puesto que el país ofrece riqueza y salida al mar a naciones fronterizas con menos recursos, como BurkinaFaso y Malí. Y la mayor estabilidad social también ha estado atrayendo a población de países en conflicto como Liberia, Sierra Leona y Nigeria.
En general, las migraciones intra-africanas se dirigen del interior hacia la costa, del campo a la ciudad y de las regiones conflictivas a las zonas en paz. El paso de algunos países al multipartidismo ha abierto un debate político sobre la inmigración, tema tabú cuando los partidos únicos imponían la idea panafricana.