Lo que Vd. puede hacer por la moda

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El lenguaje del vestido
Aunque la moda sea efímera, el interés por ella es permanente. Hay industria, servicios, empleo y excelentes profesionales detrás y, sólo por eso, merece ya nuestra atención. Pero el lenguaje del vestido dice muchas otras cosas. Algunas han recibido la atención de sesudos intelectuales a quienes no les avergüenza escribir sobre este asunto. Otras son dichas en voz tan baja, tan sutilmente, que fácilmente resultan apagadas por el «último grito».

Cada vez que una mujer o un hombre se visten hacen cultura (1). No sólo se protegen del clima. La moda es comunicación, un lenguaje (2) que dice algo sobre nosotros: hombres o mujeres, duelo o fiesta, 20 ó 50 años, europeo o africano.

Además de este mensaje personal, la moda es hoy un contenido específico de muchos medios de comunicación. Detrás de las revistas de moda hay esfuerzo e ilusión. Tanto la moda como la forma en que es presentada nos dicen algo que puede ser interesante gracias al buen hacer de todos los profesionales implicados. Pero, sobre todo, si éstos saben qué es el ser humano (3). También el cine, la televisión y la publicidad nos presentan a mujeres y hombres que hablan no sólo con sus palabras sino con su apariencia, con su actitud, con la moda.

Todos estos medios influyen notablemente al promover imágenes, estilos y tendencias que sirven de referencia o modelo. Sin embargo, son las mujeres y los hombres de a pie quienes forman el último y decisivo eslabón de la cadena de la moda. Son ellos los que tienen la última palabra, los que pueden decir las cosas más importantes.

La espiral del gasto

Por poner un ejemplo, cuando una mujer va de compras para encontrar algo que ponerse, dice lo que es la solidaridad para ella. También lo dice cuando dedica tiempo y dinero, busca mecenas u organiza montajes con fines «benéficos». Pero la revisión del contenido de los armarios y el cálculo del gasto en el vestir será un buen índice de su coherencia. Quizás la personal y esforzada sobriedad constituya la palabra más elocuente, la mejor campaña de captación de fondos.

Tampoco el tema es ajeno a los varones. Junto a los que saben unir la sobriedad con el buen gusto, están los refinados o vulgares consumistas que esgrimen su trabajo, su posición social o la práctica de un deporte como disculpa para el gasto excesivo. Del hombre-oso (cuanto más feo más hermoso) hemos pasado al snob en todas las edades: el estudiante que sólo quiere las zapatillas de una marca; el ejecutivo cuyo guardarropa parece una sastrería; incluso algún que otro artista o intelectual que esconde costosas prendas tras esa apariencia de natural y descuidada bohemia (4).

La mujer compuesta

Pero, también, a veces se aducen otras razones para justificar el desmedido afán por la compra y la apariencia. Dice el refrán que «la mujer compuesta saca al hombre de otra puerta». Un recurso que no hay que olvidar. Pero la verdad es que, a veces, se toma la frase en sentido literal; coartada para la vanidad o el despilfarro; inútil frente de batalla en guerras perdidas de antemano (siempre hay otras más jóvenes y más guapas); incluso sutil invitación a quienes ya tienen casa propia.

Creer, además, que la palabra «compuesta» se refiere únicamente al adorno, mantenimiento y mejora de la fachada, es tan ridículo como pensar que a los hombres sólo se les gana por el estómago. Ambas interpretaciones ponen de manifiesto tanto el bajo concepto que se tiene del varón como el frágil terreno sobre el que se edifican los afectos. Leer en el diccionario los significados (diecisiete) que tiene el verbo «componer» muestra que el asunto es algo más amplio que ir a la peluquería. He aquí cuatro a voleo: formar de varias cosas una; reparar lo desordenado; concordar, poner en paz a los enemigos; moderar, templar.

Juicio y sensibilidad

Hay otro aspecto muy silenciado del particular mensaje que emiten algunas modas. No forma parte de las últimas tendencias precisamente decir que el lenguaje de ciertas modas es, al menos, equívoco y fuente de malentendidos. Que a veces echa por tierra los pretendidos esfuerzos de ser consideradas como algo más que un cuerpo. En absoluto supone esto una justificación -que no existe- del acoso ni, mucho menos, de la agresión física.

Es posible que muchas mujeres no sean conscientes del efecto que producen o que no sea esa su intención. Es posible que hoy se carezca de finura de oído y vista (para no oir los comentarios ni percibir las miradas) o que estén embotados otros dos sentidos que la naturaleza regala al sexo femenino: el sexto y el común. Quizás el calor estival, las potentes calefacciones en invierno o la simple comodidad sean las razones que expliquen lo escueto de algunos atavíos, la transparencia de las telas, la firme adherencia de ciertas prendas o algunos modos femeninos.

Pero es que, si es así, la cuestión remite a algo más serio: una sensibilidad pobre, una estética sin educar, una feminidad de caricatura. Quizás lo que falte sea vida interior entendida en todos los sentidos. Porque sin estas claves la situación queda reducida a una inútil, triste y vacía palabra: decencia.

Feminidad no es cursilería ni frivolidad. No es la fingida languidez, turbación o admiración ante el otro sexo. Tampoco es la imposición de nuestra persona por medio de la exhibición física, verbal o intelectual o la calculada estrategia. Feminidad es Sandra Bullock en Mientras dormías, es Santa Teresa de Avila.

Sensibilidad no es sentimentalismo ni susceptibilidad. No es sentirse víctimas y recrearse en un jardín privado (5) hecho de narcisismo donde nadie molesta. Sensibilidad es interesarse por los demás, es darse y, también, saber recibir. Es Donna Reed en Qué bello es vivir, es la Madre Teresa de Calcuta.

Sentido estético no es exquisitez ni lujo. No es ser esclavas del buen gusto ni obsesionarse por la imagen. Sentido estético es una actitud que nos hace admirar toda la belleza que hay en esta tierra -Sean Connery, una casa en la Toscana, un jersey de cachemir- y tener la elegancia de agradecer su existencia sin pretender poseerlo.

Vida interior es pararse a escuchar otras voces que no sean la propia. En el sentido más amplio del término, es lo que permite tener una variedad de intereses y encajar la preocupación por la apariencia en su justo lugar. Y es la que hace del arreglo femenino algo que nace de dentro, no un mero ejercicio exterior de artificio.

Gracia, moda y entusiasmoCuando se habla de moda femenina pocas veces se explica la influencia velada o evidente de muchos hombres. Se omiten las manipulaciones de las que son objeto y las que, a veces, ellos mismos promueven.

Dejando de lado a los profesionales masculinos del sector (diseñadores, fotógrafos, etc.), la amplia mayoría del género masculino son espectadores, vamos a llamarlos así, entusiastas. Cualquier mujer sabe que los varones son, entre otras muchas cosas, entusiastas por naturaleza del género femenino en general y, a veces, de alguna mujer en particular. Este entusiasmo genético (de genes y de Génesis) merecía en su origen el calificativo de «indescriptible», a tenor del comentario de Adán al contemplar por primera vez a Eva: «¡He aquí huesos de mis huesos y carne de mi carne!». O sea, un entusiasmo que hoy no podemos ni imaginar. Aunque no queda registro del entusiasmo original femenino respecto a su compañero, diversas fuentes parecen confirmar su existencia.

Sin embargo, la historia del género humano demuestra que ese entusiasmo indescriptible se puede volver francamente descriptible, fragmentario. El hombre, de ver en la mujer a alguien, de emocionarle descubrir que es una, otra y diferente a él, pasa a considerarla algo, a verla sólo parcialmente. Otro tanto ocurre con el entusiasmo femenino que puede desviarse hacia posiciones miopes, hipermétropes o manipuladoras.

A pesar de esto, no hay que olvidar que la historia está llena de ejemplos de mujeres y hombres capaces de entusiasmarse al completo. Hay un cúmulo de gracias (masculinas, femeninas o planeando por encima de las anteriores) que promueven esa amplia variedad de entusiasmos que hacen tan agradable la vida: entusiasmos de padres, de maridos, de amigos, de hermanos…

Juego de estímulos

La moda, como lenguaje y cultura, puede ayudar a que las mujeres sean vistas con perspectiva. Y, también, puede hacer que de tan cerca, de tan obvias, sólo se las perciba de forma borrosa o parcialmente. La moda forma parte de ese conjunto de gracias con que las mujeres cuentan. No cabe echar sobre sus solas espaldas la responsabilidad de generar (y mantener) ese entusiasmo masculino propio del cónyuge o novio, ni tampoco reducirla en este sentido. Sin embargo, algunos automáticamente interpretan la moda como un restringido juego de estímulos.

La tan traída y llevada seducción femenina puede ser ese único espacio de poder que ejercen las mujeres cuando otros les son vedados. Y a veces puede ser un poder violento: cuando se impone y deja desarmado al varón. Lo triste es que, como explicaba Aurelio Arteta (6), no son pocos los que, desde las más variadas posiciones ideológicas, sostienen la idea de que en esa seducción se contiene todo el poder y fuerza de la mujer en la historia. Para este viaje no hacen falta muchas alforjas.

Pero, para este viaje, la moda se presta como una coartada excelente. El asunto viene de lejos. El imaginario femenino se ha nutrido muy a menudo de una cierta y particular fragmentación. Así, se suceden imágenes que demuestran la dificultad de algunos artistas (pintores, escritores, diseñadores, etc.) para reflejar que las mujeres son cuerpo y alma a la vez. Ni el primero es sinónimo de condena ni la segunda de espiritualismo. Hay algo perverso en ignorar tanto uno como la otra, en esa disyuntiva que divide el mundo en dos tipos de mujer: la que niega su cuerpo (a ella misma, a otros) y la que vive atada a él (perdición de los hombres).

Las mujeres no son vestales, hadas, ángeles, lánguidas doncellas a punto de desfallecer o niñas. Pero tampoco son pérfidas brujas, oscuridad de la carne, atracción fatal, pura ostentación o artificio. La moda, que no es ajena a esta particular lidia cultural, acierta a veces y también se equivoca. Sus errores provienen de esa dificultad de conciliar cuerpo y alma, de la fragmentación de los profesionales del sector, de los hombres y, también, de las propias mujeres.

Decencia y manipulación

Hay mujeres que ignoran el entusiasmo original, sus propias gracias y las ajenas, y con su actitud magnifican la fragmentación, sobre todo la de los demás. Consideran al género masculino como alguien del que cabe esperar muy poco. En este grupo se encuentran las decentes, puritanas obsesivas para quienes la moda es una frivolidad que hay que censurar sistemáticamente.

Hay otras mujeres especialistas en fragmentar aún más al varón, en manipularle, por ignorancia o a conciencia. Son las que se apoyan sólo en ciertas gracias femeninas, las que hacen de la moda una trampa. Son las que buscan algo que nunca encuentran y las que luego se encuentran también con algo que no les gusta nada. Este tipo de mujer ha ejercido una atávica fascinación entre el elemento masculino. Actualmente, a tenor del éxito de las revistas del corazón, también sobre el femenino.

Y hay otras mujeres que cuentan con la fragmentación propia y ajena, con todas las gracias a su alcance y, también, con la moda. No son estas mujeres de pasta flora: están hechas igual que las demás. A pesar de esto y, visto como está el patio, no piense nadie que no tienen o no caen en la tentación de andar más ligeras.

La fantasía, el corazón y la vanidad femeninas son los flancos de entrada por donde se insinúa la idea de que ellas o los hombres son sólo barro o sólo espíritu; donde surge la posibilidad de recortar por la vía rápida la libertad del género masculino (cómprate ese vestido de vértigo, vístete para quien no debes, …) o de abandonarse. Por todo esto, en este panorama no se puede olvidar la importancia del varón. Porque puede ser un espectador manipulado o un entusiasta fragmentario y, también, puede alentar a las mujeres de su alrededor en varias direcciones.

A veces una mujer necesita precisamente que sea un hombre quien le diga, si hay confianza, que con su actitud y modo de vestir está impidiendo que la vean con perspectiva. Que él, que es un hombre, sabe más del asunto que la dependienta de turno o cualquier diseñador famoso.

No hay que minimizar la influencia masculina en esta materia (aunque no se le haga caso en otras). Una madre y una amiga pueden ser unas pelmazas, un amigo -más un marido, un novio- son como Petronio, el árbitro de la elegancia. En la misma línea, también conviene que sea una voz masculina la que advierta -con delicadeza- cuándo una mujer se desliza por la pendiente de la dejadez y, por favor, mucho antes de que se convierta en Doña Rogelia con refajo y todo.

Woody Allen, los chulos y los estetas

Pero, además, muchos hombres pueden colaborar activamente en reducir el número de tres especies «masculinas» que hacen mucho daño a la moda, a las mujeres y también a los hombres. Son esos que exigen de las mujeres una presencia imposible de mantener. Los que olvidan que hasta las más guapas pierden su lozanía (sólo la física) con el pasar de los años. Esos que tienen firmemente asentada una imagen de mujer más propia del adolescente, del homosexual o del machista más furibundo. Precisamente los tres tipos que hoy sientan cátedra en materia de estética, moda y mujeres: los que se esconden tras la verborrea de su falso amor, admiración o devoción por las mujeres.

Hay mucho Woody Allen suelto intentando elaborar y vender una teoría metafísica que justifique el cambio de una de cincuenta por dos de veinte. No es de extrañar la infinita tristeza de muchas mujeres al llegar a la madurez o su afán desesperado por parecer mucho más jóvenes, el pavor que las hace correr hacia el cirujano plástico, la minifalda exagerada y la actitud infantil.

Hay otra especie nefasta. Del Otelo celoso hemos pasado al chulo respetable. Esos que contemplan complacientes y alientan la exhibición (7) de los encantos más escondidos de su mujer o su novia en público. Suya como el coche. Un objeto más para que los demás envidien y deseen. Ellos, con su actitud, hacen de las mujeres chicas peligrosas. Ellas siembran en la cabeza de muchos hombres la semilla de la discordia.

Hay, por último, algún que otro esteta pelmazo, adolescente soñador o pigmalión frustrado. Esta especie cree posible y deseable ese universo femenino de juventud, belleza y perfección eterna que nos vende la publicidad y otros reclamos. Son los que hacen de las mujeres unas permanentes acomplejadas y, otras veces, unas frívolas, unas consumistas irresponsables.

Por todas estas razones, la moda no es cuestión sólo de los profesionales directa o indirectamente implicados en ella, cuya labor es a veces tan difícil de hacer bien y tan fácil de criticar. Es una cuestión que se decide en la calle, que recibe el beneplácito definitivo no sólo de las mujeres sino también de muchos hombres. Y son todos ellos los que pueden hacer que la moda, las mujeres y los hombres tengan, en definitiva, gracia (en todos los sentidos).

Aurora Pimentel_________________________(1) Existe una amplia bibliografía al respecto, la mayoría extranjera. Un análisis bastante completo y entretenido es el de Maguelonne Toussaint-Samat en Historia Técnica y Moral del Vestido (3 volúmenes). Alianza Editorial. Madrid (1994).(2) Ver Alison Lurie: The Language of Clothes. Vintage Book. Nueva York (1983). Existe traducción española.(3) Desde la antropología son interesantes las Actas del Coloquio Nacional convocado por el CNRS francés, Vers une anthropologie du vêtement. Paris (1981).(4) Sobre un balance de la década de los 80 en relación a moda y valores, véase Adriana Mulassano: «I peggiori anni della nostra vita». En «Dieci Anni di Moda», pag. 55. Monográfico especial de la revista italiana Donna, 1990. (En el mismo, también las contribuciones de otros italianos como Francesco Alberoni, Roberto D’Agostino y otros).(5) Véase al respecto los paradigmas literarios de halago a la supuesta «sensibilidad femenina» reducida a ese jardín. (Pilar de Cecilia, «Mujeres de novela» en Aceprensa S 2/96).(6) Aurelio Arteta. «El precio de la seducción». El País (20-I-96).(7) El análisis que realiza Thorstein Veblen en Teoría de la clase ociosa sobre la exhibición ostentosa de la mujer burguesa como muestra del poderío económico de su cónyuge, sugiere bastantes paralelismos con otros tipos de poder hoy de plena actualidad a pesar del women’s lib.

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