El historiador británico Paul Johnson, que durante la Semana Santa pasada participó en el Congreso Univ 96, celebrado en Roma (ver servicio 50/96), comenta sus impresiones en The Sunday Telegraph (7-IV-96).
El lunes pasado tuve el privilegio de dar en Roma la conferencia de apertura, sobre la responsabilidades de los medios de comunicación, a una asamblea de 1.200 universitarios, procedentes de 52 países. Al día siguiente, fuimos -los estudiantes aumentaron entonces hasta más de 2.000- a una audiencia con el Papa en el Vaticano.
Fue un acontecimiento jovial y ruidoso. Los jóvenes quieren al Papa y él quiere a los jóvenes. Tuve la oportunidad de presentarme a él con la edición polaca de mi Historia del cristianismo. Parecía consternado al verse obligado a cargar con un libro voluminoso. Sin embargo, cuando vio que era la historia de la cristiandad en polaco, sus espléndidos viejos ojos se encendieron y una amplia y benévola sonrisa se extendió por su rostro. (…)
El domingo de Ramos el Papa celebró una misa solemne en la plaza de San Pedro. Unas 300.000 personas llenaban la plaza y la larga avenida que conduce a ella. Venían de todo el mundo, y calculo que más de tres cuartas partes tenían entre 15 y 25 años. El sol apretaba. La misa era larga, casi de tres horas. (…)
Los jóvenes escuchaban y respondían cantando con lo que Yeats llamaba «apasionada intensidad». Su paciencia, fervor, profundo silencio, así como sus entusiastas aclamaciones cuando el Papa se dirigía a ellos; todo atestiguaba la extraordinaria capacidad de este hombre -despreciado por los líderes ateos británicos como «un anciano polaco»- para cautivar a la juventud.
¿A qué se debe esto? Según los criterios materialistas de nuestra época, el Papa no tiene nada que ofrecer a la juventud. No está interesado por la música pop. Las modas no le dicen nada. (…) Su mensaje es el reverso absoluto del materialismo que se dice que añora la gente joven. Él les dice que se guarden del éxito en este mundo. Les ad-vierte que el sexo es un don de Dios, con vistas a fines elevados, cuyo mal uso es pecado y puede ser desastroso. Les pide que guarden la castidad fuera del matrimonio y la fidelidad en el matrimonio.
(…) Es frecuente creer que la manera de atraer a los jóvenes es halagarles. Este es el enfoque de la burguesía comercial, que vende de puerta a puerta sus mercancías, y de los magnates de televisión en busca de audiencia, imitados por políticos sin escrúpulos y por clérigos con feligresías menguantes.
(…) Algunos jóvenes, por desgracia, rechazan cualquier dimensión espiritual, también en forma de una mascarada pseudo-religiosa crudamente diseñada para ganar clientes, como en un anuncio de Coca-Cola o de hamburguesas: por eso no sienten más que absoluto desprecio. Pero muchos más sienten necesidad de lo divino. Rechazan un mundo en el que los valores materialistas son los únicos. Anhelan una interpretación espiritual de la vida. Y, al hacerlo, piden un evangelio que insista en los más altos valores de la conducta, que haga claras distinciones entre el bien y el mal, que exija sacrificios y advierta de que la senda es pedregosa, dura y larga. Quieren una religión apropiada para santos y mártires. Y eso es exactamente lo que predica Juan Pablo II. Ama a los jóvenes, pero no altera su tono o su contenido para adapatarlos según criterios de marketing. Los trata como trata a todos: como personas espiritualmente maduras, intelectualmente rigurosas, capaces de profundo idealismo y sueños elevados. Les pide aspirar al cielo, y ellos responden.