Contrapunto
Sobre las clases -voluntarias- de religión en la escuela pública, la Confederación Española de Asociaciones de Padres de Alumnos (CEAPA) mantiene una postura neta: la religión no debe formar parte de los planes de estudios y no debe haber asignatura alternativa para quienes no la elijan. El argumento de Francisca Tricio, ex presidenta de la CEAPA, reza así: «Estamos en un Estado aconfesional, y un dogma no tiene por qué ser impartido en la escuela pública».
No menos aconfesional es la República de México, donde el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que ha monopolizado el poder desde hace más de sesenta años, impuso la más estricta separación entre Iglesia y Estado. Hasta 1992, la Constitución mexicana estipulaba: «La ley no reconoce personalidad jurídica alguna a las asociaciones religiosas denominadas iglesias». Con la reforma de aquel año se permitió la enseñanza de la religión en las escuelas, pero sólo en las privadas, a las que acuden la décima parte de los alumnos.
Sin embargo, un dinosaurio del PRI, Alfonso Martínez Domínguez, no opina como la CEAPA. En una conferencia pronunciada el pasado mes de abril en Saltillo, Martínez Domínguez, gobernador que fue del Estado de Nuevo León, se refirió con tono dramático a la corrupción tristemente proverbial en México: «La corrupción somos todos, porque se perdieron los valores y principios, y cada mexicano tiene la mano metida en la bolsa del otro para buscar cómo quitarle el dinero».
Según este representante de la vieja guardia priísta, la principal causa de la lamentable situación moral mexicana es una decisión adoptada hace sesenta años: «Hasta 1936 en todas las escuelas privadas y públicas se enseñaba religión, católica, protestante, musulmana, entre otras». La supresión de la enseñanza religiosa ha tenido graves consecuencias, pues «toda religión tiene valores y principios (…), y estos valores y principios son la formación de la gente». Además, añadió Martínez Domínguez, ni siquiera se sustituyeron las clases de religión con otras de ética, y así «quedamos con ese gran vacío».
Si algunos españoles, tan preocupados por la aconfesionalidad de la escuela, consultaran a este político nada sospechoso de clericalismo, él les recomendaría no repetir el error cometido en México. Según la experiencia mexicana, desterrar la religión de la enseñanza, a la larga equivale a implantar la corrupción como asignatura obligatoria. Es una lección que no deberían perderse los dinosaurios del laicismo.
Ignacio F. Zabala