Amnesia y purificación de la memoria

publicado
DURACIÓN LECTURA: 4min.

Contrapunto

Los ochenta años de la revolución rusa han dado lugar a algunos balances sobre los millones de muertos sacrificados en nombre de la idea comunista.

En Francia, el recién publicado Libro negro del comunismo, obra colectiva de una decena de historiadores, cifra entre 65 y 93 millones las víctimas de los distintos regímenes comunistas (cfr. servicio 153/97). No son los primeros en hacer este inventario de la masacre ni tampoco aportan revelaciones realmente nuevas. Pero la polémica que ha provocado el libro sobre la naturaleza del comunismo demuestra los tabúes ideológicos que aún subsisten a pesar de la caída del muro de Berlín.

Ya que el carácter antidemocrático y represivo del comunismo en el poder es innegable, las tesis «negacionistas» se limitan a decir que se exagera el número de víctimas. Como si el juicio sobre el comunismo pudiera ser más benévolo si en lugar de matar a 100 millones hubiera sacrificado «sólo» a 65.

También escuece el hecho documentado de que el terror no sea sólo una «desviación» estalinista, sino que se remonte a Lenin y Trotski, creadores de los campos de concentración y de la política de aniquilación de los adversarios políticos. Algo que no sorprenderá a quien haya leído a Solzhenitsin en el Archipiélago Gulag, o a Michel Heller u otros historiadores del comunismo. Pero, para los que todavía mantienen una idea mitificada de los «diez días que conmovieron al mundo», aún resulta amargo admitir que la idea comunista se manchó de sangre desde el principio. Pues entonces el crimen no es un mero error de aplicación, sino que se remonta al corazón mismo de la ideología comunista.

Ha habido quien se ha rasgado las vestiduras ante el paralelismo que se hace en el prólogo del libro entre «el genocidio de raza» de los nazis y el «genocidio de clase» en regímenes comunistas. Parece como si la denuncia de los horrores del comunismo supusiera minimizar los del nazismo, en vez de ser una exigencia de la verdad. ¿Acaso no fue la URSS -dicen- un aliado decisivo de las democracias en la derrota del enemigo común? Pero el reconocimiento del esfuerzo de guerra soviético no puede hacer olvidar que, si bien contribuyó a instaurar la democracia en media Europa, sólo trajo un nuevo totalitarismo a la otra media. Y a las víctimas no les puede servir de consuelo el haber sido liquidadas en nombre de la pureza ideológica y no de la pureza de la raza.

Sin duda, la Revolución de Octubre alimentó en muchos un ideal de justicia. Pero cuando una idea que promete pan y libertad produce una y otra vez miseria y represión, no es posible alegar que «no se sabía». Estaba claro para todo el que quería ver. Los testimonios de fugitivos, disidentes y arrepentidos del comunismo se remontan ya a los años cuarenta, cuando tuvo lugar en París el famoso proceso Kravchenko. Después vendrían los testimonios de Koestler, Silone, Nadiejda Mandelstam, Solzhenitsin y tantos otros. Hubo quienes abandonaron el tren comunista tras los descarrilamientos de la revolución de Hungría en el 56 o de la primavera de Praga del 68. Pero nunca faltaron tampoco los que, tras ver frustradas sus esperanzas en la URSS, las pusieron en la revolución cultural maoísta, en el comunismo caribeño de Fidel o en la austera experiencia vietnamita de Ho Chi Minh, que a su vez se encargaron de decepcionarles. A pesar de todo esto, parece aún de mal tono recordar la historia y hasta hay quien se escuda en que «lo importante es comprender, no condenar».

En estas reacciones se advierte un curioso contraste con el modo en que fue recibida la reciente declaración de los obispos franceses sobre la actitud de sus predecesores durante el régimen de Vichy. Los obispos pedían perdón por el hecho de que la Iglesia no hubiera denunciado con suficiente energía la persecución de los judíos, persecución que la Iglesia no justificó ni alentó en modo alguno. Aun dentro de la altura de miras que revela ese reconocimiento, no hay que olvidar que también hubo obispos que protestaron valientemente contra esa persecución, y que no pocos cristianos corrieron graves riesgos para salvar a judíos. Pero, en los titulares de los periódicos, lo que queda es la autoacusación de la Iglesia, si es que no se le reprocha que su arrepentimiento es tardío. En cambio, los comunistas o ex comunistas, que durante tanto tiempo compartieron la ideología de gobiernos tiránicos y apoyaron su política con su acción o su si-lencio, parecen más proclives a la amnesia que a la purificación de la memoria. Quizá sea inevitable. Ocurre algo parecido a un fenómeno bien conocido en la vida espiritual: los santos se duelen de cada una de sus pequeñas faltas como si fueran un gran pecado; en cambio, los pecadores encallecidos consideran que nada tiene mayor importancia. Pero no confundamos la delicadeza de conciencia con el peso de la responsabilidad histórica.

Ignacio Aréchaga

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.