Gobiernos europeos revisan los subsidios familiares
A cualquier Estado -sea o no Estado del bienestar- le interesa que las familias sean estables y razonablemente fecundas. Se juega el recambio generacional, el funcionamiento del sistema de pensiones, la paz social… Lo que el Estado puede hacer para aliviar o multiplicar ese esfuerzo depende en buena parte de los subsidios familiares que prevé para situaciones ordinarias (maternidad y crianza de los hijos), y para otras circunstancias especiales (enfermedad larga, educación especial, etc.) por las que pasan muchos hogares.
Un ejemplo de generosidad en cuanto a las prestaciones sociales es Francia. Un tercio de los ingresos de los franceses provienen de ayudas públicas (subsidios de paro, de jubilación, de maternidad, seguros sanitarios, etc.). Tampoco es corto su Estado en las prestaciones familiares: es el de la Unión Europea que proporciona más apoyo financiero a las familias de tres o más hijos. Y es el segundo, después de Luxemburgo, en las ayudas públicas a familias de dos hijos. En Francia, las prestaciones familiares se destinan sobre todo a las familias numerosas y a las familias con hijos pequeños, pero también a subvencionar la compra de vivienda, a las familias monoparentales y a situaciones especiales que pueden abocar a la pobreza.
Por imperativos económicos, Alain Juppé, anterior primer ministro, intentó y no logró reducir tan sustanciosas prestaciones. En cambio, el último 30 de octubre la Asamblea Nacional aprobó una restricción de los subsidios en el proyecto de ley que reformará la Seguridad Social. Para rebajar el déficit de la Caja nacional de Subsidios familiares, sólo se otorgarán subsidios por hijo a los hogares que estén por debajo de un determinado nivel de ingresos, y además se reducirá a la mitad el AGED, el subsidio para las familias que contratan a una persona para la custodia de los niños en casa.
Menos subsidios para menos personas
Desde 1945, la Administración francesa procura subsidios familiares a todas las familias a partir del segundo hijo, cualquiera que sea su renta. Hoy se dan 667 francos mensuales (16.500 ptas.) a las familias con dos hijos; 1.531 francos (38.000 ptas.) a las de tres; 2.392 (casi 60.000 ptas.) a las de cuatro y 860 francos más por cada nuevo hijo. La cantidad aumenta cuando el hijo cumple los diez y los quince años y desaparece cuando llega a los 18 años (a los 21, si está estudiando).
Pero, con la nueva ley, sólo tendrán acceso a los subsidios por hijo los hogares con una renta inferior a 25.000 francos mensuales (para familias con dos hijos y un salario; o 32.000 francos, si ambos cónyuges trabajan). El techo de ingresos se va elevando en 5.000 francos por cada hijo suplementario. El gobierno ha calculado que el recorte afectará a más de 350.000 familias (un 7,5% de los 4,7 millones de beneficiarios de las ayudas familiares), lo que explica que se hayan producido protestas públicas en muchas ciudades, bajo el impulso de las asociaciones familiares.
Poco a poco, el sistema de prestaciones familiares francés, que hoy cuenta con 19 tipos de subsidios (para empleo, hijos deficientes, vivienda, ingresos y lucha contra la pobreza) ha ido perdiendo su carácter universal. La transformación empezó en 1970, con gobiernos centristas: entonces sólo el 14% de las prestaciones familiares se concedía en función de las condiciones económicas de los hogares. En cambio, ahora el rasero económico afecta ya al 85% de las ayudas públicas a las familias.
Por qué el Estado ayuda a las familias
Si el Estado francés reparte subsidios a las familias es, entre otros motivos, para reducir la carga económica que supone sacar adelante a los hijos. Son evidentes -y están medidas- las diferencias de nivel de vida provocadas por la llegada y la crianza de nuevos hijos.
Como explica Jean Marcel Jeanneney, ex ministro de Asuntos sociales, en Le Monde (9-X-97), el nivel de vida de una familia que gana 13.000 francos netos mensuales y tiene tres niños, es un 24% menor que el de otra con la misma renta y sin hijos dependientes; si la familia es de cinco hijos, la diferencia es del 30%. Si la renta familiar mensual es de 40.000 francos, tres hijos implican un desnivel del 34%; y cinco niños, del 44%. «Cualquier nueva disposición que amplie las diferencias -opina Jeanneney sobre la nueva ley- no sería equitativa».
Pero el Estado también tiene interés en ayudar a las familias por motivos demográficos. Cualquier país necesita nacimientos suficientes a fin de que los adultos de la próxima generación puedan sostener a las personas jubiladas.
La nueva ley da la impresión de que el Estado se desinteresa un tanto de la importancia de la renovación generacional y -siempre bajo la presión del déficit, aunque quizá también por causas ideológicas- concentra su atención en el aspecto social más inmediato de la cuestión, esto es, ayudar a las familias más necesitadas. Sin embargo, como comenta Yves Mamou en Le Monde (14-X-97), «de ahí a confundir las subvenciones familiares con un subsidio de paro o con las ayudas para la vivienda, no hay más que un paso».
Es cierto que la natalidad -la de Francia es de 1,5 hijos por mujer- no depende exclusivamente de los subsidios; pero también es verdad que las prestaciones suelen ser un síntoma claro del valor que las autoridades dan a las familias.
El viejo debate sobre la distribución de los subsidios depende de primar una razón sobre otra. Algunos prefieren subrayar que las ayudas son necesarias porque con más hijos dependientes es más probable que descienda el nivel de vida de la familia (criterio que no cabe aplicar a todas las familias, aunque todas gasten dinero en sus hijos); y otros afirman que la crianza de los niños es un servicio a la sociedad que además asegura el relevo generacional (criterio universal, aplicable a todas las familias). El gobierno francés ha preferido atender al primer aspecto, para ahorrar dinero. Lo que no ha podido ahorrar es el agravio comparativo de las familias y de las mujeres supuestamente «ricas» que ven cómo el indispensable trabajo de sacar adelante a los hijos y la casa -llevado por ellas y si acaso con la ayuda de personal de servicio- no se les reconoce económicamente por el hecho de contar con más ingresos.
Tony Blair no quiere madres solteras
En Gran Bretaña el gobierno laborista sigue su reforma del Estado del bienestar y ya ha levantado ampollas entre diputados de su propio partido. En junio propuso una serie de empleos para que las madres solteras en paro empezaran a trabajar. Luego ha venido el recorte, en los primeros presupuestos generales, del subsidio semanal que figura para ellas en la partida de Seguridad social. Así que a partir de abril, 1,3 millones de mujeres solteras (y otros 100.000 hombres) perderán una ayuda de hasta 11 libras (2.700 pesetas) semanales (no el subsidio complementario por hijo). No obstante, las reformas de la Seguridad social tendrán que ser votadas en el Parlamento el 10 de diciembre, momento que aprovecharán los 120 diputados laboristas que discrepan de la actuación de su propio gobierno.
El ejecutivo laborista aduce tres razones para llevar a cabo el recorte: la primera, ahorrar 300 millones de libras; la segunda, desanimar a las mujeres jóvenes que, en vista de que van a contar con un cheque estatal, pierden el miedo a quedarse embarazadas; y la última, escapar a la dinámica que favorece a las familias de un padre frente a las de dos.
A diferencia del caso francés, que restringe los subsidios con criterio esencialmente económico, el gobierno británico apunta un criterio prudencial: evitar que las subvenciones alienten comportamientos socialmente irresponsables entre las jóvenes. En lo que coinciden Francia y Gran Bretaña es en ser generosos -si se les compara con otros- en los subsidios que ahora recortan: Francia es el primero en ayudas públicas a familias de tres hijos, y Gran Bretaña concede a madres solteras el doble de lo que dedican otras naciones europeas. Quizás por eso ven más razonable la rebaja.
España estudia mejorar sus ayudas
En España -pobre en ayudas familiares y fecundidad (1,2 hijos por mujer)-, el pleno del Congreso aprobó una serie de propuestas en favor de las familias. El informe ha sido elaborado por una subcomisión, constituida en junio de 1996, que recogía trabajos de una Ponencia creada por el Congreso de los diputados dos años antes.
Entre las iniciativas fiscales, la subcomisión solicitó al gobierno el pasado 13 de noviembre varias medidas: aumentar la deducción por hijo (sin concretar las cifras); no penalizar fiscalmente a las familias en que trabaja sólo uno de los cónyuges -o que tienen dos rentas muy desiguales-, frente a «las familias donde, con idénticos niveles de renta, son dos los perceptores de rendimientos».
En el apartado de la conciliación de la vida laboral y las responsabilidades familiares de modo «simultáneo», algunas de las propuestas del informe se concentran en la mejora de las guarderías: ampliar la red pública de guarderías, aumentar la deducción fiscal por gastos de guardería y «establecer compensaciones a las empresas que suministren a sus empleados, gratuitamente o a coste reducido, servicios de guarderías».
Los diez diputados de la subcomisión piden también que se amplíe el horario de apertura de los centros docentes y de actividades extraescolares, así como la oferta de comedores. Otra sugerencia es que «la normativa laboral debe configurar una excedencia para atender a familiares que necesiten cuidados especiales» y facilitar «la flexibilización o reducción del horario de trabajo para los supuestos de necesidad de atención a hijos o familiares a cargo». Para las situaciones de larga enfermedad, se precisa regular la relación laboral con las personas especializadas que contrata la familia.
La subcomisión propone también que se revise la ley de Familias numerosas para incluir en esta categoría a las de dos hijos si uno es minusválido. Desde mayo pasado, en España se considera familia numerosa a las de tres o más hijos.
En estos meses, las peticiones de título de familia numerosa en Cataluña se han duplicado, aunque por ahora sólo lo han solicitado 43.000 de las 160.000 familias con tres hijos que residen allí. En una nueva campaña promocional, el gobierno catalán ha creado un carnet y una guía de servicios que especifica las ventajas previstas para familias numerosas. Las más sustanciosas se refieren a la compra de viviendas de protección oficial: las familias numerosas tendrán derecho a 120 metros cuadrados, en vez de 90 -siempre que sus ingresos no sean superiores a 3,5 veces el salario mínimo-, y a rebajas en el precio del 15% (hasta seis hijos), del 25% (de siete a nueve hijos) o del 50% (más de nueve hijos). También en otros gastos las familias numerosas se beneficiarán de descuentos: del 20% al 50% en los transportes públicos, del 50% al 100% en las matrículas escolares, del 5% al 10% en las facturas de agua, electricidad y gas.
Todas las madres trabajanEn Canadá, varias decenas de asociaciones de mujeres reclaman que la sociedad reconozca el trabajo de las amas de casa. Ya han logrado algunos de sus objetivos. El pasado octubre, 41 organizaciones se reunieron en Ottawa para celebrar un congreso sobre el que escribe la periodista Paula Brook (The Globe and Mail, Toronto, 25-X-97).
A la entrada del hotel donde se celebra el congreso, un cartel anuncia que «Los niños no tienen precio». Al principio pensé que lo habían puesto las mujeres que organizan el simposio, un grupo de amas de casa feministas que se llaman «Las madres somos mujeres». Pero no. Es un cartel publicitario del hotel, para informar de que allí los niños no pagan.
Esto encierra algo más que una leve ironía. Bien saben todas las mamás que ocupan el hotel -y la mayoría de las mamás del planeta- que los niños no están gratis en ningún sitio, y menos en casa. Este el tema del congreso de «Las madres somos mujeres» y de la vida de todas nosotras, al menos de las que tratamos de ganarnos la vida y a la vez atender a nuestros hijos. Los niños cuestan una fortuna: en tiempo, en riesgo de quedarse sin empleo, en oportunidades de promoción profesional y otras ventajas perdidas; y nada de eso es tenido en cuenta por quienes -hombres en su mayoría- calculan nuestro PIB y dirigen el país.
Ese era precisamente el asunto debatido en el congreso: cómo lograr que se cuente el trabajo de las mujeres (…). Las organizadoras del simposio son las mujeres que emprendieron la campaña para que en el censo de 1996 se tuviera en cuenta el trabajo doméstico no retribuido. El objetivo principal del simposio es prepararse para recibir los resultados del nuevo censo, que se publicarán en marzo próximo, a fin de obtenerlos y analizarlos antes de que los políticos y los medios de comunicación puedan apropiárselos.
Feministas de nuevo cuño
¿Quiénes son exactamente estas amas de casa feministas? El término suena a contradicción, y tal vez lo era hasta el año pasado. Pero ahora, en este hotel de Ottawa nadie pone en duda que es urgente redefinir los términos «trabajo» y «feminismo» (…). Como muestran todos los estudios, las mujeres estamos en situación de clara inferioridad: empleamos casi dos tercios de nuestra jornada laboral en trabajos no retribuidos; los hombres dedican un tercio. Según la definición de trabajo en jornada completa (al menos 30 horas semanales) que usa la oficina estadística nacional, la mayoría de las canadienses trabajan a tiempo parcial como asalaridas y a jornada completa sin salario. La Encuesta Social General de 1992 señala que las tareas domésticas constituyen la actividad principal de 3,4 millones de canadienses, de modo que son la ocupación más corriente del país… si se las considera una ocupación, que no lo son, oficialmente. (…)
De una trampa a otra
Los hijos se han convertido en la versión actual de lo que Betty Friedan llamaba «el problema sin nombre». En el libro de Friedan The Feminine Mystique, el inefable problema de las amas de casa de los años sesenta era que estaban marginadas del mundo del poder y de la productividad económica. Y, aunque los siguientes treinta años han traído incontables oportunidades para que las mujeres salgan por la puerta grande, continuamos tan atrapadas como aquellas amas de casa de los sesenta. Pero, en lugar de estar aisladas en casa, la mayoría estamos relegadas a la cola de la población activa, donde todavía es posible -aunque a duras penas- trabajar fuera y atender a los hijos. (…) Así pues, los hijos, más que cualquier otra cosa, han impulsado la reacción contra el feminismo. (…) Carol Lees (sin maquillaje y con mocasines), directora de la Liga Canadiense para las Amas de Casa, es explícita: «Para muchas jóvenes de hoy, el término [feminismo] es muy negativo». (…)
Lees es la principal responsable de esta reunión y de la campaña para que se contabilice el trabajo no remunerado. Inició el movimiento en 1991, con un acto de desobediencia civil: se negó a rellenar el formulario del censo de ese año porque no le daba opción a declarar su ocupación exclusiva. Es más, todo el que no hubiera tenido trabajo remunerado durante los cinco años anteriores estaba obligado a marcar una casilla que decía: «No he trabajado nunca».
(…) Lees fundó la Liga Canadiense de Amas de Casa, uno de cuyos objetivos era que en el censo de 1996 se reconociera el trabajo doméstico. Algunas organizaciones de mujeres se adhirieron a la campaña, que tuvo éxito. La oficina estadística añadió tres preguntas (en el apartado «actividades», no en «trabajo», por cierto): cuántas horas dedica a trabajos domésticos no remunerados, cuántas a cuidar niños y cuántas a atender ancianos.
(…) No se sabe cómo interpretarán los políticos los resultados del censo. «Toda demanda de cambio entraña peligros -señala Lees-. Exigir para las mujeres la posibilidad de tener un trabajo remunerado presentaba el peligro de que algún día se les exigiera tenerlo. Y ahora estamos en el otro extremo: las mujeres están exhaustas porque tienen trabajo doble. No habían contado con que su trabajo no remunerado seguiría siendo el mismo, mientras que tendrían que cargar con el peso extra del trabajo pagado. Siempre hay peligros. Nunca sabemos cuáles pueden ser las consecuencias negativas, pero no podemos detenernos».
Otra idea de igualdad
(…) Lees reserva sus críticas más acerbas para el Comité de Acción Nacional para la Promoción de la Mujer, la autoproclamada vanguardia del feminismo canadiense. «No ha habido mucho interés por su parte -dice-. Nos han dedicado un montón de buenas palabras, pero no han movido un dedo». (…) La presidenta del Comité, Joan Grant-Cummings, reconoce que su organización tiene alguna culpa. Al insistir en los servicios de guardería, las feministas han dejado de lado a las mujeres que deciden quedarse en casa para atender a la familia.
(…) Otra participante en el congreso es Catherine Buchanan, madre de tres hijos y secretaria nacional de Kids First (Los niños, primero), una coalición de amas de casa que demanda que se reforme el sistema impositivo. El sistema fiscal canadiense «penaliza claramente a quien se queda en casa», dice Buchanan. (…) Kids First ha ganado el apoyo de algunos parlamentarios para cambiar las deducciones fiscales por hijo. Quiere que todas las familias puedan beneficiarse de deducciones progresivas, con independencia de que los padres tengan trabajo remunerado o no, para respetar la opción de los que dejan el trabajo y que se reconozca el sacrificio económico que eso supone. El programa de «igualdad fiscal» que plantea Kids First propone que el cálculo del impuesto sobre la renta se base en la unidad familiar, de modo que se equipare a las familias que tienen una sola fuente de ingresos con las que tienen dos. Lo cual supondría, para un hogar con 60.000 dólares de ingresos anuales, una diferencia de 5.600 dólares en impuestos.
(…) Catherine Buchanan se denomina feminista, cosa que pone frenéticas a personas como Joan Grant-Cummings. Ahora bien, por eso es tan interesante -e importante- este congreso. El feminismo está cambiando, y con él el metro con que sus partidarias miden la escurridiza meta de la igualdad. Son cada vez más las mujeres que piensan que la igualdad no consiste en medirse con la misma vara que los hombres, sino en inventar una nueva vara.
José María Garrido