El concepto de escuela pública está cambiando con iniciativas como las charter schools en Estados Unidos u otras fórmulas que permiten a padres y profesores gobernar un colegio con más o menos autonomía (ver servicio 23/96). Lo subraya el norteamericano Chester E. Finn, que de 1985 a 1988 fue vicesecretario federal de Educación (First Things, Nueva York, mayo 1997).
(…) Esto supone nada menos que la redefinición de lo que se entiende por «escuela pública». Durante más de un siglo dimos por supuesto que la expresión se refiere a una escuela dirigida por el Estado de manera uniforme y burocrática, y con personal compuesto de funcionarios, casi todos ellos -desde hace dos decenios- afiliados a sindicatos, muy militantes, de empleados públicos. Hoy, sin embargo, empezamos a comprender que una escuela puede ser «pública» en cuanto está abierta a todos, se financia con dinero procedente de los impuestos y responde de sus resultados ante cierta autoridad pública debidamente constituida. No hace falta que la administre un pelotón de supervisores, ni que esté sometida a las miles de cláusulas de los convenios colectivos del sector, ni sus profesores tienen que recibir el salario del Estado. Por el contrario, puede estar dirigida por un comité de padres, un equipo de profesores, el club juvenil del barrio o incluso por una empresa.
En este segundo modelo, la enseñanza puede correr a cargo de escuelas charter ampliamente autónomas; de escuelas opt out -como dicen en Inglaterra- que se independizan de la autoridad educativa local y se rigen por sí mismas con una asignación fija de fondos públicos; de «escuelas domésticas», con las que en Estados Unidos algunos padres educan hoy a más de medio millón de chicos en sus propias casas; de «escuelas de contrato», dirigidas por instituciones privadas -como Proyecto Edison- que se comprometen, mediante contrato con las autoridades educativas, a lograr unos resultados; o de «programas de libre elección», por los que los padres emplean becas o cheques escolares para llevar a sus hijos a la escuela que prefieran, que puede ser -como ocurre cada vez más a menudo- un colegio privado o religioso, además de una entre las escuelas públicas de diversos tipos que están proliferando.
Este modelo, que «reinventa» la enseñanza, favorece la diversidad de escuelas organizadas y regidas por entidades diversas. Parte de que también hay diversidad de alumnos y familias, y en consecuencia, cada cual ha de tener libertad para elegir la escuela que mejor le vaya. Precisa menos burocracia y menos reglamentos porque niega la tesis de que las escuelas han de responder a una fórmula única y estar regidas por una administración central.