Contrapunto
De noche, cuando ya se han marchado los últimos turistas, otros visitantes penetran en las pirámides de Gizé. En vez de retratarse ante la esfinge o recorrer las galerías mirando todo, se quedan completamente a oscuras en la cámara mortuoria. Allí, sumidos en hondas meditaciones, experimentan fenómenos místicos. Ven destellos de luz, oyen voces de ultratumba, sienten en torno de sí el movimiento de energías sobrenaturales. Pagan 600 dólares por tres horas de contacto con el misterio, que los responsables del patrimonio egipcio les proporcionan de muy buena gana por ese precio que nunca esperarían cobrar a los turistas vulgares.
Según un reportaje publicado en International Herald Tribune (13-VI-97), el año pasado acudieron a las pirámides cinco mil de tales místicos. Son adeptos a la New Age, atraídos por las teorías de sus maestros, que han descubierto en los monumentos faraónicos lo que ha pasado inadvertido a todos los egiptólogos: la huella viva de «una ciencia sagrada y profunda que no estamos más que empezando a comprender». Así dice el norteamericano John Anthony West, mistagogo de la Era de Acuario, que atribuye esa arcana sabiduría escondida en las pirámides a una civilización perdida de misteriosos orígenes.
La civilización perdida no es, por supuesto, la de Keops, Kefrén y Micerinos, como cree la ciencia vulgar. En las piedras, los tesoros funerarios, la cerámica, las herramientas de los obreros y en todo lo que se ha hallado en Gizé, los no iniciados no ven más que vestigios de la cuarta dinastía, hacia la mitad del tercer milenio antes de Cristo. Pero ¿acaso puede el carbono 14 penetrar los enigmas de un sagrado y profundo saber?
En cambio, West ha desvelado la datación de las pirámides, mucho más antiguas de lo que creíamos. Asegura, por ejemplo, que la erosión de la esfinge no se debe al viento y la arena, sino a inundaciones e intensas lluvias como las que no se han registrado por aquellos parajes desde el año 9.000 a.C. En esto concuerda, milenio más o milenio menos, con otros dos colegas de la New Age, los europeos Robert Bauval y Graham Hancock. Ambos señalan que las tres pirámides están alineadas con las estrellas de Orión, tal como aparecían en el firmamento hace 10.500 años. Ergo…
Algunos analistas de los nuevos movimientos religiosos califican la New Age de credo burgués y facilón, que pide bien poco a los fieles. Más bien parece muy exigente, y tal vez por eso rinde tan generosos frutos de resplandores deslumbrantes y sobrenaturales repeluznos. Por contraste, el cristiano, al que la Iglesia no demanda abjurar de la arqueología o de cualquier otra ciencia profana, peregrinar a las pirámides ni acudir a oratorios de pago, tiene vedado gustar los secretos de esotéricos saberes venidos de las constelaciones. Mientras, acomodados occidentales y la hacienda egipcia sacan provecho de esta nueva religión que, sin mostrar especial predilección por los pobres, ha hecho una opción preferencial por los crédulos.
Rafael Serrano