Con motivo del viaje del dalai-lama por Europa, Odon Vallet, profesor de la Universidad de París-I, explica en Le Monde (10-IV-97) hasta dónde alcanza el liderazgo, dentro del budismo, del que es también premio Nobel de la Paz.
El actual dalai-lama (el 14º de este nombre) es consciente de los riesgos del bloqueo [de una solución diplomática por parte de China] y busca en Europa los apoyos políticos y mediáticos que le proporcionan su título de premio Nobel de la Paz (1989) y su incontestable influencia espiritual. Pero esta dimensión religiosa del «Maestro de una sabiduría tan grande como el océano» encubre numerosos conflictos teológicos. Occidente los suele ignorar, persuadido de que la meditación budista sólo engendra serenidad. Sin embargo, el budismo tibetano no ha sido siempre un modelo de no-violencia y a menudo las escuelas rivales han arreglado sus diferencias a fuerza de músculo, por mediación de los «dop-dop», los monjes-soldado. Todavía hoy, el budismo tibetano revela una triple división en el seno de la comunidad budista mundial.
En primer lugar, el dalai-lama es jefe espiritual de sólo una de las cuatro escuelas (la de los Gelugpa, o «virtuosos»), las otras tres conservan su propia jerarquía y disciplina. (…)
Además, el budismo tibetano es uno de los elementos del lamaísmo, rama del budismo presente en las regiones del Himalaya, en Mongolia y en China, que se benefició durante largos años del apoyo de los soberanos chinos (…) El poder de Pekín se ha atribuido siempre un papel de protector y guardián de este budismo, y ha considerado que el dalai-lama, como los otros dignatarios religiosos, le debía fidelidad.
Por último, el lamaísmo es propiamente una tendencia minoritaria del budismo, religión fundamentalmente igualitaria y desprovista de jerarquía. Ahora bien, los lamas, «los que se mantienen arriba», ejercen un ascendiente espiritual, comparable al de los gurus indios, y mucho más fuerte que el de los monjes ordinarios. Las rivalidades entre el dalai-lama, manifestación del bodhisattva («ser consciente») de la misericordia, y el panchen-lama, manifestación del Buda de la luz infinita, son poco comprensibles para la mayoría de los budistas. En cuanto a los tulku, esas reencarnaciones de los grandes maestros difuntos en niños, popularizadas en Occidente por la película de Bernardo Bertolucci El Pequeño Buda, son propias del budismo tibetano. Éste, que es un sincretismo de budismo, hinduismo y de religión bön (un viejo culto local), permanece bastante aislado en el seno del budismo asiático. (…)
En una Europa secularizada, el dalai-lama hace el papel de despertador espiritual, incluso cuando su autoridad se extiende sólo al 1% de los budistas del mundo. (…)