Ashiya. La Cámara baja de la Dieta (Parlamento japonés) aprobó el 24 de abril un proyecto de ley que reconoce la muerte cerebral como el fin de la vida humana. Con esto se abre la posibilidad de llevar a cabo trasplantes de órganos vitales -corazón, hígado, etc.-, que hasta ahora estaban prohibidos en Japón. La ley entrará en vigor cuando la apruebe la Cámara alta; pero no está claro que los senadores vayan a ratificar el voto de los diputados en breve plazo.
El proyecto de ley fue aprobado por 320 votos contra 148. Los principales partidos políticos (a excepción del comunista) dieron libertad a sus diputados para votar de acuerdo con su conciencia. Lo que constituye un hito en la historia de la democracia parlamentaria en Japón, por ser la primera vez que esto sucede en la votación de un proyecto de ley tan importante como el presente.
Según los datos del Ministerio de Sanidad, sólo en 1995 se realizaron en todo el mundo alrededor de 3.600 trasplantes de corazón y aproximadamente 6.200 de hígado. Los médicos japoneses, sin embargo, se han abstenido de llevar a cabo este tipo de operación después del sumamente polémico primero -y único- trasplante de corazón realizado en el país, en 1968, a partir de un donante supuestamente en estado de muerte cerebral. La investigación policial duró más de quince meses, para tratar de determinar si el donante había muerto realmente y si la operación era necesaria. Aunque se retiró el caso por falta de pruebas, esto llevó al público a abrigar una arraigada desconfianza hacia los médicos.
Desde hace años, los círculos médicos y varios grupos de pacientes vienen pidiendo que se reanuden los trasplantes para evitar la muerte innecesaria de enfermos que, a pesar de los avances de la tecnología japonesa, sigue ocurriendo en este país. Según TRIO Japan, una asociación de necesitados de trasplantes, hasta agosto de 1996, 33 japoneses recibieron trasplantes de corazón y 142 de hígado en otros países, principalmente Australia y Estados Unidos.
En 1992, una comisión de estudio nombrada por el gobierno recomendó que se definiera la muerte cerebral como término de la vida humana y que se reanudaran los trasplantes. Según el proyecto aprobado, no basta el consentimiento de la familia del paciente para proceder a la extirpación de órganos: se requiere que el donante haya dado su consentimiento previo por escrito.
Kiyoshi Imai, miembro de la Cámara alta y médico, piensa que la desconfianza del público hacia su gremio, unida al hecho de que sólo los facultativos pueden declarar la muerte cerebral, ha contribuido a la larga suspensión de los trasplantes.
Además, las tradiciones japonesas fomentan cierta oposición a los trasplantes. En general, no repugnaría a un japonés donar órganos a un pariente; pero no se sentiría tan a gusto entregando partes de uno mismo o de un familiar a una persona extraña. La controversia mayor, sin embargo, está en la muerte cerebral.
Muchos japoneses piensan que los transplantes son necesarios; pero casi ninguno quiere admitir que su madre, su hijo, su marido, etc. esté muerto mientras le late el corazón. En el fondo, el problema es que Japón lleva treinta años de retraso con respecto a otros países avanzados, de modo que la sociedad no está preparada: es un problema de educación.
De ahí la insistencia de los médicos en que se defina la muerte cerebral como muerte real. Aunque su interés se debe también a que hay mucho dinero de por medio en los trasplantes, y los especialistas se sienten frustrados por no poder hacerlos en Japón, teniendo todos los medios para realizarlos con elevadas probabilidades de éxito.
Por otra parte, Yuichi Hamaba, cirujano del Centro de Emergencias en el Hospital Metropolitano Bokuto (Tokio), predice que la promulgación de la ley no llevará a un crecimiento apreciable del número de órganos disponibles para trasplantes, si no se establece además un sistema apropiado de registro de donantes, inexistente hoy en Japón. «Sin este tipo de sistema será casi imposible saber si el paciente ha dado consentimiento previo. Con carnets de donante sí se puede comprobar este consentimiento».
Antonio Mélich