Praga. Entre los días 25 y 27 de abril de 1997, el Papa viajó por tercera vez a la República Checa. Al participar en los actos del milenario de san Vojtech -conocido en países no eslavos con su nombre de confirmación, Adalberto-, Juan Pablo II ha recordado que también Praga, la más paganizada de las capitales del mundo eslavo, es «tierra de santos».
El viernes, en el aeropuerto de Praga-Ruzyne, el presidente Václav Havel afirmó que con el Papa «viene el mensaje universal que le acompaña a todas partes, y que apunta a los más altos valores éticos y normas esenciales para construir todo sistema social pleno de sentido, tanto en la democracia como en la economía. Estamos dispuestos a escuchar atentamente su mensaje, pues lo necesitamos mucho». El presidente checo habló de san Vojtech como «el primer checo auténticamente europeo», que proclamó «un mensaje de unidad espiritual de nuestro continente, pensando en una Europa unida no por la fuerza de la espada, sino por la aceptación de los preceptos cristianos. Una comunidad que se basaba en una renovación espiritual y en la disposición para aceptar valores espirituales que son tan necesarios hoy como entonces».
Tomando pie del «decenio de renovación espiritual», proclamado por el difunto cardenal Frantisek Tomasek en 1987 «con auténtico espíritu profético», el Papa repasó los acontecimientos políticos de esta década y dijo que «realmente, la mano omnipotente de Dios dirige la historia». Al mismo tiempo, elogió a Havel, que «con tan gran prestigio» representa a la República Checa, «contándose entre los artífices del renacimiento de este país».
El Papa se dirigió en su primer saludo no sólo a los cristianos no católicos, sino a las personas que «se sienten alejadas de la Iglesia y de la religión», como es el caso de la mayoría de los checos. «En mi experiencia de joven sacerdote y de obispo en Cracovia, he podido encontrarme con no pocas de estas personas que buscan la verdad, y siempre he conservado gran respeto por el esfuerzo interior que no pocas veces les acompaña».
El sábado, en la homilía de la misa celebrada en la catedral de Hradec Králové, la única del mundo dedicada al Espíritu Santo, el Papa encomendó a unos 50.000 jóvenes «el encargo de contribuir de modo determinante a la evangelización de vuestro país».
La aventura de vivir con Cristo
Si la necesidad de una nueva evangelización es una llamada continua del Papa, en la República Checa ha querido recordar a los católicos que no pueden tener un papel «marginal» en la sociedad. De hecho, aunque la mayoría de su auditorio ha estado siempre compuesto por moravos, rara vez el Papa se ha referido a ellos, y ha hablado siempre de Chequia (que en las lenguas no eslavas equivale a «Bohemia»; la República Checa está formada por Chequia, Moravia y una pequeña parte de Silesia). El movimiento husita en el siglo XV, más tarde el protestantismo, y las repúblicas checoslovacas de 1919 -en cuya creación tuvieron un papel protagonista no pocos protestantes y masones- y de 1945 -que pasó a ser comunista en 1948- han limitado mucho la presencia de los católicos en el mundo político y cultural checo.
Juan Pablo II ha recordado a los jóvenes que viven en una sociedad «análoga a la de los primeros cristianos. El mundo que les rodeaba desconocía el Evangelio. Pero ellos no se amilanaron. Recibido el don del Espíritu Santo, se apiñaron en torno a los apóstoles, amándose fraternalmente entre sí. Supieron ser el nuevo fermento que necesitaba el mundo romano. Unidos en el amor superaron todas las contradicciones».
En la plaza mayor de Hradce Králové, Juan Pablo II dedicó una extensa referencia al sacramento de la confesión, ya que el perdón de los pecados fue transmitido por Cristo al tiempo que infundía el Espíritu Santo a los apóstoles. «El Espíritu Santo es dado como fuerza para vencer el pecado. El pecado, en su profundidad psicológica, es un secreto en el que sólo Dios puede entrar para decir al hombre, con palabra eficaz: tus pecados te son perdonados. Sabemos que existen los llamados ‘pecados sociales’, pero, en definitiva, todo pecado depende de la responsabilidad de un hombre concreto, que lucha contra el pecado, lo vence o es vencido. El hombre concreto, si es vencido por el pecado, sufre. Sí, los remordimientos de conciencia son un sufrimiento. No se pueden eliminar. Tarde o temprano hay que buscar el perdón. Si el mal que hemos hecho daña a otros hombres, hay que buscar también su perdón, pero para que la culpa sea realmente perdonada, siempre hay que obtener el perdón de Dios». Vivido con fidelidad, el sacramento del perdón «es una fuente inagotable de vida nueva. ¡No lo descuidemos!».
El encuentro del Papa con los jóvenes estuvo salpicado de detalles simpáticos, por ejemplo cuando coreó eslóganes de su reunión con los jóvenes en Ostrava (Moravia) en 1995, o les invitó al próximo encuentro en París. En ese ambiente distendido, Juan Pablo II podía hablar de confianza: «¡Confiad en la Iglesia, como la Iglesia confía en vosotros! ¡No tengáis miedo! La vida de Cristo es una aventura estupenda. Sólo Él puede dar pleno sentido a la vida. Sólo Él es el centro de la historia. ¡Vivid con Él; con María; con vuestros santos!».
Dar al mundo el tesoro de la verdad
El domingo, el Papa celebró una misa en la explanada de Letná, frente al estadio del Sparta, y con el castillo-palacio-catedral de Praga al fondo, al que se refería por la tarde como «símbolo de unidad, en el que reposan santos y reyes, lugar de la tradición eclesial y patriótica y signo de la unidad de la nación». También el santo cuyo milenario se celebraba, Vojtech, «con su personalidad de una pieza, dotada de granítica firmeza, abierta a las necesidades espirituales y materiales de sus hermanos», fue «símbolo de la armonía y colaboración que debe existir entre la Iglesia y la sociedad», y pertenece a «una tradición cristiana aún felizmente indivisa».
De nuevo volvió el Papa al estribillo del apostolado cristiano, que no conoce fronteras: «San Vojtech es un santo para los cristianos de hoy. Nos invita a no arredrarse, a no guardar para sí el tesoro de la verdad poseída, en una actitud de estéril defensa ante el mundo. Al contrario, se acerca a la sociedad actual, buscando todo cuanto tiene de bueno y válido, para elevarlo, y si es necesario, purificarlo a la luz del Evangelio. En el Gólgota estaban ya presentes todos los pueblos y naciones de la Tierra, llamados todos a la salvación. El Evangelio está destinado a todos los hombres, porque todos han sido redimidos en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo».
En la reunión de oración ecuménica celebrada esa tarde en la catedral, con asistencia del presidente Havel y el primer ministro Klaus, insistió Juan Pablo II: «Debemos buscar la unidad como la quiere el Señor, y para ello, es necesario convertirse más y más a las exigencias de su reino». Para avanzar en ese camino, venciendo prejuicios, el Papa repitió las palabras que dirigió a este país hace dos años, en Olomouc, «cuando, en nombre de la Iglesia de Roma, pedí perdón por los daños infligidos a los no católicos, al mismo tiempo que le manifesté el perdón de la Iglesia católica por los sufrimientos que sus hijos han padecido».
Dios en primer lugar
En su saludo de bienvenida, Havel había recordado que san Vojtech fue «varia veces expulsado de nuestro país, y varias veces regresó para ayudarnos a vencer el crimen», y se congratuló de que «afortunadamente vivimos ahora en un país donde el crimen no reviste formas brutales o trágicas». El Papa, en su despedida, recordó a esta República que se dispone a entrar en la OTAN y en la Unión Europea, que san Vojtech enseña a «poner a Dios en primer lugar, preparando así el futuro de vuestra tierra y de otras naciones europeas» y que, frente al consumismo, es preciso defender a la familia y «respetar la vida humana desde su comienzo hasta su fin».
La cultura y la formación religiosa fueron objeto de las últimas frases de Juan Pablo II, ya en el aeropuerto. Recordó a filósofos, literatos y artistas que la herencia de los santos Cirilo y Metodio «es para vosotros garantía de identidad y futuro», y viceversa: si el mundo de la cultura no debe ver la religión como algo ajeno, la Iglesia católica debe mostrar su interés por cooperar, como san Vojtech, evangelizando todos los ámbitos de la vida humana, y «dialogando con los que están cerca y con los que están lejos».
Santiago Mata