El artículo 16 a) de la Constitución alemana, introducido en 1994, permite que personas que solicitan asilo y que vienen de terceros países considerados seguros puedan ser inmediatamente deportadas a su país de origen, sin posibilidad de recurrir. Entre ellos están países ex comunistas como Polonia, República Checa, Eslovaquia o Hungría, calificados como «libres de persecución».
Por otra parte, las leyes para adquirir la nacionalidad alemana son muy estrictas. Se basan en el ius sanguinis, de modo que los descendientes de alemanes tienen derecho automáticamente a la nacionalidad alemana, aunque hayan nacido fuera del país, y sus progenitores ni siquiera hayan vivido nunca en Alemania. Esto afecta especialmente a polacos y rusos. En cambio, quien nace en Alemania no tiene derecho a la nacionalidad si sus padres no son ciudadanos alemanes.
Desde 1981 han llegado 2,5 millones de alemanes de origen (unos 200.000 al año). Ahora se les exige pasar un examen de idioma. De las 500.000 personas que pidieron asilo en 1992, 220.000 eran alemanes de raza, y 130.000 eran yugoslavos.
Desde 1990, Alemania ha acogido un millón de refugiados políticos. En cambio, los nacidos en Alemania de padres no alemanes, por lo general inmigrantes -muchos proceden de Turquía y Europa meridional-, que quizá no volverán o ni siquiera conocerán el país de sus padres, deben solicitar la nacionalidad una vez pasados quince años, demostrar que se han integrado en la cultura alemana y renunciar a la nacionalidad de la que proceden, porque no se admite la doble nacionalidad. Aun para el que cumple todos esos requisitos, los trámites son lentos.
Alemania, país de inmigración
En Alemania, el número de extranjeros ha pasado de 4,5 millones en 1988 a 7,2 millones en la actualidad, de un total de 80 millones de habitantes (9% de la población). Casi todos (8,2% de la población) son inmigrantes. Cuando resurgió la industria alemana, el gobierno fomentó la contratación de mano de obra extranjera. En 1960 empezaron a venir los primeros turcos, que en 1964 alcanzaron el millón. En 1973, con la recesión económica, se deja de importar mano de obra extranjera. Hasta los años 80 no hay ningún intento de integrar a estos trabajadores extranjeros. Sólo en 1991 se acorta a quince años el tiempo de espera para solicitar la nacionalidad, y poco después se reducen las tasas exigidas. La mayoría de estas personas y sus hijos se han quedado a vivir en Alemania, pero no pueden participar en la vida política del país.
Esto es paradójico en el caso de los turcos, considerados como extranjeros, incluso los de segunda generación, nacidos y educados en Alemania, que hablan el idioma sin acento extranjero y no conocen Turquía. En 1991, el gobierno relajó las condiciones para la naturalización de los menores nacidos en Alemania, y a su vez Turquía dio más facilidades para renunciar a la nacionalidad turca. Así, las naturalizaciones pasaron de 2.000 en el año 1990 a 32.000 en 1995. A pesar de ello, no deja de ser significativo que en la actualidad sólo el 10% de los inmigrantes turcos posea la nacionalidad alemana.
¿No hay sitio para más?
Junto a algunos políticos que piden que cambie la ley de nacionalidad, muchos ciudadanos están preocupados por el drástico aumento del paro, un 12% (4,7 millones de parados). Pero, frente a la idea de que los inmigrantes quitan trabajo a los nacionales, hay que tener en cuenta que a menudo hacen los trabajos que los alemanes rechazan. Así, el 48% de los trabajadores de MacDonald’s en Alemania son extranjeros.
Desde 1989 se ha dado trabajo a 1,2 millones de extranjeros. Los extranjeros reciben más de 6 billones de marcos anuales en subsidios para los parados, y más de 500.000 reciben ayudas sociales del Estado.
Michael Glos, portavoz parlamentario de la Unión Socialcristiana de Baviera, propone discutir medidas conjuntas en la Unión Europea, tales como una ley de asilo común, una distribución más justa de los refugiados en Europa, expulsión ágil de las personas a las que se niega el asilo, vuelta gradual de los refugiados bosnios a su país, control estricto de las fronteras. También propone medidas para dificultar la inmigración económica: por ejemplo, restricciones a la reagrupación familiar o límites de edad.
Este partido, socio de la Unión Democristiana de Kohl, propugna que se conceda con más rapidez la ciudadanía, pero que no se cambie el ius sanguinis por el ius soli. Según dice Glos en una entrevista reciente, «la ciudadanía en Alemania y otros países de Europa se basa en una larga e histórica tradición, en la que el factor principal es la nacionalidad de los padres. Muchos de los países europeos no tienen como meta crear sociedades multiculturales».
Esta opinión refleja la actitud de la mayoría de la gente de la calle, bastante diferente a la de intelectuales como Habermas. Al final de la II Guerra Mundial, Alemania recibió 12 millones de desplazados. En 1990 eran ya 15 millones los refugiados, inmigrantes, extranjeros alemanes o descendientes de alemanes. Si contamos los 4,8 millones llegados desde entonces, viene a resultar que una tercera parte de la población alemana es resultado de los movimientos de inmigración. No obstante, los políticos, incluido el canciller Kohl, consideran que Alemania nunca quiso ser una nación de inmigración, y no hay razón para que lo sea ahora. Según ellos, apenas queda sitio para más.
María Elósegui