Un viaje para edificar la paz
Una palabra bastaría para resumir el viaje de Juan Pablo II a Sarajevo: perdón. No sólo porque la ha repetido más de cuarenta veces durante las veinticinco horas que ha pasado en la capital bosnia, sino porque está convencido de que el débil edificio de la paz en los Balcanes se apoya en la «valentía del perdón».
Los días 12 y 13 de abril Juan Pablo II pudo hacer realidad su gran aspiración de viajar a Sarajevo. Ha sido uno de los viajes más breves de su pontificado y, al mismo tiempo, uno de los más anhelados. El viaje a la ciudad balcánica estaba organizado para el 8 de septiembre de 1994, pero se suspendió en la víspera por motivos de seguridad. Las autoridades de la ONU advirtieron que no estaban en condiciones de garantizar la incolumidad de las personas que acudirían a ver al Papa.
Ahora, más de dos años después, el viaje se presentaba todavía más delicado, a pesar de que la artillería serbia hubiera dejado de bombardear la ciudad. La razón no era tanto el temor a atentados, del todo justificado, a la vista de los actos terroristas contra templos católicos que precedieron el viaje del Papa. El temor era que la presencia de Juan Pablo II no se entendiera del todo, que se viera como una visita ya inútil.
Y es que en 1994, en una Sarajevo todavía asediada, el Papa habría tenido una acogida muy emotiva por parte de toda la población: habría sido recibido como un héroe. Han transcurrido ya muchos meses desde que se firmó la paz y la alegría escéptica por el fin del conflicto ha sido sustituida por la desilusión. Incluso algunos católicos no acaban de entender por qué va a Sarajevo y no a Mostar, enclave católico de Bosnia-Herzegovina.
Emblema de tenacidad
El recibimiento del Papa en el aeropuerto de Sarajevo, aunque caluroso, fue una primera muestra de los problemas no resueltos de Bosnia-Herzegovina. El Papa no escuchó ningún himno nacional, ni vio ninguna bandera (excepto la del Vaticano), ni recibió los honores de ningún piquete militar. De los tres miembros de la presidencia colegial establecida por los acuerdos de Dayton, y que se ha reunido una única vez, acudieron a recibirlo sólo dos: el musulmán Alija Izetbegovic, presidente senior, que lucía la boina del ejército bosnio, y el croata Kresimir Zubak. El tercero, el serbio Momcilo Krajisnik, justificó su ausencia con «razones de seguridad»; en cambio, sí participó en el encuentro de las autoridades con el Papa, que se celebró la mañana siguiente en la sede del Museo Nacional.
A pesar de todo, aunque las previsiones sobre el resultado del viaje podían justificar cierto pesimismo, la realidad fue mucho más positiva. Imagen emblemática de la visita son las más de cincuenta mil personas que asistieron, a pesar del frío y la nieve, a la misa que el Papa celebró en el estadio Kosevo. Pero más emblemática aún era la figura del propio Santo Padre, celebrando una misa de más de dos horas de duración, con un clima inclemente que le hacía literalmente tiritar de frío. Era como el retrato de la tenacidad de Juan Pablo II, quien en los años precedentes había dedicado más de cien llamamientos públicos a favor de la paz en Bosnia-Herzegovina, esfuerzos que le agradeció públicamente el presidente Izetbegovic: «Vos no habéis callado, vuestra voz ha sonado con llamamientos fuertes. Estoy feliz porque hoy puedo, ante el mundo, agradecérselo a usted y a la Santa Sede».
A dos pasos del estadio donde se celebró la misa está uno de los muchos cementerios improvisados que acogen miles de lápidas de víctimas cristianas y musulmanas. Se calcula que durante sus 1.300 días de duración, la guerra en Bosnia se cobró doscientos mil muertos (casi doce mil en Sarajevo), de los que en torno al 80% eran musulmanes. Entre los católicos, además de un número desconocido de fieles, fueron asesinados ocho sacerdotes y dos monjas. Noventa iglesias fueron destruidas.
La guerra ha provocado también tres millones de prófugos, una «limpieza étnica» que ha causado importantes cambios demográficos en la región, que es uno de los muchos temas no resueltos. Sarajevo, por ejemplo, ha pasado de 510.000 habitantes en 1991 a 380.000 en 1996: antes los musulmanes no llegaban al 50%, ahora rondan el 90%, mientras que los católicos se han reducido a unos 30.000. La archidiócesis de Sarajevo tenía 528.000 católicos antes de la guerra, que han quedado reducidos hoy a unos 200.000.
«Prohibido odiar»
«Las fuerzas internacionales han prohibido disparar, pero sólo el Papa puede prohibir odiar. En Bosnia hay mucha gente convencida de que perdonar es traicionar el propio pueblo o la propia fe». La convicción del obispo auxiliar de Sarajevo, Mons. Pero Sudar, es una buena síntesis de las aspiraciones con las que la gente de buena voluntad de las tres etnias esperaba la visita del Papa. Y es que en Bosnia-Herzegovina existe una paz formal, garantizada por las tropas extranjeras, pero no una paz real. Muchos temen que cuando se retiren las fuerzas internacionales el conflicto vuelva a explotar.
La receta del Papa, como en casos similares, ha sido la de abrir un camino, señalar un sendero. «He tenido ocasión de afirmar, y lo repito hoy, que Sarajevo, ciudad-encrucijada de tensiones, de culturas, religiones y pueblos diversos, se puede considerar como la ciudad-símbolo de nuestro siglo. Precisamente aquí comenzó en 1914 la primera guerra mundial; aquí se desencadenó con intensa violencia la segunda guerra mundial; aquí, por último, en la fase final de este siglo, la población ha experimentado interminables años de miedo y de angustia, entre destrucción y muerte».
Ahora, después de tanto sufrimiento, añadió el Papa, «Bosnia-Herzegovina se ha comprometido finalmente a construir la paz. Empresa no fácil, como ha demostrado la experiencia de los meses transcurridos desde el final del conflicto. Sin embargo, con el concurso de la Comunidad Internacional, la paz es posible: es más, la paz es necesaria. El método al que hay que atenerse rigurosamente en la solución de los problemas que surgen a lo largo del difícil camino es el del diálogo, inspirado en la escucha del otro y en el mutuo respeto».
«Para que el edificio de la paz sea estable, con el fondo de tanta sangre y tanto odio, debe apoyarse sobre la valentía del perdón. ¡Es preciso saber pedir perdón y perdonar!». El perdón, precisó, se basa en la justicia y la verdad.
Con representantes de otras religiones
Desde una perspectiva exquisitamente cristiana, el Papa subrayó que el perdón es un acto gratuito, como fue gratuita la muerte de Jesús. Y que es precisamente Jesucristo el abogado ante Dios de cara a tanta muerte, dolor, injusticia y sufrimiento.
Si en todos los países que visita se reúne con representantes de otras religiones, particular interés tuvo en Sarajevo su encuentro con ortodoxos, hebreos y musulmanes. Especialmente afectuoso fue el saludo del metropolita ortodoxo Nikolaj. El Papa, además, entregó el Premio Internacional de la Paz Juan XXIII a cuatro organizaciones humanitarias que han operado activamente durante los difíciles años de la guerra: la Caritas católica, la Merhamet musulmana, la Dobrotvor serbio-ortodoxa y la Benevolencjia hebrea.
Realizó también otro gesto simbólico: entregar al arzobispo de Sarajevo, cardenal Vinko Puljic, la lámpara votiva que el propio Papa había encendido el 23 de enero de 1994 en la basílica de San Pedro por la paz en Bosnia. Su tenue llama seguirá ardiendo en la catedral de Sarajevo. Al final de su viaje, se confirma que la mision del Papa es la de tender puentes. Tocará a otros atravesarlos y reforzarlos. Detrás quedan los riesgos de atentados, con las minas descubiertas por la policía, instaladas en una ciudad blindada y vigilada por más de once mil policías.
Diego ContrerasEl Arzobispo de Sarajevo sigue defendiendola Bosnia multiétnicaEl Cardenal Vinko Puljic advierte que las minorías están siendo marginadas
En declaraciones realizadas con motivo del viaje del Papa, el cardenal de Sarajevo, Mons. Vinko Puljic, afirma que el destino de Bosnia-Herzegovina es mantener la convivencia entre poblaciones de distintas etnias y religiones, pero también advierte que hoy los católicos se sienten asediados dentro de una población de mayoría musulmana.
Los católicos en Sarajevo, declara el arzobispo a Alfa y Omega (Madrid, 12-IV-97), temen por su futuro: «Con frecuencia somos tratados como rehenes, a pesar de nuestra voluntad de permanecer. Queremos quedarnos en nuestras casas, viviendo nuestras convicciones, nuestra identidad, y respetando las convicciones e identidades de los demás, construyendo la igualdad. Por desgracia, constatamos que con frecuencia se provocan atentados contra los más tolerantes, contra quien demuestra que ama esta tierra y esta ciudad. Son grupos extremistas o de gente que quiere un país limpio, étnicamente hablando, y rechazan a quien no piensa del mismo modo. Los extremistas atacan a la Iglesia católica, que no se deja manipular por juegos políticos».
Acerca de la guerra en Bosnia-Herzegovina, el cardenal declaraba a la revista italiana Jesus que «la causa principal por la que estalló es que el ejército yugoslavo, bajo el control de los serbios, no permitió que se desarrollara el proceso democrático». Posteriormente influyó también la politización de los medios de comunicación, que «instigaron al odio entre personas que, aunque diversas, de todos modos convivían juntas». La guerra -dice el Card. Pujic- no nació del pueblo, sino de los líderes de Belgrado, cuando éstos entendieron que no era posible llegar a la constitución de la Gran Serbia mediante la política».
Responsabilidades de los políticos
El Card. Puljic lamenta «la indiferencia de las potencias occidentales frente a la agresión serbia, que provocó una reacción de la otra parte» y aclara que no se trata de una guerra de religiones: «Es preciso dejar muy claras las responsabilidades de los políticos. Lo han hecho todo, también en el pasado, sin tener en cuenta las religiones. Y, en cambio, cuando la política fracasa, echan la culpa a las religiones».
En la entrevista de la revista italiana, el arzobispo comenta también algunas de las consecuencias del asedio a la ciudad de Sarajevo por parte del ejército serbio: «Esta ciudad siempre ha sido lugar de diversas culturas y religiones, de creyentes y no creyentes. La gente común se aceptaba tal y como era. La Iglesia católica sufría más bajo el comunismo. No pudimos obtener nunca el permiso para construir una iglesia, aunque tuviésemos necesidad de ello. Desgraciadamente, el asedio hizo aumentar el radicalismo. Occidente fue demasiado lento y los países árabes, en cambio, llevaban a Sarajevo muchas ayudas junto con un nuevo modo de hacer política y de entender la religión».
A causa de la guerra, «cerca de dos tercios de los fieles han tenido que irse. En estas difíciles condiciones la Iglesia ha desarrollado una actividad especial en el plano de la caridad. Muchos, arriesgando la propia vida, se comprometieron a llevar comida, a distribuirla a la gente hambrienta y extenuada. En Sarajevo, mientras la ciudad era bombardeada y los francotiradores sembraban la muerte por las calles, conseguimos abrir una escuela católica multiétnica».
Y en las declaraciones a Alfa y Omega desvela el peligro de reconstruir la ciudad sin respetar a las minorías: «La mayoría de la población es musulmana. El poder está en sus manos. La ciudad ha perdido su fisonomía. No tiene un alcalde legítimo porque simple y sencillamente se ha ignorado su estructuración ciudadana. Gran parte de la población, al no reconocer su propio papel en ese carácter urbano, ha tenido que emigrar. En su lugar, han llegado nuevos habitantes que no se han integrado en la vida de la ciudad, trayendo una mentalidad nueva y otro tipo de fisonomía. Por esto podría suceder que Sarajevo deje de reconocerse como aquella ciudad del pasado».
Vivir juntos
Para el cardenal Puljic, hablar de «limpieza étnica» es un eufemismo que evita hablar de «genocidio». Y no cree conveniente que se separe a la población en función de las religiones o culturas: «Existen interpretaciones terriblemente decadentes sobre la solución del problema de Bosnia-Herzegovina. La principal es aceptar la tesis de la política serbia: la gente no puede vivir junta, por ello es mejor dividir los territorios, es necesario ‘humanamente’ transferir la población».
No obstante, tampoco la Iglesia católica ha estado libre de las presiones nacionalistas de algunos sectores. Y, antes de las elecciones de septiembre pasado, los obispos vieron necesario escribir una carta a los católicos para que no se dejasen arrastrar por el sentimiento nacionalista: «Durante el comunismo, con insistencia se intentó dividir a la Iglesia católica de la Santa Sede para crear una Iglesia popular. El cardenal Stepinac, que se oponía a tal propuesta, fue procesado y encarcelado. Precisamente por esto nosotros los obispos lo hemos indicado a los fieles, a fin de que no dejen que sus sentimientos sean manipulados. La gente debe conservar la devoción tradicional hacia el Papa y la Iglesia, una y universal».
Aunque el futuro de su país es una incógnita, el arzobispo de Sarajevo piensa que su destino está ligado a «tener en su interior a personas distintas, por pertenencia étnica, cultural y religiosa. Aquí se encuentran de verdad Occidente y Oriente. Es necesario encontrar la respuesta a la pregunta de si en este país habrá un gobierno justo y legal. Esto depende mucho más de la comunidad internacional que de nuestros representantes políticos».