Patrick E. Tyler, corresponsal del New York Times en China, describe la persecución de los católicos chinos, recrudecida desde 1994 (International Herald Tribune, 28-I-97).
Hasta 1995, recuerda el periodista, los católicos de la provincia de Jiangxi, al noreste de Hong Kong, se reunían cuatro veces al año en una colina próxima a Yujia, pueblo situado en el centro de la provincia. En la Pascua de aquel año, los más de 10.000 que acudieron se encontraron con unidades del ejército que estaban realizando maniobras; pero ellos comenzaron sus rezos, cantos y lecturas de la Biblia. Hoy, los organizadores de las reuniones están encarcelados o escondidos, acusados de entorpecer las maniobras militares.
«Yujia -resume Tyler- es uno entre las docenas de centros de actividad religiosa clandestina que en los dos últimos años han sido objeto de represión por parte del Partido Comunista chino, que considera la religión como un instrumento de acción política, disidencia u oposición al régimen».
Tras la muerte de Mao hubo un periodo de mayor tolerancia, con la que Pekín esperaba reconducir a los creyentes a las organizaciones religiosas controladas por el gobierno. Pero sigue habiendo millones de católicos que prefieren la clandestinidad. Aunque tolerados por algunas autoridades regionales, sufren periódicos asaltos ordenados por el gobierno central.
La nueva ola de represión parece ser, en gran medida, obra del presidente Jiang Zemin, promotor de una política para «apuntalar la ‘civilización espiritual socialista’ en la población, que procura hacer el menor caso posible a la autoridad central». A partir de 1994, Jiang comenzó a predicar a los fieles del Partido el mensaje de que la «estabilidad social» es de capital importancia para la supervivencia del Partido. Por tanto, hay que mantenerla a toda costa, aunque eso implique frenar las reformas iniciadas por Deng Xiaoping. Mantener la «estabilidad» también supone combatir los grupos políticos o religiosos no reconocidos.
Así, explica Tyler, «para someter la religión a los intereses del régimen, los estrategas del Partido han diseñado planes que incluyen prohibir lugares de culto y cerrar -manu militari, si es preciso- los no registrados, detener a líderes religiosos y fichar a los fieles». La Fundación Cardenal Kung, de Stamford (Connecticut), acaba de hacer público un plan oficial -obtenido por católicos de Yujia y sacado del país de modo encubierto- para «destruir la organización de las fuerzas católicas clandestinas» en esta región.
En Yujia son visibles los signos de esta ola represiva. En noviembre pasado, la policía empezó a detener a los organizadores de las reuniones clandestinas para evitar que los católicos hicieran una celebración de la Navidad. Hace pocas semanas, la policía pintó advertencias en las paredes: «No se permite a los católicos participar en actividades ilegales de propaganda»; «No se permite a los católicos ir a otros lugares y montar organizaciones»; «Deshaceos de todas las reuniones y actividades religiosas ilegales».
«Cuando entra un extraño en este pueblo -prosigue el corresponsal-, saltan las alarmas. Los habitantes saben que se ha enviado a forasteros para espiar a los vecinos e informar a la policía de cualquier violación de las estrictas reglas». Tyler habla con una católica, que dice: «El gobierno tiene miedo de que practiquemos nuestra religión porque cree que sería peligroso para la seguridad. Teme que conspiremos con países extranjeros y derroquemos el régimen». No habla más, porque todos los hombres de su familia están en la cárcel o escondidos por practicar su fe. Según cálculos de la Fundación Cardenal Kung, ha habido unas 80 detenciones en la zona de Yujia. Otros han tenido que pagar fuertes multas, cada una equivalente a los ingresos de medio año.
La primavera pasada, miles de policías paramilitares destruyeron un santuario mariano en Donglu (provincia de Hebei), al que habían acudido más de cien mil católicos clandestinos durante el año anterior.
Las autoridades chinas han tratado de evitar que los periodistas extranjeros informen de la actual represión. En 1995, un corresponsal del Washington Post fue detenido por viajar a Donglu para presenciar una misa al aire libre a la que asistieron unos diez mil fieles.
La reciente represión obedece al temor de los dirigentes comunistas ante el gran despertar religioso en China y la simultánea decadencia del marxismo. Según algunos observadores, en los últimos años se han adherido a las Iglesias cristianas más personas que al Partido Comunista.
En la actualidad, el Partido cuenta con unos 53 millones de afiliados, mientras que -según un documento interno del propio Partido, con fecha de febrero de 1996- en China hay quizá 70 millones de creyentes. Las estadísticas oficiales cuentan 4 millones de católicos, pero lo más probable es que sean entre 8 y 10 millones.
«En cualquier caso -añade Tyler-, el número crece, y con él la preocupación de los dirigentes comunistas. ‘Creo que sigue habiendo una paranoia a propósito del papel que desempeñó la Iglesia en [la caída del comunismo en] Europa del Este’, dice Mickey Spiegel, de Human Rights Watch».