Al columnista británico Tom Utley le rondaba la cabeza un pensamiento atrevido: decir que la homosexualidad le parece reprobable. Al fin, se arriesgó a ponerlo por escrito (The Daily Telegraph, 30-X-98), y esperaba recibir un aluvión de críticas. Los lectores enviaron unas 500 cartas, pero la mayoría estaban de acuerdo con él. Completa la historia en un segundo artículo (The Daily Telegraph, 13-XI-98).
Después de un angustioso examen de conciencia, yo también me he decidido a «salir del armario». Sé que me expongo a las críticas de los bienpensantes, y espero recibir mañana un saco lleno de cartas de censura. Pero no puedo guardar más tiempo mi secreto: desapruebo la homosexualidad; me parecen desagradables las manifestaciones públicas de atracción sexual entre personas del mismo sexo; creo que incluso las relaciones duraderas y fieles entre homosexuales nunca pasarán de ser una parodia del matrimonio; ah, y sólo pensar en la sodomía me repugna.
(…) Sospecho que la gran mayoría todavía creemos, en el fondo de nuestro corazón, que hay algo sucio y equivocado en las relaciones homosexuales. Lo que ha cambiado es que ya no se considera correcto decirlo en público. Mientras que hace medio siglo se despreciaba al que admitía tener debilidad por el amor que no se atreve a decir su nombre, hoy toda la ignonimia se dirige contra los que desaprobamos ese amor que ahora grita su nombre desde California hasta Clapham Common.
(…) No estoy sugiriendo que se deba perseguir a los homosexuales. No desearía que ningún hombre perdiera su empleo simplemente porque encuentra atractivos a los demás hombres. Ni se me ocurre pensar que nadie deba ser grosero con los homosexuales, y menos aún maltratarles. Lo único que digo es que la actitud más apropiada hacia los homosexuales es una desaprobación tolerante: tolerante, porque todos somos pecadores y muchos homosexuales tienen esa inclinación sin culpa suya; y desaprobación, porque la homosexualidad es una forma de vida insatisfactoria, desgraciada e infeliz, y nadie debería ser animado a emprenderla.
(…) Si uno de mis cuatro hijos fuera homosexual, no por eso le querría menos. Lo que me molesta es el modo en que los militantes homosexuales se dedican a un reclutamiento masivo, con sus marchas del Orgullo Homosexual, sus anuncios cada vez más agresivos, y sus talk-shows noche tras noche en la televisión.
Me trae sin cuidado lo que los homosexuales hagan en privado (aunque prefiero no pensarlo). Pero me molesta que lo exhiban en público. El lobby homosexual parece que ha pasado de la campaña para corregir la persecución legal a proclamar, positivamente, que ser gay es una buena cosa. Bien, pues no. En muchísimos casos, la homosexualidad es una forma de vida desgraciada y -desde que llegó el SIDA- totalmente peligrosa. Cuanto menos la desapruebe la sociedad, más probable es que haya jóvenes que caigan en ella cuando están atravesando lo que puede ser sólo una fase de su desarrollo (…).
[En el segundo artículo, Utley dice:] Dejé de contar en la 250, pero creo que he recibido hasta ahora más de 500 cartas de lectores sobre el artículo en el que decía que veo la homosexualidad con una tolerante desaprobación. Esperaba un aluvión de cartas, porque sabía que decía algo controvertido y me expresaba en términos duros, y me daba cuenta de que muchos podían encontrarlo ofensivo. Pero lo que no esperaba era que una gran mayoría de las cartas fueran de lectores que comparten mi opinión. De hecho, sólo seis -menos del 2%- me critican.
(…) Hay otro aspecto que me sorprende todavía más. No tenía ninguna gana de recibir muestras de apoyo de esas personas que escupen veneno contra lo que no comparten. De hecho, sólo recibí dos cartas de ese tipo. Casi todas las demás procedían de personas inteligentes, educadas, imparciales, tolerantes y simpáticas. Compartían mi tristeza, pero escribían sin enfado. Carta tras carta comprobé que ellos tampoco deseaban que se persiguiera a nadie, pero, como yo, desaprobaban los actos homosexuales y el comportamiento de los activistas. Y, sobre todo, les molestaba que los catalogaran como fanáticos por manifestar sus puntos de vista. En el clima políticamente correcto de estos tiempos, son ellos los que se sienten oprimidos.
(…) Lejos de tomar una postura contraria a la nueva ortodoxia, la mayoría de los medios de comunicación ofrecen su complicidad. A pesar de que todas las cartas de los lectores, menos seis, son de apoyo, una gran mayoría de periodistas con los que trato a diario me han dicho que mi artículo era «repugnante», «detestable» y «escandaloso». Les respeto a pesar de todo. (…) Pero no entiendo por qué alguien debe ser condenado a silenciar su sincera opinión.