El testimonio del vicario general de La Habana
Érase una vez en La Habana (1) es un libro sobre Cuba que se acaba de publicar en España. Su autor, el actual vicario general de la capital de la isla, Mons. Carlos Manuel de Céspedes, intenta recoger la vida cotidiana y los testimonios de muchos cubanos de a pie que no aparecen en la historia política de su país. Sin entrar en la polémica partidista, el libro es un buen exponente de los deseos de cambio de los cubanos y de la vida de los católicos.
El libro tiene un doble interés. Primero, por la personalidad del autor: un cubano que ha conocido el antes y el después de la revolución de 1959; un hombre que, por su formación académica y su dedicación pastoral, puede analizar con más objetividad y con menos intereses políticos la realidad de los cubanos.
Pero el interés del libro también radica en su enfoque, pues se trata de historias conmovedoras de cubanos corrientes que viven y mueren sin figurar en los titulares periodísticos.
Desolación cultural
El libro está compuesto por tres partes, cuyos géneros se mueven entre la autobiografía, la memoria, la crónica y la llamada «novela testimonio». Con estos diversos registros, Mons. Céspedes narra historias reales que ha conocido con motivo del trabajo, de la amistad, de las aficiones, para recoger testimonios de personajes supervivientes de la revolución o que han fallecido en los últimos años.
La influencia de los cambios políticos en la vida de las familias y en las relaciones de amistad aparece reflejada en la primera parte del libro. Julio Antonio Varano, personaje literario central de esta parte, personifica la postura de quien no quiso salir de Cuba después de la revolución; vio partir a sus padres y familiares cercanos, pero prefirió quedarse con su joven esposa, esperando el cambio. «¿Nos ilusionamos con el triunfo revolucionario? No excesivamente, pues el espíritu jurídico, la curiosidad literaria y el conocimiento de la historia nos vacunaron contra la ingenuidad política de la mayor parte de nuestro pueblo, sin excluir a muchos experimentados adultos. Amén de que conocíamos, en alguna medida, a Fidel Castro y a muchos de sus hombres más cercanos. El entusiasmo fácil de nuestro pueblo permitió que cayeran por tierra los frenos y equilibrios imprescindibles en una mutación social para que esta sea sana».
El dolor del exilio y sus efectos en las relaciones familiares y sociales también está presente en lo más íntimo de padres e hijos. «¡Qué desastre para un pueblo padecer un exilio prolongado! ¡Cuánto pierden los que se van y cuánto perdemos los que nos quedamos! ¡Qué incalculable riqueza restada a Cuba y a su pueblo, en una y otra orilla!».
Mons. Céspedes aborda los grandes problemas de la isla, pero no como podría hacerlo un historiador o un político. Trata de reflejar a través de los personajes los diferentes puntos de vista y las reacciones diversas sobre la revolución, el marxismo, el exilio, la guerra fría, las relaciones con Estados Unidos, la figura de Fidel Castro, las creencias religiosas, la Iglesia y el futuro del país.
El autor critica la desolación cultural que ha dejado en el pueblo cubano el marxismo, que, según él, ofrece educación a todos pero no transmite espíritu. «El marxismo destruyó una parte de la identidad».
Esta desolación se manifiesta también en la intolerancia agresiva que difunde el régimen castrista contra los que piensan de otro modo. Así se observa, por ejemplo, en acontecimientos ocurridos durante el último éxodo cubano permitido por Fidel Castro desde el puerto de Mariel: «Ahora he visto a cubanos tirar huevos, verduras podridas, palos y piedras contra otros cubanos. He visto casas literalmente rodeadas por amaestrados perritos rabiosos que, quizás, un día fueron personas o pudieron llegar a serlo. Aullaban día y noche, en turnos rotativos, y habían cortado las entradas de agua, electricidad y teléfono, así como toda posibilidad de adquirir alimentos a los aterrorizados moradores -niños inclusive- que cometieron el delito de hacer gestiones para emigrar por el Mariel».
El alto precio de un cambio
Mons. Céspedes nunca quiso dejar la isla. Pero comprende que muchos se vieron forzados al exilio. «La revolución marxista midió con el mismo rasero a burgueses y a aristócratas. Menospreció a ambos grupos por igual, los empujó al exilio y a los que resistieron y se quedaron, los privó de posiciones clave, realmente influyentes; los ha mantenido bajo sospecha, incrementada si había, además, creencias religiosas por el medio».
Los cambios que trajo la revolución son reconocidos por el autor. No se puede desconocer la ampliación de oportunidades en educación y salud, pero todo por un precio muy alto: «la pérdida de la libertad de pensar, opinar y escribir… de vivir». Aun así se descubren personajes que no cambian, que no se descomponen.
El tema del mestizaje es tratado con gran sentido común. Sobre el asunto habla Dulce María, personaje importante de los tres relatos del libro y que transmite sabiduría, calma y calor de hogar. Ante el inminente matrimonio entre mulatos, la tía Dulce María asegura que «mestizos somos todos en este país, seamos blancos, negros o mulatos, aunque no haya mezcla de colores en la piel. Si en algo ha mejorado Cuba después de la revolución es precisamente en esto: en que no haya clubs, ni hoteles, ni restaurantes que prohíban la entrada a un negro; en que todos vivamos en los mismos barrios y tengamos las mismas oportunidades; en que nadie se atreva a mirar con ojos travesados y, mucho menos, a insultar a una pareja racialmente mixta».
Aunque, paradójicamente, en esta etapa agónica de la revolución muchos cubanos de cualquier color tengan prohibida la entrada allí donde sólo se puede pagar con dólares.
Tiempo de políticos hábiles
La mayoría de los personajes conocen a fondo el problema político, buscan respuestas, pero nunca piensan en salidas de guerra o sangre. «¿Será Fidel Castro capaz de asumir personalmente la dirección del inevitable cambio?, se pregunta Víctor Girón. Nos tiene habituados a sus cambios de ruta cuando estos se necesitan, pero me parece que, en esta ocasión, le resultará mucho más difícil timonear nuestro barquillo de corcho. Estos no son tiempos de guerrilla, ni de hacer el amor -en barco aislado, con bandera amarilla- en medio de una epidemia, río abajo y río arriba, como los personajes de García Márquez. Son tiempos de mesa de negociación, de encuentro y diálogo, de hartura de guerras en las que nadie gana. El héroe del momento no es el militar cargado de medallas; es el político hábil que logra salidas dignas y justas, en la medida de lo posible, para los laberintos que crean nuestra torpeza y nuestra ambición desmesurada».
Otro personaje del libro, Beatriz Rojo, tiene la oportunidad de pasar unas semanas de estudio en España, luego regresa Cuba. Su figura y pensamiento son utilizados por el autor para meditar sobre la transición del régimen en la isla y el futuro de Fidel Castro. El esposo de Beatriz, Víctor Girón, un cubano estudioso, mulato, también hace pronósticos del final de siglo en La Habana. «¡Qué final trágico se está echando este hombre encima y en qué clase de laberinto nos pretende entrar! Podría pasar a la historia de otra manera, en un lugar cimero, pero me parece que su tozudez lo llevará a la cuneta del sendero. Dolorosa paradoja; pero él mismo se está cerrando las talanqueras de las posibles alternativas. Él podría iniciar una eutanasia por etapas que condujere a serena sepultura la versión cubana del marxismo…». Son reflexiones contenidas en el libro, anteriores a la caída del muro de Berlín, a la reunificación de Alemania y, lógicamente, al viaje del Papa a la isla.
Entre creyentes y ateos
Mons. Céspedes deja al descubierto en su libro toda su vida y su pasión: la evangelización de los cubanos. Por esta razón justifica su permanencia en la isla, cuando tuvo la posibilidad de irse al exilio. Al cabo de los años se reafirma en esa decisión, pues «sólo así hemos intentado mantener el espíritu en nuestra comunidad». Hoy también se pregunta: «¿Quién velaría por nuestra memoria, quién cuidaría a nuestros muertos, quién sería la Iglesia en Cuba? Si todos no vamos, ¿quién aseguraría la continuidad necesaria? ¿Quién, después, podría narrarlo todo?».
Su decisión de permanecer en Cuba ha sido fructífera. En el libro recoge algunas conversiones, diálogos interesantes entre creyentes y ateos, la vida de los sacerdotes, el modo de ejercer el ministerio en un régimen comunista, las alegrías y tristezas de un párroco, etc. Así transmite el perfil de los cristianos de Cuba: «Han sido despreciados y no se han envilecido. Han sido calumniados y han sobrevivido con una gran dignidad. Han sufrido, pero no son cultivadores del resquemor ni de la amargura. Son alegres, pero no ingenuos: no ocultan la cabeza en la arena. Son realistas, pero no fatalistas. Los que yo conozco tienen una fortaleza interior que quisiera ver más repetida entre los cubanos. Son limpios y honestos, pero no presuntuosos: son humildes, sencillos, acogedores, solidarios, son más cubanos, sin hablar tanto de ello, que los que presumen de patriotas».
El autor aprovecha el contacto que ha tenido con jóvenes de todas las condiciones para hablar de valores: lealtad, honradez, amistad, sacrificio y responsabilidad. Invita a las nuevas generaciones a vivir bien en sociedad, a no descuidar la formación humana y profesional, a llevar con dignidad un noviazgo y la vida matrimonial.
La última parte del libro, Las estaciones de Vladimir, adapta distintas historias de jóvenes de las calles habaneras que han dejado sus familias y deambulan de un lado para otro, durmiendo en casas abandonadas y vendiendo su cuerpo a turistas pervertidos a cambio de unos dólares. Es un capítulo desgarrador que narra la descomposición de la juventud en un régimen comunista que pregona el orden, la igualdad y el bienestar para todos.
Los que no tienen esperanza
Aquí, cuenta el autor las historias de un grupo de jóvenes -llamados friquis- que terminan inyectándose sangre contagiada con el virus del SIDA para lograr atención médica y una habitación en el pabellón del Hospital Central de La Habana. «Quien carece de esperanza y de proyecto, aniquila consciente o inconscientemente su vida, por uno u otro camino, rápidamente o a un ritmo lento (…) Los muchachos necesitan comida, techo, ropa, medicina y cariño, pero nos están pidiendo, sin saberlo, que los conduzcamos frente a un horizonte de mar y cielo con transparencia».
Pero el régimen marxista cubano tampoco ha llenado las necesidades de muchos jóvenes que hoy terminan en cualquier hospital de Cuba contagiados de SIDA. En uno de esos hospitales murió Vladimir. Un día, cuando ingresaba al hospital, quiso detener una pelea entre dos enfermos, pero uno de ellos le clavó un puñal en la espalda. Sólo el cura de la iglesia del Santo Ángel, el Padre Cristóbal, reclamó su cadáver y con los fieles de su barrio lo llevó hasta el cementerio.
«Con la visita del Papa logramos lo que queríamos»
En su reciente paso por Madrid, donde presentó su libro en la Casa de América, Mons. Carlos Manuel de Céspedes habló con ACEPRENSA y rechazó las falsas expectativas que crearon algunos medios de comunicación en Estados Unidos y España ante la visita de Juan Pablo II a Cuba en enero de este año.«N osotros no esperábamos que luego de la visita del Papa nos dieran espacios legales para crear medios de comunicación o libertad de enseñanza religiosa en las escuelas. Esas fueron falsas expectativas generadas en otros ambientes. Nosotros sabemos muy bien lo que pasa en Cuba y no somos ingenuos. Esperábamos reanimar a la población en la fe, en la doctrina, en la práctica religiosa, y esto se logró. Esperábamos un nuevo entusiasmo pastoral, mayor espíritu misionero y esto también se logró. Además, el clero de la isla se fortaleció en torno al Papa y logramos algo que he visto como acción directa del Espíritu Santo: el diálogo sincero y respetuoso entre creyentes y no creyentes». Estos son los logros que destaca Mons. Céspedes y que nueve meses después de la visita del Papa arrojan buenos resultados, pues «el número de bautismos y la administración de sacramentos, en general, han aumentado».Carlos Manuel de Céspedes
El vicario de La Habana dijo que la situación exterior de la Iglesia en su país tiene un poco más de legitimidad frente al gobierno de Fidel Castro, «aunque algunos de sus cercanos colaboradores se opongan a cualquier diálogo con el Vaticano».
Recordó que algunos gobiernos locales de Cuba han permitido la celebración de actos religiosos en lugares públicos e incluso hace poco «un párroco pidió permiso para una procesión y le fue concedido para recorrer las calles más importantes. Asistieron más de diez mil personas».
Las dos últimas generaciones de cubanos han crecido en el ateísmo institucional. Para superar esta situación, la Iglesia cubana ha dedicado más tiempo a la formación religiosa y ha organizado grupos de estudio en las universidades y parroquias, que funcionan con cierta libertad. «Después de la visita del Papa mucha gente joven se acerca a las iglesias con deseos de conocer a Cristo, con un ánimo sincero, sin dólares de por medio. Llegan preguntando por el sentido de la existencia, el significado de la Iglesia, de la cruz».
Cambio lento
Sobre el futuro de Cuba y Fidel Castro, Mons. Céspedes prefiere no hacer muchas cábalas, aunque mantiene la esperanza en una transición sin violencia. «Estamos en una situación difícil desde el punto de vista económico, quizás una de las más difíciles que hemos tenido en nuestra historia. Pero creo que poco a poco se van dando pasos acertados. No creo en otra revolución o camino violento para superar la crisis política actual. Lo único cierto es que hoy en Cuba las mayorías reclaman cambios, bien sean de un socialismo reformado o un cambio de sistema».
Pero Mons. Céspedes advierte que esos cambios no serán tan rápidos como el mundo cree: «En Cuba la transición es lenta, porque una cosa es cambiar las leyes y otra muy distinta es cambiar las mentalidades. Por ejemplo, celebrar la Navidad es una decisión del gobierno; pero el significado de esta fiesta en un cristiano, en su vida y pensamiento es otra cosa».
César Mauricio Velásquez_________________________(1) Carlos Manuel de Céspedes. Érase una vez en La Habana. Verbum. Madrid (1998). 340 págs. 2.800 ptas.