Los bandos beligerantes en la guerra civil impiden que llegue a sus destinatarios buena parte de la ayuda a las víctimas del hambre en el Sur de Sudán. Los países donantes y las ONG de la «Operación-Línea de Vida- Sudán» (OLS, dentro de UNICEF), vienen denunciando desde julio que hasta un 60 por 100 de las ayudas es desviado de su fin, según informa La Croix (23-24 de agosto).
En los próximos días, la UNICEF recibirá un informe, redactado por los siete miembros de una misión de investigación llegada el 19 de agosto a Lokichokio, la base aérea de la ONU al norte de Kenya. Según parece, los responsables de los fraudes son los comandantes de las facciones en conflicto. Pero sus decisiones son también compartidas por los jefes de las aldeas y comunidades locales.
Según el responsable francés del Plan Alimentario Mundial (PAM), «el sistema tradicional no tiene en cuenta sólo las necesidades, sino también el rango social. En las familias, el hombre es el primero que come. La comunidad de Ajiep -la más afectada por la hambruna- ha dejado morir a muchas personas porque rechaza a algunas categorías sociales: las familias de desplazados venidos sin sus jefes; las familias que tienen un hijo inscrito en un centro de nutrición de una organización humanitaria; los viejos; las viudas…»
Mientras la idea de las organizaciones humanitarias es favorecer a los más débiles, las comunidades locales se guían por la lógica de la supervivencia colectiva. Claude Jibidar, de Togo, coordinador de operaciones del PAM, declara: «Para nosotros, los alimentos deben evidentemente ir a los que tienen más necesidad. Pero las autoridades locales nos responden que los más débiles serán una rémora si los combates se reanudan después de la estación de las lluvias. Las poblaciones deberán huir y nuestros aviones no podrán aprovisionarlas». Y añade que ha desaparecido la solidaridad tradicional: «las madres deben elegir qué hijo va a morir y cuál va a sobrevivir». Primero son los hombres; luego, las mujeres, que darán vida a futuras generaciones; y, finalmente, algunos hijos. Esto significa, concluye el enviado especial de La Croix, «sacrificar a los más modestos socialmente, a los más frágiles, a los más aislados».
No puede olvidarse que, desde su independencia en 1956, Sudán ha pasado por tres guerras civiles, con 1,3 millones de víctimas. La inmensa mayoría de las muertes no ha sido consecuencia de los combates, sino del hambre y de enfermedades derivadas del continuo desplazamiento de centenares de miles de personas. «El origen fundamental de estas guerras -escribe el profesor Vicenç Fisas, en El País, 25 de agosto- reside en el histórico abandono del sur del país, cuya población es mayoritariamente negra, bantú, cristiana y animista, frente a la del norte, árabe e islámica (…) Desde el siglo XVI el sur de Sudán fue una reserva de esclavos de los traficantes musulmanes».
«En Sudán -concluye Fisas-, hay hambre porque hay guerra, y hay guerra porque se ha alentado y manipulado la lucha interétnica, incluida la de algunos de los grupos más importantes (dinkas y nuers), que se han ido identificando progresivamente con grupos políticos y militares, ahora terriblemente enfrentados en un conflicto de gran complejidad, pero donde las víctimas son los civiles».