Giordano Bruno, la otra cara del héroe

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El periodista Paolo Mieli, antiguo director de Il Corriere della Sera, se hace eco de un nuevo libro dedicado a la figura de Giordano Bruno, el ex dominico herético que murió en la hoguera el 17 de febrero de 1600. Según el articulista, este estudio desmonta el mito de este personaje, presentado habitualmente como un intelectual que fue víctima del oscurantismo clerical. Ofrecemos una síntesis del artículo publicado en La Stampa (Turín, 3-V-98).

Anna Foà, experimentada historiadora, no menos «laica» que la familia de la que procede, reconsidera con inteligencia, agudeza y sobre todo con ausencia de prejuicios la figura de Giordano Bruno, tal como ha llegado al imaginario colectivo de nuestros días.

Para ofrecer un contexto adecuado, el articulista recuerda que Giordano Bruno fue muy celebrado por la masonería decimonónica, que le alzó una estatua en el centro de Roma. Eran masones, en efecto, tanto los políticos que promovieron el monumento, como el escultor, el autor del epígrafe, el orador de la ceremonia de inauguración (en 1889), así como la simbología que rodeó el rito.

Entre 1600 y 1700, se discutió mucho sobre la actividad política de Giordano Bruno y poco sobre su doctrina. Fue a partir de mediados del siglo XIX cuando comenzó su consagración como filósofo. Con ello se pretendía inventar un primado italiano en el campo filosófico del siglo XVI que compensara el casi vergonzoso retraso con el que Italia se convertía en Estado. Al mismo tiempo, se atribuía, implícitamente, la culpa de este retraso a la Iglesia católica: culpa que habría encontrado una materialidad simbólica en la hoguera en la que murió el filósofo Giordano Bruno, «hereje, impenitente y pertinaz».

El mayor organizador de esta reevaluación de Giordano Bruno fue, ya en este siglo, Giovanni Gentile: circunstancia a la que en los últimos cincuenta años se ha procurado no dar gran relieve por comprensibles motivos [Gentile apoyó el fascismo]. Fue Gentile el editor de la primera gran edición de las obras de Giordano Bruno y quien movilizó a la cultura italiana en una batalla destinada a «devolver a Bruno su dignidad histórica de filósofo». Se creó así una imagen que, repetida por los manuales, ha llegado a ser comúnmente aceptada.

Otro aspecto interesante sobre el que se ha investigado en los últimos años es el gusto de Bruno por lo mágico, su modo de comportarse como si se creyera dotado de poderes particulares.

En el último decenio del siglo XVI, Bruno se encontró dos veces ante el tribunal de la Inquisición. En la primera, en Venecia, se arrojó a los pies de los jueces y se declaró dispuesto a retractarse de sus errores. Más adelante, en Roma, su actitud fue muy diversa. En la Ciudad Eterna se mueve como si pensara poder salir adelante con sus artes mágicas, confundiendo a los jueces… No obstante, el tribunal de la Inquisición le ofreció repetidas veces la oportunidad de salvar la vida. Sin querer justificar todo el episodio, la autora del libro precisa que el proceso se desarrolló dentro del más riguroso respeto de las normas, sin abusos ni prejuicios. Y que la sentencia se llevó a cabo según el derecho del tiempo (la hoguera, por otra parte, no fue sólo utilizada por la Iglesia católica, como lo manifiesta el caso de Miguel Servet, enviado a las llamas por Calvino).

Estos estudios bajan del pedestal a Giordano Bruno. Sin quitarle nada a su biografía, se aclara que se le ha sobrevalorado como filósofo por motivos relacionados con el Risorgimento.

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