Roma. El camino de Moscú permanece aún cerrado para el Papa. Esa fue una de las confirmaciones que han seguido al encuentro privado -de casi una hora- que Juan Pablo II mantuvo con el presidente ruso, Boris Yeltsin, el 10 de febrero en el Vaticano. Si en el pasado las barreras las ponían las autoridades políticas soviéticas, ahora es la jerarquía ortodoxa la que se opone a la visita. Representantes del Patriarcado ruso hicieron saber, con ocasión de la estancia de Yeltsin en Roma, que los tiempos siguen sin estar maduros para una presencia del Santo Padre en Moscú.
Un viaje al que el Papa fue invitado tanto por Gorbachov (diciembre de 1989) como por el mismo Yeltsin (diciembre de 1991), pero que no hará hasta que el clima sereno pueda favorecer el carácter pastoral de la visita. De momento, y teniendo como sustrato las incomprensiones seculares, los dos puntos más polémicos son las acusaciones de «proselitismo» que los ortodoxos rusos dirigen a los católicos y la situación en Ucrania (cuya Iglesia ortodoxa mantiene estrechos contactos con la rusa). En Ucrania existe un enfrentamiento sobre la devolución de los edificios de culto que Stalin confiscó a la Iglesia católica de rito oriental, que en algunos casos pasaron al Patriarcado ortodoxo.
Si el viaje no fue tema de la audiencia, sí lo fue, en cambio, la situación de la libertad religiosa en Rusia. Este asunto preocupa especialmente desde la aprobación de una ley que restringe la libertad de las religiones «no tradicionales» de Rusia, entre las que se encuentra el catolicismo. Yeltsin sostiene que la ley aprobada es «correcta», si se compara con el primer borrador que rehusó firmar y obligó a modificar (en respuesta también a una carta personal que le envió el Papa en junio pasado). La Iglesia católica, por el contrario, teme el margen de arbitrariedad que la ley deja en manos de los funcionarios locales, ya que no existen reglamentos de aplicación de ley (ver servicios 95/97, 129/97 y 133/97).
Arbitrariedades como las que se dan, por ejemplo, en Siberia o en la Rusia oriental, territorios bajo la jurisdicción del obispo Joseph Werth, de Novosibirsk, donde casi todos los sacerdotes extranjeros deben volver cada tres meses a sus países de origen para que les renueven el visado. O como el crecimiento desorbitado de los impuestos que las iglesias deben pagar al Estado por el «alquiler» del terreno en las que están edificadas.
Una novedad en el coloquio entre Juan Pablo II y Yeltsin fue la referencia que el Papa hizo a la preparación del Jubileo del año 2000 y al papel que en él desempeña la tradición espiritual oriental. Posiblemente Yelsin, que es amigo personal del patriarca de Moscú, Alexis II, pueda transmitirle al menos algo de la admiración que su mujer y su hija manifestaron por Juan Pablo II.
Diego Contreras