Al mudarse a Washington, los Clinton han decidido que su hija Chelsea, de 12 años, estudie en una de las escuelas privadas más encopetadas y caras de la capital federal. Chelsea deja así la escuela pública a la que acudía en Little Rock (Arkansas) para seguir sus estudios en la escuela Sidwell Friends, centro con fama de liberal y cuya matrícula cuesta 10.000 dólares anuales (1,15 millones de pesetas). La decisión no es una novedad en Washington, donde casi todos los miembros de la clase política envían a sus hijos a escuelas privadas. Si el asunto ha hecho mucho ruido es porque durante la campaña presidencial Bill Clinton fue un ferviente abogado de la escuela pública. Por eso, criticó fuertemente un proyecto de Bush, que proponía un cheque escolar de 1.000 dólares destinado a que las familias pobres pudieran elegir libremente la escuela de sus hijos.
Podría parecer que los Clinton son incoherentes. Pero hay que comprender su preocupación de padres que, como todos, desean lo mejor para sus hijos. Sin duda, ellos desearían inscribir a su hija en una escuela pública que proporcionara una educación de calidad, en un clima pacífico, libre, interclasista y plural, que es la meta de su política. Pero, enfrentados a su responsabilidad de padres, optan por lo seguro en vez de esperar a la escuela soñada. Como ha explicado el portavoz de Clinton, la educación de Chelsea no tiene por qué depender de las opciones políticas del presidente. También a los demás padres les gustaría poder decir lo mismo.