La muerte de Rudolf Nureyev ha agregado el nombre más famoso a la lista de bailarines fallecidos víctimas del SIDA. Una larga lista. En un reciente reportaje, el semanario Newsweek menciona más de cien artistas muertos por esta enfermedad, de los cuales un 20% pertenece al mundo de la danza. Este hecho ha reabierto el debate sobre la conveniencia de que los famosos que padecen la enfermedad lo den a conocer, para luchar contra la marginación de estos enfermos. Nureyev, como tantos otros, ocultó su dolencia hasta el final, lo que le ha valido algunas críticas después de muerto. La revista norteamericana Dance Magazine, desde hace más de cinco años, no oculta las siglas AIDS en la necrológica de los bailarines que han muerto por esta enfermedad. «Es una actitud valiente -comenta un miembro de una sociedad de ayuda a enfermos del SIDA-, que dice mucho a favor de la revista, que tiene claro que ocultar no es bueno para nadie». Sin embargo, todavía hay tabúes. Algunas informaciones hablan de que «el SIDA se ha ensañado en el ámbito de la danza» o señalan una «trágica coincidencia». Quien no supiera nada de los modos de transmisión de la enfermedad, podría llegar a pensar que la danza estimula el virus o que el contagio es más fácil en los escenarios. Pero la OMS nunca ha incluido el ballet entre las conductas de riesgo. Los bailarines no están ni más ni menos expuestos al SIDA que cualquier otra persona. Y los que han muerto por esta enfermedad debían de tener otra característica en común, como a veces se intuye por veladas referencias a «su compañero sentimental». Pero reconocerlo exigiría demasiada valentía.