Un informe del Banco Mundial sobre un modelo de desarrollo conseguido
En tres décadas de crecimiento rápido y sostenido las economías de Asia del Este han pasado del subdesarrollo a la prosperidad. Por eso se vuelven los ojos hacia este nuevo «milagro económico», en un momento en que tanto África como Latinoamérica buscan un modelo de desarrollo. ¿Qué enseña esta experiencia? ¿Es imitable en el resto del mundo en desarrollo? Un informe que acaba de publicar el Banco Mundial, titulado The East Asian Miracle, muestra algunas claves de este éxito.
El informe pasa revista a ocho países asiáticos que han subido al podio de los triunfadores en la carrera del desarrollo: Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Tailandia, Malasia, Singapur e Indonesia. En conjunto, forman un caso único en la historia económica mundial. Nunca un grupo de países había crecido tanto en una sola generación: una media anual del 5,5% entre 1960 y 1990. Lo cual supone un crecimiento el doble de rápido que el del resto de Asia del Este, el triple que Latinoamérica y cinco veces más que el África subsahariana. Un dato particularmente significativo es que el «made in Japan, Korea…» ha conquistado amplios mercados exteriores: su parte en el comercio mundial de manufacturas ha pasado del 9% en 1965 al 21% en 1990.
Menos desigualdades que antes
No sólo han crecido muy rápido, sino que también han logrado repartir bastante equitativamente los dividendos del desarrollo. De modo que las desigualdades de renta han ido a menos y el porcentaje de gente que vive bajo el nivel de pobreza se ha reducido mucho. Por ejemplo, en Taiwán la renta del 20% de hogares más ricos es cinco veces más elevada que la del 20% más pobre, y en Corea es ocho veces mayor. En comparación, la misma proporción en países latinoamericanos es de 20 a 1.
¿Cuál es el secreto de su éxito? En particular, su experiencia puede arrojar luz sobre un debatido tema: si el intervencionismo estatal en los países en desarrollo favorece o no un crecimiento más rápido que el libre juego del mercado. El Banco Mundial se cuida bien de señalar que tampoco en esa zona hay un único modelo de desarrollo. Los ocho países han tenido diversos grados de activismo estatal en la orientación de la economía: desde un dirigismo más acentuado en Japón o Corea hasta un modelo más liberal en Indonesia, Hong Kong o Tailandia. En cualquier caso, siempre lejos de las fórmulas planificadoras de las economías socialistas.
El intervencionismo sensato
Por otra parte, el intervencionismo o el liberalismo por sí solos no explican todo. El intervencionismo ha sido la regla en otros países en desarrollo y ha llevado al desastre. En el caso de Asia del Este sería más exacto hablar de una cooperación estrecha entre el Estado y los grupos industriales.
Más importante que el grado de intervencionismo es qué tipo de políticas económicas han impulsado los gobiernos de estos países. Pues ciertos tipos de intervención que han favorecido el crecimiento en el Este asiático donde la inflación se ha mantenido baja, difícilmente funcionarán en otros países donde los precios crecen fuera de control.
También hay notables diferencias entre los ocho países, empezando por la renta per cápita (desde 570 dólares en Indonesia a 25.430 en Japón). Pero se puede apreciar una serie de puntos en común. En primer lugar, un control correcto de la estabilidad macroeconómica: baja inflación (una media del 8% en los últimos 30 años contra un 200% en América Latina), déficit público contenido, deuda exterior moderada. La política monetaria ha procurado mantener unas tasas de interés bajas, pero a la vez positivas para recompensar a los ahorradores. Este enfoque ortodoxo ha creado un clima favorable para altos niveles de inversión y de ahorro. Así, durante las dos últimas décadas, la parte del PIB dedicada a la inversión del sector privado ha sido casi el doble que en otros países en desarrollo.
Del análisis de estas tendencias se desprende ya una lección: si la intervención estatal ha resultado aquí benéfica ha sido porque, a diferencia de lo ocurrido en otros países, se ha mantenido dentro de unos límites financieros rigurosos.
Mimar la educación básica
Otra característica común, que el informe del Banco Mundial destaca, es que estos países han mimado la educación. No es que dediquen a la educación una parte del PIB superior a la de otros países. Lo que les caracteriza es que sus mejores esfuerzos los han volcado en la enseñanza primaria y secundaria, antes que en la universitaria. Por ejemplo, Indonesia ha dedicado a la enseñanza básica el 90% de su presupuesto de educación, y Corea y Tailandia el 80%. A diferencia de Venezuela, donde a estos niveles se les dedica en torno al 30% del presupuesto educativo. Esta prioridad en el gasto les ha permitido contar con unos trabajadores bien formados.
Otro rasgo familiar de este grupo de países es que han orientado sus economías hacia la exportación. Mediante la adquisición de tecnologías extranjeras y gracias a sus salarios más bajos, han logrado abrirse paso en el comercio internacional. Ciertamente, no sin el apoyo estatal, manifestado especialmente en las subvenciones a la exportación, los créditos dirigidos a empresas seleccionadas y un tipo de cambio que hacía sus precios más competitivos. A la vez, protegían su mercado doméstico con aranceles y otras barreras técnicas hasta que sus industrias estaban bien implantadas.
Otra baza no desdeñable para el triunfo ha consistido en la disciplina y gran capacidad de trabajo propia de los asiáticos, así como en la escasa conflictividad laboral. Esto suele cambiar a medida que aumenta la prosperidad, pero sin duda ha facilitado las primeras etapas del desarrollo. Asimismo, el hecho de contar con una burocracia más competente y relativamente menos afectada por la corrupción, les ha dado una ventaja sobre otros países en desarrollo.
¿Se les puede copiar?
Estos campeones de la exportación ¿pueden exportar también su modelo de desarrollo? El informe del Banco Mundial se muestra cauto a la hora de afirmar si se pueden crear copias de Corea o Taiwán en otras partes. Y no sólo por las diferencias culturales. También el mundo ha cambiado en los últimos treinta años.
En el actual mercado global y sin control de capitales, ya no es tan fácil mantener unas tasas de interés bajas sin el riesgo de que los capitales huyan hacia sitios más remuneradores.
Por otro lado, los países en desarrollo que quieren exportar a los países industrializados se encuentran cada vez más con que éstos les exigen un acceso recíproco a sus mercados nacionales. Igualmente, las agresivas políticas para conquistar mercados exteriores a base del dumping, devaluaciones monetarias y subvenciones a la exportación, están hoy limitadas por principios más estrictos conforme a las nuevas reglas del GATT.
El otro país asiático que se está despertando del sueño del subdesarrollo es China. A medida que afloja las ataduras ideológicas comunistas, su crecimiento económico se acelera: tras alcanzar una media anual del 9,4% en la década de los 80, tuvo un breve frenazo al comienzo de los 90, pero ha vuelto a subir hasta un 12% en 1992. Con sus 1.300 millones de habitantes, el día que logre despegar no será sólo un noveno «dragón» sino un coloso. La incógnita es qué convulsiones sufrirá cuando se desprenda del corsé político comunista.
Después de todo, el «milagro» económico asiático es explicable por causas de eficacia comprobada: estabilidad política, ortodoxia financiera, inversión en formación, trabajo duro y vender más que la competencia. Unas culturas pueden favorecer más o menos que otras estos rasgos en una determinada época. Pero en el club de los países desarrollados no está reservado el derecho de admisión.
Las claves de un milagro económico* Baja inflación* Déficit público contenido* Endeudamiento externo moderado* Altos niveles de ahorro e inversión* Tipos de interés bajos* Atención a la educación básica* Conquista de mercados exteriores* Ayudas a la exportación* Protección inicial del mercado doméstico* Simbiosis entre el gobierno y los negocios* Alta productividad* Pocos conflictos laboralesJuan DomínguezLatinoamérica vuelve a crecer
La economía de América Latina creció una media del 3% en 1992, según el informe anual del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Es el segundo año consecutivo de crecimiento, tras el declive económico de los años 80. El BID reconoce que los programas de ajuste han logrado mejorar los índices macroeconómicos. Pero advierte que ahora es preciso completar las reformas económicas con «una reforma social que no sólo alivie, sino que reduzca la pobreza en la región».
A pesar del crecimiento experimentado, la renta per cápita media de la región (2.267 dólares) en 1992 está todavía por debajo del máximo (2.378 dólares) alcanzado en 1980. La renta por habitante oscila entre los míseros 218 dólares de Haití y los 4.347 de Argentina.
Por países, Chile sigue siendo el de mayor crecimiento en 1992, con un 10,4%. Entre los países más populosos, mientras Argentina y México siguen por el buen camino, Brasil va en declive: el brasileño medio -uno de cada tres latinoamericanos es brasileño- vio cómo su renta se reducía a 2.151 dólares frente a los 2.212 en el año anterior.
El crecimiento global, la reducción de la inflación a menos del 30% en muchos casos, el aumento de las exportaciones y la entrada de capitales, son algunas de la buenas noticias. Pero los programas de estabilización aplicados en los últimos años, señala el BID, han empeorado las condiciones de vida de un amplio segmento de la población, que «encuentra crecientes dificultades para satisfacer sus necesidades básicas». Ahora hay que iniciar otra serie de reformas que «combinen la equidad social con un crecimiento sostenible».
El informe recomienda»hacer hincapié en las inversiones para capacitar mano de obra» y no en la mera prestación de asistencia social. Las inversiones en proyectos sociales deben privilegiar a las zonas rurales, que hasta ahora han estado menos atendidas que las urbanas. El BID subraya la importancia de la inversión en recursos humanos para la consolidación del crecimiento económico a largo plazo. El aumento de un año en la esperanza de vida y en la escolaridad básica suponen no sólo un avance para las personas, sino también una ganancia en términos de crecimiento económico.
Esperando el despegue de África
El retroceso del África subsahariana es excepcional en el mundo y particularmente dramático. La desindustrialización, la crisis financiera de muchos Estados, el deterioro de los servicios públicos básicos, la reducción del peso del continente en el comercio internacional, son aspectos palpables de la marcha atrás. Serge Michailof, que ha trabajado dieciséis años en este continente como experto del organismo que gestiona la ayuda francesa a África, plantea en una entrevista en Le Monde (28-IX-93) algunos cambios que deberían afrontar las élites africanas.
Michailof afirma que el fracaso no puede imputarse sólo a factores externos. «Todo el mundo echa la culpa a la caída de los precios de las materias primas y al deterioro de la relación de intercambio, descargando así sobre el exterior la responsabilidad principal. Pero esto es un poco fácil y poco convincente. Se olvida el éxito de algunos países asiáticos que han estado sometidos a los mismos condicionamientos externos, y que hace una generación estaban al mismo nivel de subdesarrollo que el África subsahariana». La crisis tiene su origen en una sucesión de errores graves en materia de política económica y en deficiencias de gestión, errores que pueden ser corregidos.
Las dificultades para el desarrollo africano ¿no provienen también de los condicionamientos culturales? «Hace treinta años -responde Michailof- se consideraba que el Sudeste de Asia estaba condenado al hambre. Dominaba entonces el ‘asiapesimismo’. Los expertos consideraban que la herencia del confucianismo era incompatible con el desarrollo industrial. Ya se han olvidado estas tesis que hoy suenan ridículas. No hay que hacer un mundo de los condicionamientos culturales, aunque también sería erróneo negarlos. Es verdad que la organización de las sociedades africanas crea obstáculos al desarrollo. La información circula mal allí. El peso de la familia extensa es muy fuerte. Las relaciones de tipo clan desempeñan un papel importante. Son sociedades donde los modos de acumulación de la riqueza favorecen la constitución de sistemas de tipo mafioso, que no contribuyen al desarrollo de una economía transparente. Por lo tanto, es un obstáculo al buen funcionamiento de una economía de mercado. Pero esos obstáculos no son insuperables».
Los movimientos actuales de democratización en África reflejan, a su juicio, una ambigüedad fundamental. «Son a la vez progresistas, porque han permitido desembarazarse de regímenes que habían demostrado su incuria, y reaccionarios, en la medida en que intentan restaurar sistemas económicos condenados a desaparecer. Esto se debe a la base social de estos movimientos. Su base se recluta sobre todo en los medios urbanos y se apoyan en fuerzas -los funcionarios, los asalariados de empresas públicas, los estudiantes- víctimas de las medidas de austeridad impuestas por la quiebra económica y por los proveedores de fondos occidentales a los que se pide socorro. Las reformas económicas indispensables para promover el crecimiento van en contra de los intereses objetivos de estos grupos».
Michailof piensa que «África necesita Estados capaces de imponer reformas impopulares». «No Estados autoritarios -África ha tenido ya demasiados, con los resultados ya conocidos-, sino regímenes con una columna vertebral, que no es lo mismo. Estos regímenes gozan de una amplia confianza de su opinión pública y de sus élites, pues saben fijar claramente sus objetivos e indicar las etapas para alcanzarlos».
Nueva estrategia para los años 90
La experiencia ha mostrado que el desarrollo no depende sólo de factores económicos y de la acción estatal. Por eso los organismos de ayuda están prestando cada vez más atención a la capacitación humana y al fortalecimiento de la sociedad civil. También el Banco Mundial está adoptando esta estrategia de actuación. Así lo exponía su vicepresidente, Ismail Serageldin, en una conferencia organizada por el Departamento Suizo de Cooperación (Berna, 6-IX-93), de la que sintetizamos algunas ideas.
El Banco Mundial, dice Serageldin, ha definido cinco elementos clave de la buena gestión gubernamental, que tratará de impulsar en sus programas.
– La transparencia, de modo que la verdad de las cifras permita conocer los costes y las ventajas de una decisión del gobierno e identificar a sus beneficiarios. En esta línea, el Banco ha insistido en que los presupuestos nacionales combinen los gastos de organismos paraestatales y los del gobierno central, indicando explícitamente la naturaleza de las subvenciones.
– La responsabilidad, lo que exige procesos políticos adecuados que permitan sancionar el fracaso. Según el mismo principio, en los programas financiados por el Banco los resultados deben medirse en función de ciertos objetivos fijados de común acuerdo con el gobierno.
– El pluralismo institucional no se reduce a la existencia de varios partidos. Para que existan instituciones democráticas es preciso que estén ancladas en una sociedad civil sólida. Para eso los organismos de ayuda deberían financiar iniciativas en favor de asociaciones profesionales, sindicatos independientes, cámaras de comercio, instituciones universitarias, organizaciones no gubernamentales. El desarrollo de la sociedad civil exige el respeto de los derechos humanos e implica la aceptación de las libertades de asociación y de prensa.
– La participación de las poblaciones afectadas en los proyectos de desarrollo hace más probable que éstos tengan éxito. El Banco Mundial se preocupará de mantener este enfoque en todos los programas que financie.
– La primacía del derecho es indispensable para que reine el orden y exista la confianza necesaria para el desarrollo de las actividades económicas. Esto exige un conjunto claro de leyes y un poder judicial independiente.
El Banco ve también necesario capacitar a los pobres para que sean agentes de su propio desarrollo. En las sociedades agrarias esto consiste sobre todo en que dispongan de tierras. La capacitación implica impulsar sus potencialidades humanas (por inversiones en sanidad, educación y formación) y facilitarles el acceso a activos como la tierra y los instrumentos de trabajo (a través del crédito). Se trata de sostener a la iniciativa privada en la pequeña escala.
Con frecuencia se aducía que los costes administrativos de estas operaciones con microempresas resultaban prohibitivos y que los pobres no serían solventes. Estas dos afirmaciones han sido desmentidas con ejemplos como el del Grameen Bank de Bangladesh, que ha concedido con éxito créditos a más de 1,5 millones de clientes particularmente pobres. Con préstamos por un importe medio de 100 dólares, el Grameen Bank ha obtenido una tasa de reembolso del 98%.