A la vista de lo que queda de aquello, quizá mayo del 68 fuera sólo un sarampión de idealismo en la Universidad. Sin embargo, no todos los estudiantes universitarios se han entregado al desencanto y al pragmatismo. Aunque sin sentadas ni clamorosos eslóganes, cada vez más jóvenes españoles sienten el atractivo de un ideal de servicio a los más necesitados, y ponen manos a la obra. No hay que pensar en poderosas organizaciones: se trata de iniciativas de pequeños grupos que demuestran que siempre es posible actuar en favor de los demás.
Unos trabajan en poblados de chabolas en el extrarradio de las grandes ciudades españolas. Otros viajan, durante las vacaciones, a países del Tercer Mundo para llevar a cabo operaciones sanitarias o de alfabetización. Todos se mueven por su cuenta, buscando los contactos, la financiación y los apoyos necesarios. Estos universitarios no se satisfacen con emprender la carrera hacia la licenciatura -y tal vez, después, hacia el master- para ingresar en el cuerpo de los yuppies. ¿Qué ha provocado esta silenciosa movilización de voluntarios?
Una inquietud contagiosa
Como suele suceder, la iniciativa de unos cuantos estudiantes emprendedores ha estimulado a otros muchos, a los que han contagiado su inquietud. Alejandro Mora, presidente del Grupo de Estudios del Desarrollo, declara en un reportaje de Diario 16 que «no es que al universitario le faltara sensibilidad con el Tercer Mundo, sino que nunca había tenido ninguna referencia cercana». Ahora, los estudiantes deseosos de ayudar cuentan con más de 80 asociaciones universitarias a las que ofrecerse.
Entre las diversas carreras universitarias, Medicina y Enfermería -quizá, a primera vista, más relacionadas con este tipo de actividades de solidaridad- no son las únicas de las que surgen voluntarios. Estudiantes de Periodismo, Económicas, Derecho, diversas ingenierías o Veterinaria tienen también sus propias agrupaciones con fines humanitarios.
El problema más común de estas asociaciones es la discontinuidad. Al ser grupos formados en la Universidad, en muchas ocasiones la actividad de un miembro acaba con la licenciatura.
Para evitar que el entusiasmo se pierda, Ingenieros sin Fronteras ha buscado la colaboración de titulados que puedan dar continuidad al esfuerzo emprendido. Con un año y medio de actividad en España, este grupo ha realizado proyectos de colaboración en América Latina y proyecta otro, próximamente, en África del Sur.
En los barrios de chabolas
Lo que hoy es Solidaridad Universitaria Internacional (SUI) empezó en 1986 con cuatro o cinco universitarios que se desplazaban semanalmente al barrio gitano de La Celsa, en la periferia madrileña. Seis años después, centenar y medio de estudiantes atienden varios suburbios de gente marginada.
SUI, según su actual presidente, David Palacios, pretende «ayudar en todos los sentidos a niños de 6 a 16 años de los barrios de La Celsa, Pies Negros, Polígono 38 de Moratalaz, Pozo del Huevo, la Quinta, y de dos residencias de tutelados, donde viven chicos a cuyos padres se ha quitado la patria potestad». En estos barrios extremos, los voluntarios de SUI han logrado que muchos niños sigan sus estudios y que otros ingresen en talleres-escuela de carpintería, mecánica, electrónica, peluquería…
La actividad de SUI ha atraído también a jóvenes que no son estudiantes. Pero la gran mayoría de los voluntarios son universitarios. En cualquier caso, se trata de gente ocupada, que no puede descuidar su trabajo o sus estudios. Semanalmente dedican a sus tareas de asistencia tres o cuatro horas los sábados y los domingos, más otras dos o tres horas que consiguen sacar entre semana. SUI también cuenta con un equipo de colaboradores profesionales -médicos, abogados, empresarios…- que les facilitan asesoramiento y ayuda médica o jurídica, y contactos con el mundo laboral para la integración de los marginados.
Prevención de la drogadicción
SUI tiene un servicio para niños y otro para jóvenes. Colabora con los asistentes sociales para lograr la escolarización de los niños e introducir a los jóvenes en el mundo laboral. Desarrolla actividades culturales y de promoción de la creatividad artística, a fin de ampliar el horizonte vital de esos chicos. Organiza juegos deportivos para ayudarles a adquirir la disciplina personal y la ética necesaria en la vida social. Con estos procedimientos, SUI persigue uno de sus objetivos principales: prevenir la delincuencia y la drogadicción, tentaciones muy fuertes entre los jóvenes de los barrios deprimidos.
La educación religiosa, por medio de la catequesis, es otro capítulo de especial importancia entre las actividades de esta asociación. Como los chicos, en su mayor parte, tienen escasa instrucción, por medio de dibujos y sencillas explicaciones se les intenta inculcar un sentido cristiano de la vida.
Pocos días antes de la pasada Navidad, SUI saltó a las páginas de los periódicos madrileños, que informaron del festival con niños gitanos que había organizado en el Centro Cívico de la avenida de Entrevías. Hubo canciones -no faltaron los villancicos-, actuaciones teatrales y hasta un pase de modelos. Con este acto, la asociación se dio a conocer fuera del ámbito en que trabaja y obtuvo el aplauso del público. Pero no es el éxito aparente lo que busca SUI. Como señala José Antonio Ruiz, recién licenciado en Derecho y miembro de la asociación, «ahora todos nos felicitan; pero nosotros no queremos sólo aplausos de vez en cuando: necesitamos gente que eche una mano».
Muchos estudiantes encuentran en iniciativas como SUI una fórmula asequible de realizar eficazmente sus ideales de ayuda a la población necesitada, en la misma ciudad donde viven. Ahora, la asociación proyecta ampliar su radio de acción con programas de asistencia en América del Sur.
«Veraneo» en el Tercer Mundo
Otros ya han llegado a esa y otras regiones subdesarrolladas del planeta. La revista Redacción, de la Universidad de Navarra, dedica unas páginas de su último número a narrar iniciativas de ayuda al Tercer Mundo llevadas a cabo por alumnos, en su mayoría de la Facultad de Medicina, durante las pasadas vacaciones de verano. A su vuelta, estos voluntarios describen sus impresiones.
Que, al ayudar a los demás, se recibe más de lo que se da, puede sonar a tópico hasta que se experimenta. Y esa es la conclusión unánime de estos estudiantes. «Lo mejor que he encontrado en estos países es la gente -afirma una estudiante de último curso de Medicina que ha pasado unos meses en África-. Es impresionante estar con ellos. Están contigo y se olvidan del mundo y de sus muchísimos problemas. Hay una alegría muy grande en los rostros de esa gente que vive llena de dificultades». Por eso no sorprende que la inmensa mayoría de los que han probado a participar en una iniciativa asistencial de este tipo repitan al cabo del tiempo o, por lo menos, presten su apoyo para cualquier proyecto similar.
Algunos estudiantes de Medicina de la Universidad de Navarra no han esperado a sacar plaza de MIR y colocarse en un hospital que cuente con unos medios técnicos adecuados para ejercer de médico. Un grupo de seis alumnos de sexto curso pasaron dos meses trabajando en la República Dominicana. Colaborando con unas misioneras con las que previamente habían tomado contacto, comenzaron a recorrer pueblos y campitos para organizar consultas médicas en las escuelas. Cada uno atendió aproximadamente a 1.600 pacientes. En total recorrieron cuarenta localidades, atendiendo enfermos prácticamente de todo tipo, gracias a un cargamento de medicinas que consiguieron llevar de España.
Donde no han visto un médico
Esta iniciativa es un ejemplo de lo que puede hacer un pequeño grupo de amigos. Para socorrer a gente de un país pobre y lejano no es imprescindible contar con grandes instituciones humanitarias de carácter internacional, ni convocar conferencias de sesudos expertos que analicen los diversos problemas del mundo subdesarrollado. Basta con estudiar bien un proyecto, tener un contacto en el país de destino, pedir un poco de ayuda económica, conseguir un cargamento de medicinas y poner rumbo al país en el que se desea hacer un trabajo de voluntariado.
Otro proyecto similar, llevado a cabo por estudiantes de la Facultad de Medicina de Navarra durante el verano pasado, ha consistido en prestar asistencia médica en Abancay (Perú) durante dos meses. La expedición estaba compuesta por diez estudiantes y un doctor de la Clínica Universitaria. Contaron con el patrocinio de la Fundación Codespa y con la financiación del Gobierno de Navarra a la Asociación Juvenil Cooperación al Desarrollo, que se hizo responsable del proyecto.
Varios laboratorios donaron a este grupo más de 700 kilos de medicinas, que fueron trasladados gratuitamente a Lima por Iberia y Aviaco. Los voluntarios recorrieron poblaciones de difícil acceso que nunca han contado con atención médica. Elena Villafranca, miembro del grupo, cuenta que «la gente nos acogió de manera extraordinaria, haciendo que nos sintiésemos muy a gusto».
Con la ayuda del Instituto para la Cooperación Universitaria, de Roma, y la Asociación Pro-Perú, una veintena de estudiantes navarros realizaron en agosto pasado otro programa de asistencia en el mismo país, esta vez en San Miguel de Piura. Llevaron a cabo tres trabajos: una encuesta sobre nutrición entre los niños del poblado, colaborar en la construcción de una iglesia que sólo tenía colocados los cimientos, y atender un puesto médico con la ayuda de varias empresas que donaron los medicamentos necesarios.
Fermín, uno de los voluntarios, señala que su participación en esta iniciativa ha supuesto para él «muchísimo más que si hubiera pasado el verano tumbado al sol. Es una experiencia única en todos los sentidos, tanto por la ayuda que puedes ofrecer como por lo que aprendes, pues te hace valorar mucho más todo lo que posees.
«La mentalidad del universitario que sólo piensa en forrarse de dinero al acabar la carrera tiene que cambiar mediante este tipo de ayuda social. Hay que darse cuenta de que el fin no debe ser el dinero, sino ayudar a los demás».
Un pollo cada tres meses
Veintidós voluntarios de la Universidad de Navarra veranearon el año pasado en El Salvador. Durante un mes se dedicaron a repartir medicinas, vacunar a centenares de personas, dar clases sobre normas elementales de higiene, enseñar a leer y escribir… El grupo estaba compuesto por alumnos de Biología, Derecho, Periodismo, Filosofía, Medicina y Arquitectura, además de dos profesores, dos periodistas y un licenciado en Filosofía.
Visitaron las comunidades rurales más pobres del Estado de Santa Ana, como Huilihuiste, San Miguelito o El Resbaladero. Su principal misión consistió en prestar asistencia médica elemental, sobre todo en lo referente a la higiene, en aquellas aldeas por las que no había pasado nunca un médico. Vacunaron a más de 600 personas, sobre todo niños y futuras madres. Todos los habitantes viven en casas de adobe o caña, los niños -desnutridos- van descalzos por los caminos, el agua está contaminada… Ignacio Barrera, uno de los jóvenes que viajó a El Salvador, explica que «allí la gente come todos los días maíz y frijoles. Una vez cada tres meses matan un pollo y se lo comen: eso es todo un acontecimiento».
Para desarrollar sus actividades, entre las que también se incluían clases de alfabetización y doctrina cristiana, el grupo contó con la colaboración del Obispo Auxiliar de Santa Ana, Mons. Fernando Sáez. Para realizar este viaje a El Salvador cada uno de los veintidós jóvenes aportó 50.000 pesetas; el resto de los gastos -medicinas y material diverso- fue sufragado gracias al apoyo del Servicio de Actividades Culturales y Sociales de la Universidad, y de otras instituciones.
De vuelta en Pamplona, los integrantes del grupo destacaban «la sencillez, nobleza y sinceridad de aquella gente, que parece feliz con lo que tiene, y que no se queja. Íbamos allí con el propósito de ayudar, pero hemos sido nosotros los más beneficiados. Nos han dado muchas lecciones».
En suburbios cercanos o al otro lado del océano, centenares de estudiantes han descubierto que ayudar a los más necesitados está al alcance de la mano.
Cuando se piensa en los problemas reales que están resolviendo, en la asistencia efectiva que proporcionan a miles de personas, asombra comprobar hasta dónde puede llegar la determinación -en apariencia de corto alcance- de aportar un granito de arena.