El revuelo que se ha organizado en Estados Unidos sobre la presencia de los homosexuales en el ejército sólo se saldará juiciosamente si se establece que los derechos civiles son de los individuos, no de los grupos, dice The Economist (Londres, 6-II-93) en un editorial.
(…) El asunto no es de poca monta. No se reduce a dejar a los homosexuales ser soldados, si lo desean. Es una cuestión de cómo una minoría, cada vez más ruidosa y poderosa, puede buscar acomodo en la sociedad norteamericana.
Los homosexuales norteamericanos -con alto nivel de instrucción, acaudalados y movilizados por el SIDA- consideran su causa como la gran batalla por los derechos civiles de los años noventa, como la igualdad de los negros lo fue en los sesenta (…). Quieren manifestarse abiertamente como tales, y ser reconocidos y protegidos. Su lema en las manifestaciones es: «derechos homosexuales». Están pidiendo, y en algunos casos ya han conseguido, disposiciones locales que garanticen igualdad de oportunidades en el acceso a la vivienda y al trabajo, y que prohíban la discriminación. Creen que, mientras no haya leyes de ese tipo en todas partes, son ciudadanos de segunda. Pero se equivocan.
Los homosexuales ya tienen derechos: sus derechos individuales como hombres o mujeres, blancos o negros (…). Pero esos derechos les corresponden como ciudadanos, no como grupo.
(…) Veintidós Estados, entre ellos Arkansas, todavía mantienen leyes contra la sodomía que deberían haber sido revocadas hace años. Sin embargo, estas leyes se dirigen también a los heterosexuales; en los asuntos privados, como en los públicos, la ley no distingue entre homosexuales y heterosexuales, ni debe hacerlo. El año pasado, en Oregón, estuvo a punto de ser aprobada una propuesta deleznable que definía la homosexualidad como una aberración. Pero incluso esta propuesta no pretendía limitar los derechos civiles de los homosexuales.
Por el contrario, las leyes antidiscriminación, donde se aprueben, pueden resultar contraproducentes.
En Colorado, las ordenanzas que daban una protección especial a los homosexuales fueron revocadas en noviembre. El fanatismo tuvo algo que ver, pero el caso es más complejo. Las leyes protectoras, cuando van dirigidas a un grupo particular, singularizan a ese grupo, y pueden atraer sobre él un resentimiento real, contra el cual las leyes poco pueden hacer (…).
Los homosexuales norteamericanos se encuentran ante un dilema. Desean y no desean hacerse notar. Desean ser considerados como víctimas de una enfermedad mortal, pero se dan cuenta de que cuanto más vociferen, más fácil será a la gente levantar barreras contra ellos.
(…) Clinton debe hacerles ver que, en Estados Unidos, los derechos corresponden a los individuos, cada uno de los cuales es digno de tolerancia y respeto; pero no pertenecen a los grupos. La mejor oportunidad para Clinton llegará a finales de este año, cuando se presenten propuestas para extender la Ley de Derechos Civiles a los homosexuales. Si el presidente es juicioso, responderá que la ley debe extenderse a todos los grupos, o a ninguno. Si son juiciosos, los homosexuales estarán de acuerdo con él.