El décimo viaje de Juan Pablo II al continente africano
Roma.- Con su nuevo viaje a África, Juan Pablo II ha puesto de relieve no sólo la solicitud pastoral del Papa hacia todos los católicos, especialmente los más necesitados, sino también su profundo sentido de la historia. África está cambiando, ha dicho, y del porvenir de este continente tan olvidado depende también la estabilidad y el futuro del mundo. Durante su décimo viaje a África, del 3 al 10 de febrero, el Papa visitó dos países, Benín y Uganda, e hizo una breve escala en Jartum, capital de Sudán.
Estos tres países manifiestan de modo distinto la vitalidad del catolicismo africano, que se ha duplicado durante el pontificado de Juan Pablo II, pasando de 50 a 92 millones de fieles, aunque todavía sólo representa el 14% de la población total.
La etapa más breve del viaje -las últimas nueve horas-, pero también la más delicada, se desarrolló en Jartum. Sudán es el primer país que visita Juan Pablo II donde impera la sharía, la ley islámica, con la consiguiente discriminación, cuando no verdadera y propia persecución, de la población no musulmana. Los católicos han sufrido la expulsión de misioneros, el cierre de numerosas organizaciones y una política de islamización forzosa. Ante esta situación, la Santa Sede protestó el pasado octubre ante el gobierno por la «violación flagrante» de los derechos humanos (cfr. servicios 121 y 133/92). También la ONU ha denunciado esta política de fundamentalismo islámico, teledirigida, según los observadores, por el régimen de Irán (cfr. servicio 25/92).
Llamada a la libertad religiosa en Sudán
Los católicos en Sudán ascienden a casi dos millones de personas, lo que supone poco más del 7% del total. De raza negra, viven fundamentalmente en el Sur, pero en los últimos tiempos se han visto obligados a emigrar, a causa de la guerra civil con las tropas gubernamentales del Norte, musulmán y de raza árabe. Entre otros lugares, se han refugiado en las afueras de Jartum, donde han creado un inmenso arrabal de barracas.
La visita del Papa corría el riesgo de ser instrumentalizada por el régimen, que podría ofrecer así una falsa imagen de tolerancia. El Papa se refirió a esta posibilidad al responder a una pregunta que le formularon durante el vuelo. El riesgo existe siempre, dijo, pero «el mismo Jesucristo corrió el riesgo de enviar a doce pescadores a predicar por el mundo».
Además, añadió, esta visita está unida «a la figura de una pequeña esclava que se llama Josefina Bakita, que fue beatificada, quizá para escándalo de tantos, junto a Josemaría Escrivá. El mismo día, en la misma celebración, y gracias a eso tuvo un auditorio extraordinario, trescientas mil personas que vinieron también para su beatificación y han aplaudido sobre todo aquellos pasajes en los que se hablaba de ella. No está nada mal».
La aprensión de algunos se esfumó al comprobar que nada más poner pie en Jartum, el Papa habló del necesario respeto a la libertad religiosa y aludió a la angustia de los cristianos del país, cuyos sufrimientos «reproducen el misterio del Calvario». Y ante doscientas mil personas proclamó: «Hoy, en Sudán, el obispo de Roma, sucesor de Pedro, os exhorta a permanecer firmes y a ser valientes. El Señor está cerca de vosotros, no os dejará nunca solos. La Iglesia entera comprende vuestra angustia y reza por vosotros».
Quedó en el aire, eso sí, la impresión de que el Papa y las autoridades musulmanas hablaban idiomas diferentes. El presidente del consejo revolucionario de Sudán, general Omar el Bashir, negó en su discurso ante el Papa que la aplicación de la ley islámica suponga presiones sobre otras comunidades y excluyó que se esté llevando a cabo una «guerra santa» contra los cristianos. Aquí no ocurre, dijo, como en España hace cinco siglos, cuando los Reyes Católicos expulsaron a judíos y musulmanes. El Papa recordó que cuando no hay correspondencia entre las declaraciones de principios y los hechos concretos, «la violencia puede llegar a ser incontrolable».
Vientos de cambio en África
Se sabe que Juan Pablo II conoce de primera mano los problemas de África, pues ha estado en muchos países del continente y ha hablado con casi todos los jefes de Estado. Recibe, además, informaciones directas de los nuncios y de los episcopados locales. Por eso, su visión de África es muy distinta de los clichés occidentales.
Conversando sobre estos temas con los periodistas que le acompañaban en el avión, el Papa subrayó que hay que respetar «la mentalidad, las tradiciones y las realidades africanas». Que «no se pueden aplicar indiscriminadamente ni imponer demasiado rápido los modelos occidentales, democráticos». Los pueblos africanos, dijo, tienen un sistema social que «conserva todavía muy fuertemente las realidades tradicionales: familia y tribu. No son cosas retrógradas, sino que aún hoy tienen un valor. Quizá tienen aquel valor que nosotros occidentales hemos perdido, y es una verdadera pérdida, no un progreso». África, además, dijo en otro momento, cuenta con dos aspectos esenciales de los que el mundo está especialmente necesitado: «el sentido de la comunidad y el sentido de la dimensión espiritual de la vida humana».
A lo largo de los veintiséis discursos, alocuciones y homilías pronunciados en este viaje, el Papa ha manifestado que «África está cambiando. No al mismo ritmo en todos lados ni en la misma dirección», pero «muchas personas en este continente se dan cuenta que deben encontrar soluciones africanas a los problemas africanos». Una aspiración con la que está de acuerdo, pues «África no puede aceptar de nuevo el yugo, sutil pero real, del colonialismo económico y político».
Unidad nacional con respeto a las minorías
Un aspecto de ese cambio lo pudo observar en Benín, país que inició un proceso de democratización en 1991, después de diecisiete años de régimen marxista-leninista. El Pontífice ya visitó en 1982 esta antigua colonia francesa, de menos de cinco millones de habitantes, donde la religión tradicional, el «vudú», cuenta con un 65% de seguidores. Los católicos son el 20%.
Aludiendo a los cambios del continente, JuanPablo II ofreció algunos criterios sobre los que construir el futuro, ya que «los vientos de cambio exigen renovadas estructuras de organización económica y política, que respeten verdaderamente la dignidad de la persona y los derechos humanos». Muchas de esas indicaciones las hizo ante las autoridades de Jartum, donde renovó la estima del cristianismo por el Islam.
El punto central es el respeto por la libertad religiosa y la insistencia en que la religión no puede ser nunca presentada como excusa para la injusticia y la violencia. «La única lucha que puede ser justificada por motivos religiosos, la única lucha digna del hombre, es la lucha moral contra las pasiones desordenadas», contra el egoísmo, los intentos de opresión a los demás, el odio y la violencia. El riguroso respeto del derecho a la libertad religiosa, «constituye el fundamento para la convivencia pacífica».
Otro aspecto clave es el respeto a las minorías, que constituye además la piedra de toque para demostrar que una sociedad es moralmente madura. Derecho a la propia lengua, cultura, tradiciones, que el Estado está obligado a respetar. En un país multicultural y multiracial, como son muchos países africanos, «la estrategia del enfrentamiento no podrá nunca traer la paz y el progreso».
«En el África del futuro no debería haber espacio para proyectos que traten de construir la unidad nacional obligando a las minorías a asimilar la religión o la cultura de la mayoría». Y añadió una constatación fruto de la experiencia europea: «la falsa unidad conduce sólo a la tragedia».
La inculturación de la fe
Para hacer frente a los innumerables problemas todavía presentes, pues «una historia tumultuosa ha dejado una herencia de subdesarrollo, rivalidad étnica y conflictos», el Papa pidió un nuevo estilo de cooperación internacional, basado en la interdependencia, no en el sometimiento.
A este propósito, no tuvo inconveniente en reconocer que con esta visita quiere también atraer la atención de los países desarrollados sobre los problemas de este continente: después de tristes episodios de explotación y esclavitud, «las naciones de África tienen el derecho de esperar una ayuda desinteresada que les asegure una auténtica independencia, para que puedan de una vez construir su propio futuro a su modo».
Desde el punto de vista más estrictamente pastoral, el Papa se refirió a la defensa y promoción de la familia y a la inculturación. De este último tema habló sobre todo a los obispos: además de «lucidez teológica y discernimiento espiritual», hace falta mucho tiempo para que del Evangelio nazca una cultura cristiana, como ocurrió cuando el Evangelio llegó a Europa. En esta misma línea, y refiriéndose a la posible sensación de que el cristianismo pueda quitar algunos aspectos de autenticidad africana, el Papa insistió en que también los antepasados de los misioneros llegados de Europa tenían su propia religión. «Acogiendo el mensaje de Cristo, no han perdido nada sino que, al contrario, han tenido la posibilidad de conocer a Jesucristo y de ser, en El, y por medio del bautismo, hijos e hijas del Dios de amor y de misericordia». Tampoco el matrimonio, precisó, tal como lo predica la Iglesia, tiene orígenes occidentales, sino que corresponde al designio de Dios. Además, recordó en otro momento, «la presencia del cristianismo en algunas regiones africanas se remonta a los albores de la era cristiana».
Con los enfermos de SIDA en Uganda
Las dificultades de muchos países africanos se advierten de modo particular en Uganda. El país salió hace seis años de una larga guerra civil. El hombre fuerte del régimen, Musoveni, prometió elecciones presidenciales para 1994. Son católicos más del 40% de sus diecinueve millones de habitantes. Uganda recibió a Pablo VI en 1969, convirtiéndose así en el primer país africano visitado por un Papa de los tiempos modernos.
Allí tuvo lugar el momento más emotivo del viaje: el encuentro de Juan Pablo II con los enfermos de SIDA, enfermedad que en Uganda alcanza niveles de epidemia. El Papa lanzó desde allí una llamada a cuantos están trabajando para encontrar una respuesta científica a la enfermedad, con el fin de que «no permitan que consideraciones comerciales les distraigan de sus generosos esfuerzos».
Se refirió también al SIDA en el contexto de un discurso en el que habló de castidad a los jóvenes ugandeses. Castidad como expresión de honestidad consigo mismo y con los demás. «El lenguaje sexual honesto pide un compromiso fiel que dure toda la vida. Dar vuestro cuerpo a otra persona, significa daros del todo a esa persona». Por eso, y apelando a que los jóvenes rechazan la hipocresía, manifestó que «la castidad es el único modo seguro y virtuoso para poner fin a la trágica plaga del SIDA que tantas jóvenes vidas ha segado».
El Sínodo africano será en 1994
El Papa anunció también durante este viaje que la asamblea especial para África del Sínodo de los obispos se desarrollará a partir del 10 de abril de 1994, y tendrá lugar, como todos los sínodos, en el Vaticano. Está prevista, además, una fase celebrativa en África, que presidirá el mismo Pontífice, «para animar a los católicos a poner en práctica las propuestas del sínodo y para expresar la solidaridad de la Iglesia universal con las iglesias particulares de África».
El documento preparatorio del sínodo, un texto de 119 páginas, afirma que las relaciones con el Islam se presentan cada vez más difíciles hasta el punto de que el futuro «despierta preocupación». El documento insiste en la necesaria reciprocidad entre el tratamiento que los musulmanes reciben en países de tradición cristiana y el que los cristianos reciben en países de mayoría musulmana. Otros temas se refieren a la difusión de las sectas, la inculturación, y el empeño de promoción humana y social de la Iglesia.
Para Juan Pablo II, este nuevo viaje hace el número cincuenta y siete desde el inicio de su pontificado, y se trata del primero que realiza este año.
Para 1993 está previsto que viaje también a Albania (25 de abril), España (junio), Estados Unidos (agosto) y los Países Bálticos (septiembre). Realizará, además, otras cinco visitas pastorales a diversas ciudades italianas. Una agenda que desmiente, en la práctica, los rumores sobre su preocupante estado de salud.
Diego ContrerasJuan Pablo II ante el Islam
Le Monde (12.2.93) se plantea en un editorial si era oportuna la visita de Juan Pablo II a un régimen como el de Sudán. «Sigue abierto el debate entre adversarios y partidarios de un diálogo con regímenes puestos en cuarentena por la comunidad internacional. Los efectos de la visita del Papa sólo podrán comprobarse a largo plazo», dice. «Pero las palabras de Juan Pablo II habrán tenido al menos el mérito de recordar al mundo la trágica realidad de la situación que vive Sudán desde el golpe de Estado de 1989 y, por otra parte, de consolar a la minoría cristiana y a la oposición».
En cuanto a la relación con el Islam, «el Papa no se hace muchas ilusiones. Conoce desde hace tiempo la dificultad del diálogo con el Islam que, desde el Concilio Vaticano II, antes del surgimiento espectacular del integrismo y del islamismo político, parecía que podía durar».
«Sin embargo, a pesar de los vientos contrarios, Juan Pablo II no ha roto nunca el hilo. Así, en el Líbano, no ha sostenido al general Aoun. Ha marcado sus distancias con la intervención occidental en el Golfo. Recuerda sin cansancio los derechos de los palestinos. Y en la misma Africa, a pesar de los temores de los obispos locales, ha pisado ya terrenos islámicos en Nigeria (1982), en Marruecos (1985), en Malí (1990), en Senegal (1992)».
«El objetivo del Papa es salvar lo que se pueda en la comprensión entre las dos grandes religiones, pedir justicia para las minorías cristianas, desbloquear situaciones, sugerir soluciones. ¿Poca cosa? Después de todo, la Ostpolitik, en los años sesenta, comenzó con esos balones de oxígeno a las Iglesias perseguidas en los países comunistas. Y los hechos han venido a darle la razón».