Vivian Smith escribe en The Globe and Mail (Toronto, 24-XII-92) acerca del papel de los abuelos en la familia, y de un proyecto que proporciona voluntarios para desempeñar este papel en familias que no los tienen.
Hace poco conocí a Michael, un chico de siete años al que le gusta estar con su abuela. «Cuando ve su coche, se vuelve loco», dice su madre, Rafina. Las dos mujeres se conocieron en el Programa de Abuelos Voluntarios, un proyecto piloto puesto en marcha hace siete meses por la Family Service Association of Metropolitan Toronto. El programa, similar a uno que se desarrolla en Vancouver, pone en contacto a voluntarios ancianos (la mayor parte hasta ahora mujeres; necesitan más hombres) con familias que han perdido a los abuelos por la muerte, la distancia o la separación.
Muchos de los que piden ayuda son madres solteras que buscan un modelo maduro para su hijo o hija joven. «Mi hija lee en los libros acerca de las abuelas y los abuelos, pero no los tiene en su propia vida», escribe uno de los solicitantes.
Judie, la nueva abuela de Michael, le lleva al zoo, al museo o a una pizzería. Una vez tenían una fiesta en Ice Capades. Y Michael hizo un pastel de cumpleaños para la nieta de Judie, que acababa de cumplir un año. «Mi familia tiene ahora 21 miembros», dice Michael, mostrando un álbum lleno de fotografías de reuniones con Judie y los parientes que ahora comparten. Esta noche, las tres generaciones se juntarán para celebrar la Navidad.
Rafina está satisfecha por haber logrado una abuela para su activo hijo y por haber encontrado una nueva amiga y consejera para ella misma. Cuando era niña, Rafina se encontraba muy unida a su propia abuela. «Yo era la única que podía cocinar para ella», dice.
Judie, de 54 años, cuenta que Michael se vuelve más abierto con ella a medida que pasa el tiempo. Y piensa que el chico está adquiriendo un cierto sentido histórico. «Ha visto en casa conmigo películas de cuando yo tenía cinco años», dice. Una socióloga americana llamada Elise Boulding dice que la mayoría de las familias tienen, aunque no sean conscientes de ello, lo que llama «doscientos años de presente». Si tus padres viven hasta los ochenta y cuentan historias acerca de sus padres, tienes un panorama de cien años con respecto al pasado. Si tienes hijos -toca madera- que vivirán hasta los noventa, cuentas con una visión del futuro que barre un siglo. Eso hace que me pregunte cómo celebraban la Nochebuena mis antepasados en 1892, y si nuestra descendencia celebrará anciana y arrugada estas fiestas en 2092.
Para eso están los abuelos: para elevar nuestra mirada y mostrarnos la larga distancia. Para eso, y para darnos dulces antes de la cena.