Roma. Como el mejor abogado de la Inglaterra de su tiempo, Tomás Moro hizo todo lo políticamente posible para no ser mártir. Todo menos sacrificar su conciencia y poner al rey por encima de su Dios. Y cuando ya no hubo nada que hacer, el Lord Canciller de Inglaterra subió con tranquila resignación al patíbulo en 1535. La fascinante personalidad del santo inglés explica que creyentes y no creyentes hayan suscrito la petición, acogida por Juan Pablo II, para proclamarlo Patrono de los Gobernantes y de los Políticos.
El nombramiento del Papa, contenido en un motu proprio del 31 de octubre, no podía llegar en un momento más oportuno. En una época en la que la conciencia de los que ejercen funciones públicas parece muchas veces eclipsada, o cuando no pocos gobernantes parecen privilegiar el interés personal o de grupo sobre el bien común, la figura de Moro ayuda a recordar que si para mantenerse a flote hay que renegar de la conciencia, es preciso elegir la conciencia. Ya es alentador el hecho de que la proposición de buscar un modelo, un punto de referencia, haya surgido precisamente de personas que dedican su vida a la política.
Modelo de laico
La idea, en efecto, según explicó uno de sus inspiradores, el ex presidente de la República italiana Francesco Cossiga, surgió en 1985 por parte de un grupo de políticos y estudiosos, reunidos en el ámbito de la Asociación Internacional de Amigos de Tomás Moro. De aquellos primeros momento, el ex presidente italiano recordó el apoyo que recibió del entonces prelado del Opus Dei, Mons. Alvaro del Portillo, un aliento que mantuvo también su sucesor: «Para ambos, la figura de Tomás Moro refleja de modo nítido el ideal de laico cristiano propuesto por el fundador, Escrivá de Balaguer».
La mentalidad laical de Moro fue subrayada por varios de los participantes en la presentación de la proclamación, que tuvo lugar en el Vaticano. El propio Cossiga puso de relieve que Tomás Moro «fue laico de vocación, no como fruto de la no-vocación religiosa, sino como elección». También el cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité Central del Gran Jubileo, describió al «autor de la extraordinaria Utopía como alguien que cultiva las artes, pero lleva el cilicio. Hombre inmerso en los asuntos públicos, pero padre atento de sus cuatro hijos, y parroquiano de misa diaria. Asume en sí el doble papel de Marta y María».
Políticos de todas las tendencias
Después de aquella fase inicial, la propuesta se relanzó con nuevo brío hace dos años, de modo que el pasado 25 de septiembre, Cossiga y el senador venezolano Hilarión Cardoso pudieron presentar al Papa la petición formal. La solicitud estaba acompañada por varios cientos de cartas de adhesión escritas por personalidades de numerosos países y diversas coloraciones políticas. La pluralidad de peticionarios es uno de los aspectos que se resaltan en la introducción del documento oficial con el que el Papa lo proclama patrono.
«Entre los firmantes de esta petición hay personalidades de diversa orientación política, cultural y religiosa, como expresión de vivo y difundido interés hacia el pensamiento y la conducta de este insigne hombre de gobierno». Y un poco antes precisa que «por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana».
Aunque el elenco de signatarios no se ha divulgado, se sabe que junto a tres presidentes italianos, Cossiga, Scalfaro y Leone, y otros políticos como Andreotti, figuran jefes y ex jefes de Estado de países como Chile, Colombia o la Confederación Helvética, el primer ministro de Portugal, el príncipe Rainero y su hijo Alberto, el ex primer ministro italiano D’Alema, etc. El Parlamento polaco es el que aporta un mayor número de firmantes.
Unidad de vida
«Cuando entro en la sala donde fue procesado -recordó Sir David Alton, otro de los promotores de la causa-, me pregunto cómo Moro, que se dejó decapitar con tal de no renegar de sus principios, viviría hoy nuestras batallas como parlamentarios ingleses que debaten sobre la clonación humana, la eutanasia, el aborto, la destrucción de embriones humanos…».
Aunque no lo dijo, el propio Alton, padre de cuatro hijos, ha vivido en propia carne lo que significa no renunciar a las propias convicciones: en 1992 amenazó con abandonar su partido, el Liberal Democrático, cuando éste quiso obligar a los parlamentarios a votar a favor del aborto.
El político inglés precisó que uno de los conceptos esenciales para comprender a Tomás Moro era el de unidad de vida. Se trata de una idea que también está presente en el texto de la petición elevada al Papa: «Santo Tomás Moro aparece como el modelo ejemplar de esa unidad de vida en la que Su Santidad ha cifrado la expresión específica de la santidad para los laicos (…). En Santo Tomás Moro no hubo señal alguna de esa fractura entre fe y cultura, entre principios y vida cotidiana, que el Concilio Vaticano II lamenta ‘como uno de los más graves errores de nuestra época'».
El texto del Papa glosa esas mismas ideas: «Refiriéndome a semejantes ejemplos de armonía entre la fe y las obras, en la Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici escribí que ‘la unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres’ (n. 17).
«Esta armonía entre lo natural y lo sobrenatural es tal vez el elemento que mejor define la personalidad del gran Estadista inglés. Él vivió su intensa vida pública con sencilla humildad, caracterizada por el célebre ‘buen humor’, incluso ante la muerte». (A este propósito, el cardenal Etchegaray recordó la famosa frase pronunciada en el mismo patíbulo: «Ayúdame a subir las escaleras -dijo al verdugo-, que de bajar ya me encargo yo»).
También gusta a los anglicanos
La figura de Moro no representa en la actualidad un punto de conflicto con la Iglesia anglicana, una Iglesia nacional que tiene su origen precisamente en el desgarrón provocado por Enrique VIII y que costó la vida al santo. En 1980, la Iglesia anglicana introdujo a Moro en su calendario litúrgico con el título de «mártir»: lo que los anglicanos contemplan es el martirio de Moro en defensa de la libertad religiosa.
El documento del Papa no esconde que Moro vivió dentro de «los límites de la cultura de su tiempo», concretamente en lo que se refiere a su acción contra los herejes (hizo arrestar a muchos y polemizó casi con violencia contra los protestantes). No hay que olvidar, de todas formas, que habría que esperar al Concilio Vaticano II para que se abordara con nuevas luces la doctrina sobre la libertad de conciencia.
A pesar de esas limitaciones, afirma el Papa, «fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede decir que él vivió de modo singular el valor de una conciencia moral que es ‘testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma’ (enc. Veritatis splendor, 58)».
La acción de Moro pone de relieve que «el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Ésta es la luz que iluminó su conciencia». El Papa reitera también la idea de que «el hombre es criatura de Dios, y por esto los derechos humanos tienen su origen en Él, se basan en el designio de la creación y se enmarcan en el plan de la Redención. Podría decirse, con expresión atrevida, que los derechos del hombre son también derechos de Dios».
Según se afirma en la petición presentada al Papa, Moro fue «un mártir de la libertad en el sentido más moderno del término, porque se opuso a la pretensión del poder de dominar sobre las conciencias, tentación perenne -trágicamente atestiguada por la historia del siglo XX- de sistemas políticos que no reconocen nada por encima de ellos. Fiel a las instituciones de su pueblo y atento a las lecciones de la historia, que le mostraban que el primado de Pedro constituye una garantía de libertad para las Iglesias particulares, Santo Tomás Moro dio la vida por defender una Iglesia libre del dominio del Estado. A la vez estaba defendiendo también la libertad y el primado de la conciencia del ciudadano frente al poder civil».
Un modelo creíble
Entre las razones que han favorecido la proclamación de santo Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y de los Políticos, el Papa menciona «la necesidad que siente el mundo político y administrativo de modelos creíbles, que muestren el camino de la verdad en un momento histórico en el que se multiplican arduos desafíos y graves responsabilidades». El Papa se refiere, concretamente, a los fenómenos económicos que están modificando las estructuras sociales; a las conquistas científicas en el sector de las biotecnologías, que «agudizan la exigencia de defender la vida humana en todas sus expresiones»; a las promesas de una nueva sociedad, que exigen con urgencia «opciones políticas claras en favor de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los marginados».
Los documentos históricos muestran que Tomás Moro «se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes».
Para los gobernantes y políticos que suscribieron la petición, la lección fundamental de Tomás Moro a los hombres de Gobierno es «la lección de la huida del éxito y el consenso fáciles cuando ponen en entredicho la fidelidad a los principios irrenunciables, de los que dependen la dignidad del hombre y la justicia del orden civil».
Con humor inglés, Lord Alton reconoció que proponer como modelo una persona que acabó sus días en el patíbulo no deja de ser un desafío para los políticos. Pero, añadió, da luces la explicación del Papa: la santidad de Moro, «que brilló en el martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo y de entrega a Dios y al prójimo». Lo que se puede imitar, al menos, es su vida.
Un hombre para todas las horas
Sir Tomás Moro nació en Londres el 7 de febrero de 1478 en el seno de una respetable familia. Estudió leyes en Oxford y Londres, y se interesó por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura clásica. Buen conocedor del latín y del griego, fue amigo de protagonistas de la cultura renacentista, como Erasmo de Rotterdam (quien escribió en casa de Moro su famoso Elogio de la locura y quien definió a su amigo con la famosa expresión «omnium horarum hominem»). Está considerado uno de los fundadores de la ciencia jurídica de la common law inglesa.
En 1505 se casó con Juana Colt, de la cual tuvo tres hijas y un hijo (todos recibieron la misma educación, algo revolucionario para las costumbres de la época). Tras la muerte de Juana en 1511, se casó en segundas nupcias con Alicia Middleton, viuda con una hija. Se convirtió en un abogado de fama y en 1504 fue elegido por primera vez para el Parlamento. Enrique VIII lo nombró también representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera en la administración pública. En 1523 llegó a ser presidente de la Cámara de los Comunes.
En 1529, en un momento de crisis política y económica del país, el rey le nombró Canciller del Reino. Fue el primer laico en ocupar este cargo. El 16 de mayo de 1532 presentó su dimisión, pues no quiso dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra. Se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos falsos amigos.
Negaba la competencia del Parlamento para declarar que Enrique VIII era el jefe de la Iglesia de Inglaterra o que su matrimonio con Catalina de Aragón era inválido. Pero no tenía inconveniente en admitir que el Parlamento podía reconocer como heredero de la corona al hijo de Ana Bolena. Aparte de no hacer el juramento, no dijo nada en contra del rey y disimuló honradamente su pensamiento, porque quería salvar su vida.
Dos años después, el rey, al constatar su gran firmeza para rechazar componendas contra su propia conciencia, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres. Durante sus quince meses de prisión fue sometido a diversas formas de presión psicológica, pero no se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno al despotismo. Durante su prisión escribió su libro, inconcluso, sobre la pasión de Cristo. Al final del proceso, cuando ya estaba dictada la sentencia, pronunció una célebre apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Fue decapitado el 6 de julio de 1535.
Tuvieron que pasar más de tres siglos para que se atenuara en Inglaterra la discriminación respecto contra la Iglesia católica. En 1850 fue restablecida la jerarquía católica, y fue posible iniciar las causas de canonización de numerosos mártires.
Sir Tomás Moro, junto con otros 53 mártires, entre ellos el obispo Juan Fischer, fue beatificado por el Papa León XIII en 1886. Junto con el mismo obispo, fue canonizado por Pío XI en 1935, con ocasión del cuarto centenario de su martirio. El 31 de octubre de 2000, el Papa Juan Pablo II lo proclama Patrono de los Gobernantes y de los Políticos.
Para conocer a Tomás Moro
Biografías:
– Peter Ackroyd. The Life of Sir Thomas More. Chato & Windus. Londres (1998). La biografía más reciente en inglés (ver servicio 165/99).
– Andrés Vázquez de Prada. Sir Tomás Moro. Rialp. Madrid (1966).
– Peter Berglar. La hora de Tomás Moro. Palabra. Madrid (1993).
– André Prevost. Tomás Moro y la crisis del pensamiento europeo. Rialp. Madrid (1972).
– William Roper. La vida de Sir Tomás Moro. EUNSA. Pamplona (2000).
Algunas traducciones de obras de Moro:
– Utopía. Ed. de Andrés Vázquez de Prada. Rialp. Madrid (1989).
– La agonía de Cristo. Rialp. Madrid (1978).
– Un hombre solo: Cartas desde la Torre. Ed. de Alvaro de Silva. Rialp. Madrid (1988).
– Un hombre para todas las horas. La correspondencia de Tomás Moro (1499-1534). Ed. de Alvaro de Silva. Rialp. Madrid (1998).
– Diálogo de la Fortaleza contra la Tribulación. Ed. de Alvaro de Silva. Rialp. Madrid (1988).
En el cine:
– Un hombre para la eternidad (A Man for All Seasons). Gran Bretaña (1966). Dirigida por Fred Zinnemann con guión de Robert Bolt. Oscar a la mejor película, director y actor (Paul Scofield), entre otros.