Un debate que enfrenta a padres, profesores y Administraciones Públicas
La reciente propuesta del Consejero de Educación de la Comunidad de Madrid de suprimir la «Semana Blanca» ha vuelto a poner de actualidad un tema polémico: la configuración de la jornada escolar. Mientras los padres reclaman esta supresión desde hace años, las asociaciones de profesores y los sindicatos rechazan las simplificaciones que se están haciendo en la opinión pública y que, indirectamente, cuestionan su imagen. Sin embargo, por encima de polémicas, un dato se impone: España es, con Grecia, el único país europeo que tiene más días de vacaciones que días lectivos.
En este debate conviene distinguir los diferentes tipos de horarios escolares que se entremezclan: una cosa es el horario del profesorado (sus horas lectivas y las de obligada permanencia en el centro), otra es el horario del alumnado y otra muy distinta el horario de apertura y cierre de los centros.
Tipos de jornada
Por lo general, en la Educación Primaria el horario del centro coincide con el del profesor (aunque en bastantes centros funciona ya un útil servicio de guardería), y la jornada puede ser partida o continua. La jornada partida (25 horas) incluye horas lectivas por la mañana y por la tarde; en muchos centros públicos, la jornada es de 9.30 a 12.30 y por la tarde hasta las 16.30, salvo septiembre y junio, meses en que sólo hay clases matutinas. La jornada continua, implantada sólo en algunas Comunidades Autónomas, concentra todas las clases por la mañana, en horario de 9 a 14. Los alumnos de jornada continua no suelen comer en el colegio; muchos de jornada partida, sí. En una u otra jornada, por la tarde se ofrece un conjunto de actividades extraescolares, muchas veces organizadas por las propias asociaciones de padres.
En los centros privados y concertados, la jornada, salvo excepciones, suele ser partida. Las actividades extraescolares corren a cargo de la dirección. La jornada partida en los centros públicos sólo se da en la Educación Infantil y Primaria; en la ESO (28 horas en el Primer Ciclo y 30 en el Segundo), en el Bachillerato (30 horas) y en los Ciclos de Formación Profesional (con horarios más variados) la jornada es continua. En los centros privados, en estas enseñanzas se dan los dos modelos de jornada.
Vacaciones y días lectivos
También hay que tener cuidado a la hora de valorar las estadísticas que se manejan. Para la CEAPA, la asociación de padres mayoritaria en la enseñanza pública, después de un análisis de todos los calendarios autonómicos y provinciales, los alumnos españoles tienen de media 174 días lectivos en Primaria, 168 en Educación Secundaria y 164 en Bachillerato (los que tienen que hacer la selectividad, 158).
Según estos datos, estaríamos en la cola de Europa, junto con Grecia (175 días de media). Estamos muy lejos de Luxemburgo (212), Alemania (208), Italia, Holanda y Dinamarca (200); y más cerca de Gran Bretaña (190), Irlanda y Portugal (184), Bélgica (182) y Francia (180). El Ministerio de Educación dice que la media de días lectivos en todas las enseñanzas no universitarias es de 180, bastante lejos de lo previsto.
Los profesores, por el contrario, utilizan otras estadísticas, como las elaboradas por la Unión Europea. En ellas ya no se miden los días lectivos sino las horas lectivas de estancia en el centro. Según estos datos, los escolares españoles de Primaria pasan una media de 810 horas en la escuela, por encima de la media europea (746) y de países como Alemania (662) y Dinamarca (660), aunque también lejos de Holanda (940) y Luxemburgo (936). En la Educación Secundaria, donde la media europea es de 914 horas, España cuenta con 886 horas: por encima de Portugal (744), a poca diferencia de Francia (899) y un poco lejos de Irlanda (1.038) y de Holanda (1.032).
La jornada de los profesores
Otro aspecto que conviene considerar es la jornada de los profesores, distinta en Primaria, Secundaria y Bachillerato, y también si se trata de un centro público o privado. En los centros públicos, los profesores tienen una jornada semanal de 30 horas, e imparten 25 horas lectivas en Primaria y 18 en Secundaria y Bachillerato. Se supone que otras 7,5 horas las dedican en casa a la preparación de su labor docente. El número de horas disminuye en Primaria si el centro escolar cuenta, como recomienda la LOGSE, con profesores especialistas para impartir, por ejemplo, Música, Educación Física, Idioma o Religión. También disminuye en Secundaria y Bachillerato si el profesor es Tutor y Jefe de Seminario.
En la enseñanza privada, por lo general, los profesores dan más clases por menos sueldo que en la pública. En los centros privados concertados, la jornada lectiva es de 25 horas para la Educación Primaria, Secundaria y Bachillerato, aunque el conjunto de la semana laboral es de 35. Una de las reivindicaciones de la enseñanza concertada es que se mejoren las partidas económicas destinadas a los conciertos educativos para que las condiciones laborales de sus profesores se homologuen con los de la pública.
En los centros privados no concertadas la jornada del profesor puede ser aún más larga: según el convenio, 27 horas lectivas semanales, con un total anual de 1.376 horas (1.089 lectivas, 237 de actividades complementarias y 50 para formación del profesor).
La polémica «Semana Blanca»
La «Semana Blanca» fue introducida en 1990 por el Gobierno socialista. Con estos tres días en febrero (más uno en el que se ha puesto de moda celebrar el Carnaval, caiga o no caiga en esas fechas), lo que se pretende es que los centros escolares rompan unos días el segundo trimestre, que es el más largo, y se dediquen a otro tipo de actividades culturales y deportivas. En la práctica, sin embargo, la «Semana Blanca» -una copia de la costumbre de la Europa del Norte- se ha traducido en el cierre sistemático de los centros o en tres días de esquí voluntario, una práctica deportiva que continúa siendo minoritaria y cara en nuestro país.
Las asociaciones de padres se negaron desde el principio a estos días de vacaciones por los quebrantos familiares que iban a ocasionar. Los profesores los consideran necesarios. Otros países europeos, aunque puedan tener menos horas lectivas, en el cómputo total tienen más días de clase y, por tanto, recurren a estas mini-vacaciones para romper el ritmo normal.
Quién pide la jornada continua
La polémica se extiende, también, a la conveniencia de la jornada continua. La norma ministerial que regula la jornada habla de generalizar la jornada partida para la Educación Primaria, aunque las Comunidades Autónomas pueden modificarla mediante norma propia, como han hecho Andalucía, Canarias y, curiosamente, Ceuta y Melilla, las dos únicas provincias que dependen directamente de la gestión del Ministerio de Educación. También la jornada continua está implantada en algunas ciudades gallegas y en algunos centros escolares de Toledo, Segovia, Madrid y Alcalá de Henares.
Propiciado por la Comunidad de Madrid, durante el pasado curso escolar se organizó un foro para debatir el tema de la jornada, en el que participaron todas las partes interesadas (administraciones públicas, asociaciones de padres y de profesores, patronales), y donde, a pesar del interés que suscitaron, no se llegaron a importantes conclusiones.
La Comunidad encargó también un estudio a Mariano Fernández Enguita, catedrático de la Universidad de Salamanca, cuyas conclusiones avalan las tesis de la Comunidad de Madrid de que lo mejor para los alumnos es la jornada partida. De hecho, el Informe de Enguita concluye que la jornada continua perjudica a las familias con menor poder adquisitivo, provoca más cansancio en los alumnos y sólo favorece al profesorado. Respecto a la idea de que la jornada continua favorece la vida familiar -uno de los argumentos de los que defienden este tipo de jornada-, dice: «Se gana calidad allí donde hay una familia dispuesta a recibir a los niños a mediodía, pero se crea un problema donde los horarios familiares no lo permiten».
Las conclusiones de este informe no coinciden con otro elaborado por la Universidad de Santiago, donde se afirmaba que «la jornada continua ni mejora ni empeora los rendimientos académicos de los escolares».
Para que un centro de enseñanza pueda implantar la jornada continua, la propuesta debe estar avalada por el 80% de los padres y debe ser aprobada por el Consejo Escolar del Centro, el Claustro de Profesores y la Inspección. Incluso si se cumplen estos requisitos, la Comunidad tiene que autorizar el cambio de jornada.
A pesar de las opiniones contrarias en algunas Comunidades y localidades, los padres insisten en que la jornada continua no beneficia a los alumnos de los centros públicos (los centros privados y concertados que optan por la jornada continua son una minoría). Y aseguran que si se implanta la jornada continua, habrá padres que trasladarán a sus hijos a los centros privados, además de que sólo el 20% de los alumnos que tienen este tipo de jornada asisten a las actividades extraescolares que se organizan por las tardes. Lo que no se acaba de entender es la pretensión de algún que otro colectivo de que este tipo de jornada, que ellos consideran prioritario, se extienda también de manera obligatoria a los centros concertados.
Razones pedagógicas y familiares
A la hora de estudiar las ventajas de un tipo u otro de jornada, conviene analizar las razones de tipo pedagógico, social, laboral y familiar que se argumentan.
Pedagógicamente hablando, siempre a juicio de los docentes, lo más sensato es la jornada continua, pues el rendimiento de los alumnos decae de manera significativa por las tardes. Es más provechosa para el alumno una jornada en la que las materias de índole curricular se imparten por la mañana en uno o varios bloques, en función de la edad del alumno. Las otras actividades complementarias se agruparían en un bloque más homogéneo por las tardes.
También hay que tener en cuenta que la incorporación de la mujer al mundo laboral genera incompatibilidades horarias en la familia. De hecho, la jornada continua beneficia a aquellas familias en que uno de los padres no trabaja fuera de casa o tiene una jornada de mañana, y prefieren la jornada partida las familias en las que ambos cónyuges trabajan fuera del hogar. Las peculiaridades del clima y las costumbres alimentarias influyen también en la adopción de una u otra jornada.
Los profesores se decantan a favor de la jornada continua. Para ellos, este tipo de jornada permitiría una mayor dedicación al desempeño de sus funciones pedagógicas y más posibilidades de actualización y perfeccionamiento, algo que, por otra parte, continuamente les reclama la sociedad.
La apertura social de los centros
El profesorado también defiende que la jornada continua no significa que los centros escolares deban cerrar al mediodía, interrumpiendo así sus actividades educativas. Lo que debe hacerse es mantener los servicios de comedor y transporte y, por las tardes, integradas dentro del proyecto propio de cada centro, incluir las actividades extraescolares, organizadas por la dirección en colaboración con las asociaciones de padres y atendidas por monitores y profesores distintos a los de las mañanas.
Esto supondría modificar bastante el planteamiento con el que todo tipo de centros, públicos y privados, enfocan este tipo de actividades. En muchos casos, responden a cuestiones más o menos de moda, sin apenas relevancia ni educativa ni deportiva.
En lo que coinciden padres y profesores es en la necesidad de aprovechar más y mejor los medios y las instalaciones de los centros públicos de enseñanza para que se abran al medio social en el que están situados. Dejando a un lado las horas lectivas de los alumnos y la jornada de los profesores, los centros, según los que defienden esta postura, deberían tener un horario mucho más flexible para que pudiesen organizarse en ellos otro tipo de actividades formativas y deportivas, y también para que tanto los padres como los vecinos pudiesen beneficiarse de la biblioteca y del resto de las instalaciones.
Con esta política cultural, los centros estarían más en contacto con su entorno y cumplirían una función educativa y social mucho más relevante que la actual. Pero no hay que olvidar tampoco la importante repercusión económica que supondría este drástico cambio de enfoque educativo.
Adolfo TorrecillaQué se entiende por jornada lectiva
En los centros públicos, y en la mayoría de los privados y concertados, una actividad lectiva es un período no superior a 60 minutos durante el cual el profesor realiza su función docente, que consiste, como se concreta en el Convenio Colectivo vigente para la enseñanza concertada, «en la explicación oral, realización de pruebas o de ejercicios escritos y preguntas a los alumnos». ¿Y qué pasa si se dan 50 minutos en vez de 60? Por lo general, nada, pero en algunos centros privados acumulan esos minutos para luego introducir más horas lectivas en el horario del profesor. Así, algunos profesores que tienen 25 horas lectivas semanales imparten más de 30 clases semanales. No es una práctica habitual, pero algunos empresarios de la enseñanza privada la utilizan para ahorrarse puestos de trabajo a costa de la jornada del profesor.
Además de la jornada lectiva están las denominadas actividades complementarias, que el Convenio Colectivo de la enseñanza concertada define como «aquellas que, efectuadas dentro de la empresa educativa, tengan relación con la enseñanza, tales como: la preparación de clases, los tiempos libres que puedan quedar al profesor entre clases por distribución del horario, las reuniones de evaluación, las correcciones, la preparación de trabajos de laboratorios, las entrevistas con padres de alumnos, bibliotecas, etc.». Este Convenio también concreta que «durante los recreos, el profesorado estará a disposición del empresario para efectuar la vigilancia de los alumnos en los mismos». En el Convenio se dice que la jornada máxima anual será de 1.180 horas, de las cuales, como máximo, serán lectivas 850, siendo el resto complementarias. A.T.
La jornada del vecino es siempre más corta
Cuando se discute si la jornada escolar es corta o larga, cada sector implicado aduce las estadísticas y las comparaciones internacionales que más le convienen. El intento más logrado de comparación de estadísticas de enseñanza en el área de la OCDE es Education at a Glance, publicación anual de la OCDE, que recopila datos de los distintos países conforme a unas definiciones precisas y unas pautas homologadas. Algunos datos de la edición de este año (con cifras de 1998) arrojan luz sobre este asunto. Los datos se refieren a los profesores de la enseñanza pública.
En este informe se entiende por «tiempo de enseñanza» (teaching time) «el número total de horas anuales en las que un profesor a tiempo completo es formalmente responsable de enseñar a un grupo o clase de alumnos. Se excluyen los intervalos permitidos entre clase y clase».
Según esta definición, un profesor de Primaria en España tiene 788 horas de clase al año, que es precisamente el promedio de los países de la OCDE en ese nivel. En el primer ciclo de enseñanza secundaria, el profesor español da 545 horas de clase, mientras que la media de la OCDE es 700; sólo los profesores de Corea, Finlandia y Turquía tienen menos carga lectiva (ver tabla). En el segundo ciclo (bachillerato), las 545 horas están también por debajo de la media de la OCDE, que es 642.
Más amplio es el concepto de «tiempo de trabajo» (working time), que incluye no sólo las clases sino otras actividades relacionadas con la enseñanza (preparación de las clases, corrección de exámenes, tutorías, entrevistas con los padres, reuniones de profesores…). En este aspecto, las condiciones laborales varían bastante según los países. Entre los que exigen a los profesores un número específico de horas (en actividades lectivas y de otro tipo), «las horas semanales más bajas son las de Dinamarca, España y Grecia (en torno a 37 horas) y las más altas, las de Corea y Noruega (44)».
Si se ve el problema desde el lado del alumno, las horas lectivas (intended instruction) se definen como «el número de horas anuales en las que los alumnos reciben clases en materias obligatorias y optativas». Desde este punto de vista, un alumno español de 13 años recibe 957 horas de clase al año, cifra ligeramente superior a la de la media de la OCDE (937) (ver tabla). Aceprensa.