El 1 de octubre, Juan Pablo II canonizó en la plaza de San Pedro a 120 mártires de China, los primeros santos de este país. La canonización de estos 87 ciudadanos chinos y 33 misioneros, muertos entre 1648 y 1930, había despertado fuertes ataques del régimen comunista chino. El gobierno de Pekín ha querido presentar a los nuevos santos como agentes del colonialismo occidental y enemigos de China, para atacar a la Santa Sede.
Respondiendo indirectamente a estos ataques, Juan Pablo II afirmó en la homilía de la canonización que estos mártires dieron su vida por Cristo «en el arco de varios siglos y en difíciles épocas de la historia de China. La presente celebración no es el momento oportuno para formular juicios sobre esos períodos históricos, que se podrán y se deberán hacer en otras sedes. Hoy, con esta solemne proclamación de santidad, la Iglesia desea tan solo reconocer que aquellos mártires son un ejemplo de valentía y de coherencia para todos nosotros y honran al noble pueblo chino».
Durante los días anteriores a la canonización, el gobierno chino lanzó duras críticas contra la decisión del Vaticano. El 26 de septiembre, Sun Yuxi, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, afirmó que los ahora santos cometieron «crímenes enormes», y que «la mayoría de esas personas fueron ejecutadas por violar las leyes chinas durante la invasión de China por parte de los imperialistas y colonialistas». La Asociación Patriótica Católica, ligada al gobierno, se sumó a las críticas.
Como respuesta, el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls, aclaró que la canonización «no tiene ningún motivo político y no está dirigida contra nadie». «Acusar de ‘crímenes enormes’ a este grupo de testigos (entre los que se encuentran hombres y mujeres inermes y de todas las edades) es fruto de una lectura unilateral de la historia y una mistificación, si no se presentan pruebas concretas». Comentó que entre ellos «hay dos niños de nueve años y una niña de once. No creo que hayan podido cometer ningún crimen».
Añadió que con la canonización no se pretende formular un juicio sobre períodos históricos muy complejos. «Son muy distintas las fechorías que a veces cometieron las potencias coloniales». Pero quien lea con objetividad las biografías de los misioneros ahora canonizados «no puede por menos que sentirse impresionado y admirado por su abnegación y su deseo de servir al pueblo chino».
Para evitar confrontaciones con el gobierno de Pekín, la Santa Sede había elegido solo a mártires anteriores al período comunista. Un buen número de los mártires (86) lo fueron durante la revolución de los «Boxer» de 1900. Revolución que ha sido exaltada por el comunismo chino como un movimiento patriótico contra el imperialismo. Este movimiento de carácter xenófobo no tardó en asociar cristianismo con Occidente y mató a 30.000 católicos.
Otra acusación ha nacido a raíz de la fecha elegida para la canonización: el 1 de octubre. El gobierno chino considera esto como un agravio, ya que coincide con el aniversario de la fundación de la República Popular. El motivo de la elección de ese día, dijo Navarro-Valls, ha sido bien distinto y «responde solo a cuestiones de carácter espiritual y litúrgicas»: octubre es el mes de las misiones y el día 1 es la fiesta de Santa Teresa de Lisieux, su patrona.
Este nuevo choque con Pekín llega en un momento en que la Santa Sede hacía otro intento de diálogo, con la visita privada a China del cardenal Roger Etchegaray hace dos semanas. Las autoridades le permitieron celebrar misa en el santuario de Sheshan, aunque sin fieles. Pero en torno a esas fechas, la policía detuvo y encarceló a Zeng Jingmu, obispo de 81 años de edad que ya pasó años en prisión y que había sido puesto en libertad en 1998. Ahora, el gobierno chino ha aprovechado la canonización para enseñar los dientes a Roma y confirmar que no está dispuesto a ceder en su control sobre los fieles católicos.