Virginia Monagle, consultora educativa y escritora, se refiere en un artículo publicado en The Australian (8 agosto 2000) a los otros modos de ejercer la maternidad cuando no se tienen hijos. Ella está casada desde hace 22 años y no ha podido lograr su deseo de tener hijos.
«Nuestra sociedad está llena de contradicciones sobre la maternidad. Algunas mujeres infértiles se someten, con un alto coste emocional y físico, a la fecundación in vitro sin que nadie les asegure el éxito. Otras mujeres fértiles abortan por pura conveniencia».
Monagle cree que el espíritu maternal es algo presente en cualquier mujer. «El amor es una realidad humana innegable, y también lo es la naturaleza maternal de la mujer. El feminismo radical la rechazó, al negar el ‘poder’ de la maternidad para transformar la civilización, destruyendo lo que creía que eran construcciones sociales como el compromiso de esposa y madre. Lo reemplazó por una ambición de poder en términos masculinos, sin saber reconocer que el poder de la mujer para transformar la sociedad deriva de sus cualidades maternales, más que de la imitación de las masculinas».
«Las mujeres necesitaban luchar por tener iguales derechos, oportunidades y dignidad que los hombres. Pero algunas feministas negaron aquellas cualidades que hacen a las mujeres eficaces en la crianza y educación de nuevos seres humanos, las mismas que les hacen eficaces en cualquier otra profesión. Estas cualidades incluyen habilidades de comunicación interpersonal, capacidad de llevar a cabo varias tareas a la vez, sensibilidad y ternura, intuición y mucho más».
Hoy que se ha creado una nueva relación entre hombres y mujeres en el trabajo, el feminismo y las propias mujeres reivindican el valor de la maternidad. En este contexto, Monagle se pregunta precisamente por «las dificultades de las mujeres que pueden sentir la falta de hijos como un fracaso, hasta que descubren un modo positivo de vivir su situación. Es cierto que hoy día en Occidente no pesa un estigma social sobre ellas, como en otros tiempos o culturas. Es la mujer que produce un número mayor de hijos que el políticamente correcto la que hoy tiene más posibilidades de ser estigmatizada».
Entonces ¿por qué esa obsesión, esos tratamientos, esa desesperación? Se trata de no haber entendido que la maternidad tiene un componente espiritual y no únicamente biológico. De ahí que no resulte extraña la anécdota que cuenta Monagle de una mujer que, tras pasar varios tratamientos de reproducción asistida sin éxito, decidió adoptar un perro. «La mujer infértil que quiere un niño y sabe que el amor de un perro no es un sustitutivo no tiene por qué elegir entre un niño o la desesperación. La solución está en saber que su sentido maternal puede ser desarrollado incluso si no es madre en sentido biológico».
La adopción, la dedicación a los hijos de los otros, la enseñanza y una vida, en general, plena de dedicación a los demás y feliz con una misma son algunas de las pistas de Monagle. «Tengo algunas amigas que no han podido tener hijos y que son verdaderamente felices. Aman su trabajo y a los hijos de los demás. Una amiga, profesora en Colombia, ha adoptado a dos niñas, mientras que una elegante amiga italiana se dedica a un club de niñas en Roma. Una intrépida neozelandesa, que quería adoptar dos niños, acabó sacando a cuatro huérfanos de un horrible hospicio ruso. Estas mujeres ‘infértiles’ despiertan mi admiración por las diversas maneras como se han superado a sí mismas y han sabido ser madres en espíritu. Para mí, la enseñanza ha sido el camino para una maternidad espiritual, junto a una familia extensa donde siempre hay alguien que necesita todo el amor que me sobre».
Como cierre del artículo, la autora repite el consejo que da a muchas amigas ante el dolor de no poder ser madres: «El mundo está hambriento de espíritu maternal, y el espíritu maternal eres tú».