Contrapunto
Aunque el yoga se dio a conocer en Occidente sobre todo en los años 70, su práctica perdió fuerza durante los 80 y 90. Su auge estaba en relación directa con el movimiento hippie y «filosofías» afines, por lo que no fue de extrañar su declive en tiempos de los yuppies. A cada perfil, su deporte. ¿Tiempos de competitividad exacerbada?: squash para quemar energías, golf como lugar de relaciones sociales y contactos, etc. ¿Mujeres tipo walkiria? Pesas y aerobic. Poco podía ofrecer el yoga a hombres luchando codo con codo o a mujeres intentando hacerse un hueco en el panorama laboral y, de paso, siguiendo las directrices de una moda cada vez más atenta a la visibilidad física más radical.
Pero los tiempos cambian. Y el yoga vuelve a estar de moda en los mismos gimnasios donde, hasta hace unos años, era considerado una absoluta originalidad: el último recurso para los inadaptados o la tercera edad. Este éxito, sin embargo, puede conducir al yoga a la pérdida de su identidad o, por otro lado, a ciertas exageraciones.
Según informa el Wall Street Journal (23 junio 2000), en EE.UU. algunos profesores están llamando la atención sobre la «contaminación» del yoga, su relajación para hacerlo más fácil y popular en el marco de unos gimnasios ávidos de tener clientes. Y es que el yoga no se puede practicar en clases abarrotadas ni tampoco con el ritmo frenético de otros ejercicios habituales en los gimnasios. Por otro lado, no faltan los exagerados y se demanda -u ofrece- a veces un sistema total de pensamiento con tintes de tomadura de pelo en algunos casos, de solución «radical» de tu vida: ya que no creemos en los milagros creamos en el yoga… especialmente si lo practican famosos.
La popularidad del yoga puede tener que ver con el cansancio de mirarse continuamente en el espejo de las salas de musculación, con la pesadez de levantar 8 veces mancuernas de 4 kilos en 4 series, con el insoportable aburrimiento de la bicicleta fija o, también, con la simple necesidad de hacer algo en silencio. Esta última cuestión es quizás la más importante: en los gimnasios se habla mucho y, si no se habla, hay que padecer una música habitualmente horrorosa que supuestamente sirve para llevar el ritmo en la clase de aerobic, step o lo que sea.
Frente a esa alternativa no es de extrañar que la simple idea de que todo el mundo esté callado salvo el profesor -que suele hablar muy poco- sea una maravilla. Y la sociedad occidental necesita recuperar el silencio. Es posible también que el yoga conecte bien con la necesidad de algo que huela de alguna forma a espiritualidad. No en vano las últimas tendencias en cosmética, tratamientos de belleza facial y hasta corporal insisten -muy en línea New Age- en la unión de cuerpo y espíritu, algo impensable hasta hace unos años en el ámbito de los gimnasios.
A pesar de que el yoga no es una religión y de que existen muchos tipos de yoga, en líneas generales se asocia, y con razón, con algo que implica no un simple quemar grasas, reducir o ampliar volumen: algo interior, no simple apariencia exterior. Tras unos años marcados por la lucha contra la báscula, el auge de las modelos o, incluso, la tentación de enmendar la plana a la naturaleza mediante intervenciones quirúrgicas, el yoga coloca al practicante frente a sí mismo y le conduce a aceptarse como es en el plano físico y en otros ámbitos, no en todos. Quizás el punto más complicado es la paciencia -física, mental- que demanda su práctica. Y por eso es posible que la moda del yoga vuelva a ser pasajera. Imbuidos en un ritmo frenético, habituados a la obtención de resultados tangibles y rápidos, es duro comprobar cómo uno avanza muy lentamente aunque de forma segura.
Aurora Pimentel