Es la época de las fiestas de graduación para los estudiantes norteamericanos. La entrega de diplomas se acompaña de un discurso a cargo un profesional prestigioso. Eileen McNamara, periodista de The Boston Globe, ha observado que, en los colleges femeninos, algunas oradoras advierten a las graduadas que han de escoger entre los hijos y la carrera (The Boston Globe, 17 mayo 2000).
En las entregas de diplomas, dice McNamara, «se alienta a los graduados a soñar, a aspirar a lo más alto, a escalar el cielo. Mejor dicho, no a todos los graduados. Solo en los colleges femeninos de elite se insta a las graduadas a escoger su camino con cuidado, a estar prevenidas contra los peligros que les aguardan, a esquivar el campo minado de la maternidad si no quieren arruinar su carrera».
Uno de esos discursos fue el que hace años dirigió Joyce Purnick, directora de sección en The New York Times, a las graduadas del Barnard College. Les dijo que era imposible ser madre y a la vez periodista de éxito. McNamara comenta que Purnick «no debe de haber coincidido nunca en el baño de señoras con Anna Quindlen -graduada por Barnard, promoción de 1974; ganadora del premio Pulitzer; madre de tres hijos-«.
Este año, la escritora feminista Judy Chicago ha transmitido el mismo mensaje a las graduadas del Smith College. Les dijo: «Al examinar la historia, he descubierto que las mujeres que alcanzaron mi mismo nivel no tuvieron hijos, o si los tuvieron, sufrieron un permanente sentimiento de culpa por no ser capaces de responder a las exigencias de su trabajo y de sus hijos».
McNamara se congratula de los logros de esas dos mujeres, ambas sin hijos. «Pero ¿no es un tanto pretencioso decir a las jóvenes que su personal trayectoria es el único camino que lleva al éxito? ¿Por qué no podrían las graduadas de Smith pedir, en cambio, una organización del trabajo y una cultura que les den las mismas oportunidades de hijos y de realización profesional que a los hombres? Por supuesto, en este mundo de servicios de guardería inadecuados y horarios de trabajo inflexibles es más difícil a las mujeres que a los hombres compaginar bebé y portafolios. Por supuesto que hay sentimiento de culpa. Pero la lucha y la culpa son el precio que hemos de pagar por aceptar nuestra condición humana. Si no tienes hijos por los que sentirte culpable, lo más probable es que tengas una madre».
La autora del artículo no cree que la alternativa sea tan draconiana como la pintan Purnick y Chicago. Para ella, las disyuntivas reales son otras: «Ten hijos y profesión; olvídate de tener los suelos relucientes y la ropa siempre limpia y doblada. Ten hijos y profesión; no esperes quedarte en la cama los sábados. Ten hijos y profesión; no esperes conocer todos los títulos de la lista de bestsellers. (…) Aprenderás que la luz tenue no sirve solo para ambientar una cena íntima: también disimula las manchas de mantequilla en la tapicería»…
En fin, los discursos de graduación deberían ser más realistas, no como el de Judy Chicago, que dijo a las estudiantes: «Estoy convencida de que es importante que tengáis claros vuestro objetivos y estéis dispuestas a configurar vuestra vida de modo que podáis alcanzarlos». Apostilla McNamara: «¿Sabéis, señoras, una cosa aún más importante? Darse cuenta de que nadie puede configurar del todo su propia vida. ¡Qué aburrimiento, si pudiéramos! No emprendáis vuestro camino mirando al suelo, como quien anda sobre un campo minado. No: levantad la vista, soñad, aspirad a lo más alto y escalad el cielo».