Roma. Visto desde Roma, uno de sus dos centros, junto con Tierra Santa, el comienzo del Gran Jubileo del año 2000 no podía haber sido más esperanzador. Así lo atestiguan las miles de personas que cada día atraviesan la puerta santa de la basílica de San Pedro. Si se hubiera tratado de una simple invención, ideada por algún «creador de eventos», se podría afirmar, sin lugar a dudas, que el Jubileo está siendo todo un éxito.
La convocatoria del Papa está encontrando una respuesta muy positiva, no solo por el número de fieles (superior a las previsiones) que acuden a los lugares donde se puede lucrar la indulgencia, sino por el espíritu de peregrinación que se advierte. A decir de algunos de los sanpietrini, encargados de la custodia de la basílica vaticana, hacía muchos años, por ejemplo, que no se veía tal actividad en los confesonarios y tales colas para pasar a la capilla del Santísimo, donde el clima de recogimiento manifiesta que no se trata de visitas movidas por mero interés turístico.
Es posible que uno de los menos sorprendidos por esta respuesta haya sido el Papa. Si se releen ahora, con esta perspectiva, algunas de las intervenciones que ha tenido a lo largo de sus dos décadas de pontificado se advierte una profunda fe en que este Año Santo será un «año de gracia». De ahí el empeño para que el inevitable esfuerzo organizativo no haga olvidar el verdadero sentido del Jubileo. Un sentido que el Papa ha sintetizado en una palabra: «conversión». El portavoz de la Santa Sede ha relatado a los periodistas que el Santo Padre le respondió con esa sola palabra a su pregunta de cuál era, en síntesis, el significado del Jubileo. La respuesta del Papa fue: «metanoia» (en griego, conversión).
Juan Pablo II ha abierto personalmente la puerta santa en otras dos basílicas patriarcales (San Juan de Letrán y Santa María la Mayor). La cuarta, la de San Pablo Extramuros, la abrirá el 18 de enero, comienzo de la semana de oración por la unidad de los cristianos. El acto tendrá un alto significado ecuménico y en él participarán representantes de numerosas confesiones cristianas.
De las celebraciones especiales, tuvo lugar ya una de las más coloridas, el «Jubileo de los niños», con una asistencia mayor de la esperada (se calculó que había 150.000 personas en la plaza de San Pedro), lo que puso a prueba a una organización que está saliendo más que airosa del examen. Más de cien mil personas acudieron además la noche del 31 de diciembre, para recibir junto al Papa el nuevo año.
El inicio del Jubileo está confirmando la importancia de los símbolos tangibles, como el pasar por la puerta, que representa a Cristo. Son muchos los peregrinos que se arrodillan ante la puerta santa (cuando el flujo de personas lo permite), o los que entran recitando una oración. Y es que también ha calado entre la gente la imagen del Papa, la noche de Navidad, arrodillado en oración en el umbral de la puerta apenas abierta: fueron, quizás, unos de los instantes más emotivos de su pontificado, que gracias a la televisión pudieron vivir en directo cientos de millones de personas. Como han puesto de relieve muchos comentaristas, en aquellos momentos pareció cumplirse el vaticinio que el cardenal Wyszynsky le hizo el 16 de octubre de 1978: «¡Tú deberás introducir la Iglesia en el tercer milenio!».
Además, la presencia de un Papa físicamente débil se diría que está dando casi más autoridad a su mensaje y ejemplo. Lo expresa bien el poeta italiano Mario Luzi: «Es muy bello este sufrimiento revelado visiblemente, esta fragilidad. ¡Pues claro que el Papa puede guiar la Iglesia así! ¿O es que no es verdad, teológicamente, que el pontificado tiene su origen, doloroso y profético, en la Cruz?».
Diego Contreras