Contrapunto
Chispazo-cultura-píldora. No se sabe bien dónde está escrita esta ley de los acontecimientos, pero últimamente aburre. Se ha cumplido con las prácticas sexuales entre adolescentes, con el consumo de alcohol, con las drogas. El proceso comienza cuando gente alerta avisa del chispazo -ojo con las prácticas sexuales precoces- y pronostica, porque lo natural es que un chispazo prenda. Las reacciones van desde la sonrisa indulgente hasta la furia, pero las predicciones sexuales rara vez impresionan: un caso no hace una epidemia, adiós.
Todavía en ese punto, si una jovencita que ha ido demasiado lejos pide «píldora del día siguiente», lo hará con la boca pequeña y le contestarán que aquí no se sirven platos exóticos. Tendrá que retirarse con la cabeza gacha a charlar con su amigo, si lo encuentra, y en el hospital apuntarán la incidencia: ¡cómo está todo!
Pero de pronto, el chispazo prende y la incidencia se hace cultura. Otro tipo de gente alerta abandera la «fuerte demanda» y pide a gritos la píldora. Si «así está todo», píldora para todas. Y va y se vende.
La jovencita les agradecerá su nuevo «derecho a píldora del día siguiente de venta en farmacias bajo estrictos controles médicos». Pero los demandantes se han animado con los aplausos y apuntan donde duele.
Según el vocal del Colegio de Farmacéuticos de Málaga, José María Laza, el precio de 3.100 pesetas que han puesto las empresas farmacéuticas es excesivo. Y añade que «la píldora no es ninguna novedad terapéutica, sino una dosificación específica de lo mismo que ya existía, de manera que no se justifica que su precio se multiplique por cinco». Lo que ocurre es que la campaña le viene bien a los laboratorios para subir los precios -afirma- y «a los políticos para apuntarse una medalla a costa de un producto que no aporta nada nuevo» (El País, 11-V-2001).
¿Tan caro y encima por eso? Píldora gratis ya. La jovencita está de suerte porque vive en una, por ejemplo, Comunidad Autónoma de riesgo, donde el embarazo entre adolescentes está por las nubes y algo habrá que hacer.
La Junta de Andalucía ya ha hecho un pedido de 7.000 dosis para distribuirlas gratuitamente. El consejero de Salud andaluz, Francisco Vallejo, afirma que a 3.100 pesetas «no se puede garantizar que cualquier mujer, independientemente de su situación económica, tenga acceso a la píldora» (El Mundo, 10-V-2001). Con el mismo argumento, acabaremos subvencionando la entrada a las discotecas más chic.
En la Comunidad de Madrid, según la Consejería de Sanidad, el Centro Joven de Planificación administrará la píldora y será el facultativo quien decida si invita la casa o extiende una receta. Fin de semana resuelto, nena, barra libre en la fiesta de la espuma y píldora gratis mañana a las nueve.
Galicia, Valencia, Navarra y Cataluña no financiarán el producto. Sin embargo, el PSOE ha anunciado que presentará en el Congreso una proposición no de ley para distribuir gratuitamente la «píldora del día siguiente» en centros de salud, centros de planificación familiar y hospitales. De la cabeza gacha al libro de reclamaciones.
Por supuesto, libertad: la que no quiera, que no utilice la píldora. Lo que no está claro es por qué se nos obliga a pagarla con los impuestos de todos.
Durante este tiempo, la jovencita se ha perdido la lección de que el acto sexual no es un juego sin consecuencias. ¿Qué ha aprendido entonces? Pues que hoy las pastillas sustituyen los hábitos de vida sanos; que hay que dejarse la piel por mejorar las vías de acceso a las píldoras y que no hay fallos educativos, sino necesidades sanitarias insatisfechas.
Por su parte, quienes se han ahorrado la lección añaden que «habrá que acostumbrarse a convivir con el problema» y que solo cabe «reducir los daños». Con soluciones gratuitas, claro.
Se puede entender que parte de los impuestos se destinen a la educación, pero no a encubrir la falta de educación. Menos mal que hay chispazos que no prenden. No ganaríamos para píldoras.
Ignacio F. Zabala