Doug Struck describe en International Herald Tribune (12 abril 2001) la situación de los cristianos en Corea del Norte.
No es fácil, señala el periodista, saber el número de cristianos que sobreviven clandestinamente en Corea del Norte, que desde 1947 es una dictadura comunista. De los 22 millones de habitantes se estima que los cristianos pueden ser entre 10.000 y 300.000. En la otra Corea, la del Sur, hay 12 millones de cristianos, 1 de cada 4 habitantes.
La mayor parte de la ayuda humanitaria que recibe Corea del Norte llega a través de las Iglesias cristianas del vecino del Sur. Teniendo en cuenta las adversas condiciones económicas que viene soportando el país, el gobierno norcoreano no ha mostrado reparos en invitar a algunas autoridades religiosas surcoreanas y occidentales a participar en funciones litúrgicas celebradas en los tres templos cristianos (dos protestantes y uno católico) abiertos al culto en la capital, Pyongyang. Pero las Iglesias «oficiales», controladas por el régimen, apenas sirven más que para dar una apariencia de libertad religiosa; la mayoría de los cristianos son clandestinos.
Las autoridades también han permitido la reapertura de un seminario teológico metodista, con capacidad para 12 estudiantes, que se sostendrá con fondos procedentes de la vecina Corea del Sur. Una organización de la Iglesia metodista de este último país, la Seobu Annual Conference, ha donado 200.000 dólares para el seminario.
El reverendo Eun Hi Gon, secretario general de la organización, se ha defendido de las críticas que le acusan de hacer el juego al régimen de Kim Jong Il. Dice que «era necesario dar un paso para introducirnos en su sociedad, que necesita más gente que se ocupe de los proyectos de ayuda humanitaria». Sin embargo, estas operaciones de maquillaje no logran ocultar la persecución religiosa, que -según cálculos de organizaciones del Sur- retiene en prisión a unos 6.000 cristianos, con pocas esperanzas de recuperar la libertad.
El Herald recoge el testimonio de un matrimonio de cristianos que escapó a Corea del Sur en 1997. Desean permanecer en el anonimato para proteger a sus tres hijos. El varón está en la cárcel y sus padres creen que morirá en prisión. Las dos hijas fueron deportadas de la ciudad, donde tenían empleo, al campo, donde la vida es más difícil y escasean los alimentos.
El matrimonio, él de 64 años y ella de 63, relata que era impensable tener una Biblia en casa, por los frecuentes registros. «Si te encontraban una Biblia -declara ella-, corrías peligro de que te ejecutaran. Mi madre siempre me decía que yo no podía mostrar en público mi fe en Dios: debía mantenerla en mi interior». El marido cuenta que conocían sólo a unos pocos cristianos. Con gran sorpresa, tras decenas de años, comprobó un día que uno de sus mejores amigos también era cristiano. «Escuchaba un programa de radio cristiano que se emitía desde Corea del Sur y nos traía a casa un resumen, en notas que escondía en el sombrero».
Para sustituir la religión, las autoridades fomentan el omnipresente juche, una especie de filosofía oriental del autodominio, combinado con la divinización del padre del actual dictador, el fallecido Kim Il Sung, que estuvo en el poder de 1947 hasta su muerte en 1994. «El Kim Il Sung-ismo es una especie de religión», dice Lim Soon Hee, experta surcoreana en las cuestiones del Norte. «En Corea del Norte, la ‘Santísima Trinidad’ es Kim Il Sung, Kim Jong Il y el juche».