La cultura de la vida, un empeño afirmativo

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Reflexiones ante los riesgos del desaliento
La acción de los movimientos «pro vida» no está exenta del desgaste que produce una lucha que aparentemente da pocos frutos. El profesor Gonzalo Herranz, del Departamento de Humanidades Biomédicas de la Universidad de Navarra, señala algunos de esos riesgos, subraya los aspectos propositivos y pone de relieve que se trata de un empeño permanente. Ofrecemos una síntesis de su intervención en la VII Asamblea de la Academia Pontificia para la Vida, celebrada en Roma del 1 al 4 de marzo.

Cuando se analiza lo que la encíclica Evangelium vitae dice sobre la cultura de la vida, se echa de ver que el Santo Padre se está refiriendo a una doble realidad. De un lado, la cultura de la vida nos es mostrada por el Papa como algo que tiene su razón de ser en su enfrentamiento a la cultura de la muerte.

De otro lado, la cultura de la vida aparece en la encíclica como una realidad afirmativa y dinámica, autosuficiente y verdadera, que existe y se tiene en pie por sí misma, que no necesita ser entendida como reacción.

Una batalla desigual

Es lógico que a la primera dimensión, bélica y antagónica, de la «cultura de la vida» se haya dedicado en el mundo entero un esfuerzo intenso y prioritario, tan rico en frutos como pobre en medios (1).

La batalla a favor de la vida es muy dura y sin pausa, se hace contra un enemigo que dispone de medios y recursos enormes: es, como dice el Papa, una guerra de los fuertes contra los débiles (Evangelium vitae, 100). Dada tal desproporción de fuerzas entre uno y otro bando, no es de extrañar que, con el paso del tiempo, entre muchos luchadores por la vida se aprecien acentos de dureza y resentimiento, de aspereza y amargura, fruto de la fatiga, de las heridas inevitables, de las aparentes derrotas, propias de toda guerra prolongada. Se genera así una ideología más negadora que afirmativa, se pierden facultades para la amistad.

Sucede, paradójicamente, que lo que empezó siendo un movimiento a favor de la vida se ha ido transformando insensiblemente en un generador de acciones «anti-«: contra el aborto o la eutanasia, pero también contra personas singulares y, especialmente, contra las poderosas organizaciones que promueven la «cultura de la muerte».

Es fácilmente comprensible que, dada la violencia de esta guerra y la cercanía del frente de batalla, se haya dedicado menos atención a desentrañar los contenidos positivos de la nueva cultura de la vida que a la tarea, aparentemente más urgente, de combatir los errores y estrategias de la «cultura de la muerte». Y, sin embargo, a mi parecer, nada es más esencial que estudiar las cuestiones y problemas que podrían llamarse aspectos afirmativos de la cultura de la vida.

Me limitaré a ofrecer algunos barruntos sobre dos puntos: uno se refiere al compromiso insobornable con la verdad que han de tener todas las acciones que se encuadran en la cultura de la vida; el otro consiste en algunas consideraciones sobre el menos atendido, y quizá el más difícil, de los proyectos de la nueva cultura de la vida humana que el Papa nos señala: el de celebrar el Evangelio de la vida.

El compromiso con la verdad

Una búsqueda sistemática, en el texto de Evangelium vitae, de la palabra «verdad» y de los términos emparentados nos muestra de modo palmario que el Santo Padre coloca la verdad como un elemento esencial de la teoría y la práctica de la cultura de la vida. Nos habla del valor capital de la verdad en la difusión del Evangelio de la vida, pues sólo en un profundo compromiso con la verdad puede el hombre descubrir y difundir el respeto por la humanidad de todo ser humano.

Y, por contraste, los mensajes de algunos de los que militan en el campo de la cultura de la vida parecen contaminados de diferentes formas de faltas a la verdad: no en el sentido de que sus autores usen deliberadamente de la mentira o el engaño, sino en el de que han sucumbido a la tentación de la eficiencia estratégica. Y, entonces, exageran la verdad y la deforman, con la pretensión de hacerla más dura y convincente. O la torturan para hacerle revelar aspectos que no están contenidos en ella; o la revelan en parte y, a la vez, en parte la ocultan, para eludir la inevitable complejidad que no pocas veces la realidad presenta.

En otras ocasiones, por la urgencia de la situación o por falta de veneración por la verdad, se difunden escritos inmaduros, fruto de la improvisación, creados en la irritación o en la ira, que dañan a la causa de la cultura de la vida y provocan el regocijo de los que la combaten.

Honestidad intelectual

Las publicaciones escritas o las manifestaciones verbales de los seguidores de la cultura de la vida habrían de atenerse, en lo que les sea de aplicación, a las normas de calidad que rigen en el mundo de la comunicación científica y cultural. Esas normas, que inicialmente se referían de modo casi exclusivo a cuestiones de estilo y etiqueta, han ido incorporando, con el paso de los años y con intensidad creciente, ciertos requisitos éticos (2). En la guerra a favor de la cultura de la vida no vale el principio perverso del «todo vale».

La ética común de la publicación (3) nos impone ciertos deberes, entre los que se pueden señalar los siguientes:

— el de adquirir y practicar una actitud recta acerca de la autoría intelectual, que nos obliga a no apropiarnos méritos ajenos, mediante el plagio o la imitación, sino a conceder, por justicia, el crédito de originalidad a los creadores de ideas nuevas;

— el de comprobar la veracidad y exactitud de los datos que usamos en nuestras argumentaciones, gracias a una evaluación diligente y a una selección crítica de fuentes de información fidedignas, y a indicar explícitamente tales fuentes;

— el de rechazar toda tentación de fabricar datos, falsificar testimonios, u omitir información significativa;

— el de expresar con racionalidad, mesura y prudencia las conclusiones de nuestros discursos, para no dar como real lo que sólo es deseable, para no señalar como cierto lo dudoso, para no dar por comprobado lo simplemente hipotético;

— a asumir personalmente la responsabilidad moral de cuanto comunicamos y difundimos en el contexto de la cultura de la vida, en la cual no hay cabida para el libelo anónimo;

— a pedir consejo a quien pueda darlo con competencia y generosidad. Del mismo modo que la revisión por árbitros ha supuesto un salto de calidad en la publicación científica, pedir consejo antes de publicar es, en el contexto de la cultura de la vida, la mejor garantía contra la precipitación y el subjetivismo.

Celebrar la vida

Ha llegado el momento de preguntarnos qué es eso de celebrar el Evangelio de la vida y qué papel desempeña en la construcción de la nueva cultura.

Yo puedo hablar, con algo de conocimiento, del papel que la celebración del Evangelio de la vida puede jugar en dos áreas: en la docencia de la Medicina y en las acciones sociales promovidas en favor de la vida.

Paradójicamente, no parece muy aguda esa mirada contemplativa de que habla el Papa Juan Pablo II entre muchos universitarios. Para empezar, ¡qué pobremente inspirados y escritos parecen la mayoría de los libros que estudian nuestros alumnos! Son libros fríamente descriptivos, escritos sin entusiasmo por la vida, con una objetividad envarada, unidimensional, aburridamente formalista. Habría que reescribir los tratados de Biología y Patología del hombre con una actitud nueva, una actitud que uniera, al mismo tiempo, el rigor de la observación científica y la evaluación crítica de hechos e hipótesis y el rasgo definitivamente humano de la admiración.

Muchas veces bastaría introducir en libros y explicaciones pequeñas pausas para dar tiempo y lugar al asombro y a sus innumerables motivos.

Cambio de paradigma

Así podríamos proteger a los estudiantes y a los profesionales de las ciencias biomédicas de la tentación terrible del simplismo mecanicista, del riesgo de la visión rutinaria de la vida, de la trivialización de lo asombroso, de la desertización de lo afectivo.

Es, pues, necesario echarle vida a la vida. Sólo así podremos protegernos frente a la sutil narcotización del cientifismo. La obsesión mecanicista -no el análisis científico de los mecanismos y procesos biológicos y de su adaptación a las condiciones anormales inducidas por la enfermedad- tiende a grabar en la mente del estudiante y del investigador que sólo lo mecanísticamente explicable tiene realidad.

En tal contexto, la enseñanza de las ciencias biomédicas pierde aliento intelectual y se cierra a lo propiamente humano y a la consideración ética. Se cae en la barbarie de la insensibilidad, de la ceguera para lo humano. El embrión humano deviene un mero complejo celular en el que se expresan genes y moléculas moduladoras, conforme a una mecánica del desarrollo, que no difiere en absoluto con la que rige el desarrollo de otras especies más o menos próximas. Hablar, en un curso de Embriología médica, del embrión humano como de un ser humano que ha de ser respetado es tenido por una excentricidad. Admitir que en el embrión se expresa la naturaleza humana parece una traición a la ciencia.

El asombro por la vida

La ausencia de referencia a lo humano viviente en la enseñanza de las ciencias biomédicas básicas deja desarmados a los estudiantes para el encuentro con los pacientes en el comienzo de los cursos clínicos: no se les ha familiarizado con las realidades humanas de la enfermedad y el sufrimiento. Es frecuente hoy que el estudiante experimente una reacción de extrañeza al entrar en el hospital. Hemos de decir a nuestros estudiantes, futuros médicos, que la vocación médica tiene que ver tanto o más con hombres vivos que con moléculas muertas, que han de aprender a reconocer y a apreciar a los enfermos en su singularidad personal y en su integridad humana, pues sólo así les será posible tratarlos de un modo verdaderamente profesional, que sea a la vez científico y humano.

Me gusta citar algunos escritos de Lewis Thomas, un hombre cuya vida no estuvo iluminada por la luz de la fe, sino que discurrió en la penumbra de la nostalgia de Dios. Thomas, además de patólogo de mirada original y de escritor fascinante, fue un hombre enamorado de la vida, un testigo de las maravillas del vivir. Escribió sobre los seres vivos como muy pocos lo han hecho hasta ahora.

De un artículo titulado Sobre la Embriología tomo esta muestra, en la que Thomas nos relata lo que sucede en los días primeros de nuestra vida. «Tú partes de una sola célula que proviene de la fusión de un esperma y un ovocito. La célula se divide en dos, después en cuatro, en ocho, y así sigue. Y, muy pronto, en un determinado momento, resulta que, de entre ellas, aparece una que va a ser la precursora del cerebro humano. La mera existencia de esa célula es la primera de las maravillas del mundo. Deberíamos pasarnos las horas del día comentando ese hecho. Tendríamos que pasarnos el santo día llamándonos unos a otros por teléfono, en inagotable asombro, y citarnos para charlar sólo de esa célula. Es algo increíble. Pero ahí está ella, encaramándose a su sitio en cada uno de los miles de millones de embriones humanos de toda la historia, de todas las partes del mundo, como si fuera la cosa más fácil y ordinaria de la vida (…)» (4).

Deberíamos esforzarnos por poner parejo entusiasmo, asombro y amor en nuestras lecciones y discusiones académicas sobre la vida humana, al argüir a favor de ella. Pienso que el respeto ético se incuba, no sólo en el fundamento metafísico, sino también en el asombro biológico, en la mirada contemplativa.

Formación del carácter

La cultura de la vida requiere generosidad y servicio, vencer el egoísmo, tener capacidad de aventura. El Papa nos dice que hace falta una paciente y valiente obra educativa que apremie a todos y a cada uno a hacerse cargo del peso de los demás, que se necesita una continua promoción de vocaciones de servicio, particularmente entre los jóvenes. Ese esfuerzo educativo es imprescindible y urgente en el contexto social de hoy, tan frío y egoísta (Evangelium vitae, 88).

En un análisis de la crisis de humanidad que está atravesando la práctica de la Medicina, un médico judío, el Prof. Shimon Glick, afirma que tal crisis es el resultado directo del empobrecimiento en valores morales y éticos que muchas sociedades democráticas occidentales han introducido en sus sistemas educativos. Basta calcular la calidad humana y moral que tendrán los jóvenes, hombres y mujeres, candidatos a la profesión médica que han sido criados y educados como niños o adolescentes en un ambiente acomodado y abiertamente permisivo, acostumbrados a obtener sin esfuerzo e inmediatamente lo que quieren y siempre que lo desean; a los que se les enseña que el objeto último de la vida es aspirar, con el costo moral más bajo posible, al bienestar y a la autosatisfacción (5).

En el estilo educativo de hoy falta casi por completo la educación para la generosidad, para la alegría de dar y darse.

Un empeño para toda la vida

El activismo en favor de la vida ha de estar informado de alegría. El Evangelio de la vida, lo mismo que la nueva cultura que le es anexa, no es una convicción política, o un modo de juzgar sobre demografía, o de evaluar las relaciones sociales. Lo que ha de impelernos a defender la vida es la gratitud que sentimos por la incomparable dignidad del hombre. Esa es la razón que nos ha de impulsar a hacer partícipes de nuestro mensaje a los demás hombres y mujeres.

Muchas veces, al leer publicaciones de movimientos pro-vida, echo de menos el espíritu afirmativo, alentador, alegre, celebrativo, que debe dar energía a las acciones pro-vida. Hay en esas publicaciones demasiada política de partido, excesivas referencias personales a los fautores del mal, sobrado localismo, exhibicionismo de virtudes musculares, toques de maniqueísmo. No son muy inspiradoras muchas de esas publicaciones. Les falta generosidad intelectual. Pero esa generosidad nos es necesaria. Y también un poco de visión universal. Y la alegría por las muchas maravillas que se obran cada día, en forma de conversión y arrepentimiento.

Una cosa está clara en el mensaje del Papa. Después de Evangelium vitae, el activismo pro-vida no puede dejar de ser afirmativo y revelador de su riqueza evangélica. No puede caer ya nunca más en el juego triste de hacer la contra, de aceptar el reto de competir en el odio o en la altanería, como quieren sus enemigos.

Pienso que la celebración del Evangelio de la vida se ha de basar en dos apoyos fundamentales. El primero, muy fácil de expresar y, con la ayuda de Dios, de poner en práctica, consiste en una gozosa y fiel aceptación de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia. El segundo ha de ser la firme convicción de que este es un trabajo para mucho tiempo, un punto fijo en la agenda de trabajo de todos nosotros. Nos corresponde cooperar de por vida, cada uno con su propio carisma y vocación, en la divulgación, celebración y servicio de este evangelio.

_________________________(1) Ver, por ejemplo, la página de Internet de la Culture of Life Foundation (www.culture-of-life.org/links_new.htm), en la que pueden encontrarse conexiones a un elevado número de organizaciones que militan en el campo de la cultura de la vida.(2) International Commitee of Medical Journal Editors. «Uniform Requirements for Manuscripts Submitted to Biomedical Journals». Annals of Internal Medicine 1997, 126 (1):36-47.(3) American Medical Association, Manual of style. A guide for authors and editors, Baltimore: Williams & Wilkins, 1998, Chapter 3, «Ethical and legal considerations», pp. 87-172. (4) THOMAS L., The medusa and the snail. More notes of a Biology watcher, New York: Bantam Books, 1980:129-131.(5) GLICK S., «Humanistic medicine in a modern age», New England Journal of Medicine 1981; 304:1036-1038.

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