Roma. La reacción del Patriarcado ortodoxo de Moscú ante el anuncio de la erección de cuatro diócesis católicas en territorio ruso ha sido tajante: ha cortado, al menos de momento, todas las relaciones con la Santa Sede a causa de lo que considera un «gesto hostil». Pero la novedad ha sido la respuesta del arzobispo católico en Moscú, Tadeusz Kondrusiewicz, quien ha manifestado su «perplejidad y seria preocupación» a causa de lo que considera una injerencia en asuntos internos de la Iglesia católica en Rusia, al tiempo que ha desmentido algunas afirmaciones públicas del Patriarcado ortodoxo.
Este nuevo jarro de agua fría en las relaciones entre católicos y ortodoxos cayó tan solo unas semanas después de que se difundiera cierto optimismo a la vista de que una delegación de alto nivel del Patriarcado participara en el encuentro de Asís, convocado por Juan Pablo II el pasado 24 de enero. Esta ruptura tuvo lugar, además, en la víspera de un viaje a Moscú, ahora anulado, del cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos.
El detonante de la ruptura ha sido que la Santa Sede ha elevado a la categoría de diócesis las cuatro «administraciones apostólicas» existentes en territorio ruso desde 1991. Como ha explicado el portavoz de la Santa Sede, las administraciones apostólicas son estructuras de carácter provisional y extraordinario, motivadas por situaciones particulares. Su transformación en diócesis es «un normal acto administrativo sugerido por la necesidad de mejorar la asistencia pastoral a los católicos de esa vasta región». Las cuatro diócesis están situadas en Moscú, en Saratov (Rusia europea meridional), Novosibirsk (Siberia occidental) e Irkutsk (Siberia oriental). Los católicos son en torno a 1,3 millones de fieles en un país que cuenta 144 millones de habitantes. Están organizados en 212 parroquias, frente a las diez mil ortodoxas.
Para el Patriarcado ortodoxo de Moscú, la erección de diócesis católicas equivale a crear una Iglesia paralela dentro de su territorio canónico de Rusia. Lo ven como una nueva manifestación del «proselitismo católico» en tierras ortodoxas. Por lo que se refiere a la acusación de «proselitismo», Mons. Kondrusiewicz ha respondido: «En los once últimos años, hemos solicitado repetidamente a la jerarquía de la Iglesia ortodoxa rusa examinar hechos concretos de proselitismo de los católicos en Rusia. (…) Desgraciadamente, hasta hoy, no ha habido ninguna respuesta a nuestra invitación de sentarnos a una mesa para precisar la significación del término proselitismo». Otro aspecto negado por el arzobispo católico es de carácter histórico. Frente a la afirmación, hecha por el Patriarcado, de que «en el pasado no existía ninguna subdivisión del territorio de Rusia en diócesis», Mons. Kondrusiewicz menciona que ya en los siglos XIV-XV consta la existencia de estructuras diocesanas en el sur de Rusia, que se fueron completando hasta 1923. En esa fecha fue condenado a muerte el arzobispo metropolitano de San Petersburgo, Jan Cepljak: le habían precedido en la sede 27 obispos.
Hay diócesis ortodoxas fuera de Rusia
Hoy resulta a todas luces anacrónico que el Patriarcado se ampare en un supuesto e inviolable «territorio canónico» propio para impedir lo que es una normal y simple organización eclesiástica: un derecho del que los ortodoxos gozan fuera de las fronteras rusas en territorios de mayoría católica. El comunicado del portavoz de la Santa Sede señala que «la elevación [a diócesis] está motivada por la misma preocupación pastoral que ha llevado a la Iglesia ortodoxa rusa a crear diócesis y otras estructuras organizativas para sus fieles que viven fuera del territorio tradicional». En Europa, por ejemplo, hay diócesis de este tipo en Viena, Berlín, Bruselas…
Según la reacción oficial del Patriarcado, el nombramiento de un arzobispo metropolita católico en Moscú sería equivalente al nombramiento, por parte de ellos, de un segundo Papa en Roma. Esa comparación muestra que uno de los problemas es que simplemente no se entiende el significado de «metropolita» católico, que no es equivalente a un patriarca ortodoxo.
En el fondo, como ha subrayado el portavoz de la Santa Sede, el problema es de libertad religiosa. Esa falta de comprensión hace que incluso la aplicación de las leyes civiles en esta materia sea muy arbitraria. Hay lugares donde los católicos no son reconocidos legalmente y algunos de sus antiguos templos se pudren llenos de basura en el centro de las ciudades. En la misma Moscú resulta en la práctica imposible recibir un permiso para construir una nueva iglesia. Además, como la mayor parte de los 215 sacerdotes católicos proceden de otros países, deben renovar periódicamente el permiso de residencia, según les exige la ley, pero otra ley afirma que ese permiso no se puede conceder por motivos religiosos…
Cabe suponer que esta ruptura no será la última palabra. Pero llama la atención que ante un país que acusa una crisis social de grandes dimensiones, que tiene un evidente fondo moral, la discusión se centre -al fin y al cabo- en cuestiones de poder. Visto desde fuera, se trata de la reacción de una Iglesia que quiere mantener su status. A pesar de las perspectivas, Mons. Kondrusiewicz no es pesimista: «No obstante la situación muy tensa que se ha creado en las relaciones entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa rusa, espero y pido a Dios que el diálogo continúe y sea fructuoso».
Diego Contreras