La reencarnación y la grandeza de la existencia humana

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La reencarnación de las almas: ¿oportunidad, castigo o ilusión?
La idea de la reencarnación de las almas experimenta un aumento de popularidad en Occidente, de la mano de movimientos religiosos de impronta New Age y de doctrinas propias de religiones orientales (budismo, hinduismo). ¿Es posible conciliar la reencarnación con el cristianismo? ¿Es coherente con la grandeza de la existencia humana? Recogemos algunos párrafos tomados de dos artículos, uno del cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, y otro del cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, incluidos en el libro Temas actuales de Escatología (1), que acaba de publicar Ediciones Palabra.¿Hay pruebas científicas de la reencarnación?

Schönborn. ¿Es cierto que nos aproximamos a una «prueba científica» de la reencarnación? Algunos lo afirman, apoyándose en experiencias «que sugieren la existencia de vidas sucesivas». (…)

Tomemos como ejemplo el célebre «caso Bridey Murphy». Una mujer americana, la señora Ruth Simons, revela en estado de hipnosis muchos hechos de una vida anterior, que habría vivido en Irlanda en el siglo XIX, bajo el nombre de Bridey Murphy. (…) Suponiendo que la investigación no haya sido trucada, quedaría todavía una constatación metodológica que hacer: aunque los hechos se revelen exactos, sigue siendo discutible su interpretación. (…)

Lógicamente, no se trata de negar experiencias. Si una persona afirma que se encuentra en un escenario del siglo XIX y es capaz de describir con detalle ese lugar, ese paisaje y si esas descripciones se comprueba que son exactas, no se puede hacer otra cosa que registrar con atención todos esos datos. Sin embargo, cuando se trata de interpretarlos se pasa a otro nivel.

(…) Se trata de situarlos en un cuadro más amplio para formular una teoría explicativa. Pero una teoría explicativa no es nunca el simple resultado de un cúmulo de datos experimentales. (…) La reencarnación es una teoría explicativa. Presupone principios generales a la luz de los cuales se interpretan determinadas experiencias. En este sentido, no hay y no podrá haber jamás una prueba estrictamente científica de la reencarnación, del mismo modo que no podrá haber una prueba estrictamente científica de su rechazo. En efecto, la teoría de la reencarnación deriva de una concepción filosófica o religiosa de la naturaleza del hombre, de su origen y de su destino. Quien acepta esa concepción del hombre interpretará algunas experiencias como «pruebas» de sus convicciones. Quien no las acepta dará otras explicaciones según los principios de su «visión del mundo».

(…) Pero si no puede haber pruebas científicas a favor o en contra de la reencarnación, tampoco es necesario contentarse con valoraciones puramente subjetivas o, incluso, arbitrarias. Hay argumentos a favor y en contra, pero que se sitúan en el plano filosófico y teológico.

¿Cómo surge la doctrina de la reencarnación?

Kasper. La muerte es un problema fundamental de la humanidad. En realidad, los hombres siempre se han preguntado: ¿qué es lo que sucede con la muerte?, ¿qué hay después de la muerte?, ¿se acaba todo con la muerte o hay una vida después de la muerte? (…) La doctrina de la reencarnación, es decir, la vuelta en un cuerpo y el volver a nacer o también la trasmigración de las almas (metempsicosis), es una de las más antiguas respuestas a esa pregunta. (…) Se encuentra entre los así llamados pueblos primitivos, entre los antiguos egipcios, entre los celtas, en la filosofía griega (órficos, Pitágoras, Empédocles, Platón, Plotino), en el poeta latino Virgilio, entre los gnósticos cristianos, entre los maniqueos y los cátaros y entre la Cábala judía. Sin embargo, en todas esas religiones o escuelas filosóficas, la teoría de la reencarnación es sólo un elemento entre otros. En la India, por el contrario (hinduismo y budismo), se convierte en el dogma dominante de toda la religión y del conjunto del pensamiento.

El común denominador de las teorías hindúes, que, sin embargo, en los detalles particulares son muy diferentes, es la doctrina del Karma (=acción, obra). Según esta doctrina, el destino de cada persona en esta vida y en la futura está determinado por las consecuencias de precedentes o actuales buenas o malas obras. La doctrina de la reencarnación es, por tanto, una doctrina de la justa recompensa o de la compensación reparadora. En su interior se encuentra la idea de justicia. Al mismo tiempo debe responder al problema de la teodicea, es decir, de la justificación de Dios ante el hecho de que a menudo a los buenos las cosas les van mal, mientras el malo triunfa.

¿El cristianismo ha aceptado alguna vez la reencarnación?

Schönborn. ¿Es verdad que el cristianismo ha rechazado siempre la reencarnación? Según algunos autores, parecería que no. En la literatura a favor de la reencarnación habitualmente se pretende que el cristianismo primitivo ha conocido y aceptado la doctrina de la reencarnación. Se resaltan, por ejemplo, las palabras de Cristo sobre Juan el Bautista: «Si lo queréis aceptar, él es aquel Elías que debía venir» (Mt 11, 14). ¿Sería, por tanto, Juan Bautista una reencarnación de Elías? Orígenes, el mayor teólogo del siglo III, mostró ya lo que la exégesis contemporánea confirma, es decir, que este caso, como otros textos similares, nada tiene que ver con la reencarnación. En su comentario del Evangelio de San Juan, Orígenes recuerda este otro pasaje, de Lucas 1,17, que dice que Juan precede al Señor «con el espíritu y la fuerza de Elías».

Por otra parte, precisamente Orígenes es fácilmente citado como testigo cristiano de las creencias de la reencarnación. (…) Pues bien, el estudio detallado de los textos de Orígenes muestra claramente que rechaza explícitamente la metempsicosis (trasmigración de las almas). Por el contrario enseña la preexistencia de las almas, antes de su incorporación, de su venida a los cuerpos, y es precisamente esta doctrina, y no la de la reencarnación, la que el Concilio de Constantinopla ha atribuido a Orígenes, condenándola en el año 543.

Un texto del Concilio Vaticano II contiene al menos un rechazo implícito de la reencarnación; se trata de la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium (n. 48). Ahí se habla del «único curso de nuestra vida terrena», con intención de rechazar la idea de la reencarnación. Por lo que yo sé, la Iglesia nunca ha condenado explícitamente la reencarnación, no porque considere que es una doctrina compatible con la fe cristiana, sino, bien al contrario, porque la reencarnación contradice tan manifiestamente los principios de esta fe, que una condena nunca ha parecido necesaria.

¿Es un punto de contacto con la antigua sabiduría oriental?

Kasper. La teoría de la reencarnación encontró un renovado interés en la época moderna, a partir del período neoclásico y romántico. Poetas y pensadores como Kant, Lessing, Lichtenberg, Herder, Goethe y Schopenhauer se interesan por ella. La antroposofía de Rudolf Steiner contribuyó mucho a su difusión. También en los nuevos movimientos religiosos, especialmente en el movimiento New Age y en los movimientos que le están emparentados, tiene un papel importante.

(…) Sin embargo, no se debe pensar que, con las nuevas teoría de la reencarnación, se haya vuelto a tomar contacto con la antigua sabiduría de la espiritualidad oriental. Al contrario, entre las teorías de la reencarnación orientales (hinduista y budista) y las occidentales modernas hay una diferencia fundamental. Para la religiosidad oriental, el ciclo de volver a nacer es algo temible, del que se quiere escapar y liberar. La teoría de la vuelta a un cuerpo está en ese caso inseparablemente unida con el tema de la culpa y la expiación, de la purificación o catarsis; la rueda del volver a nacer es castigo y maldición y provoca horror y miedo.

En el pensamiento occidental, por el contrario, la posibilidad de la reencarnación significa una nueva ocasión positiva, para realizar todas las posibilidades humanas y recuperar una vida fracasada y equivocada, para lo que una vida única sería demasiado breve. En este caso la reencarnación no es peso, sino consuelo por la apertura de posibilidades posteriores. No se encuentra bajo el signo de la redención de la sed de la existencia, sino de la autorrealización en la existencia. Es más, se encuadra en el típico optimismo occidental sobre el progreso, que, desde el momento en que tiene más o menos todos los medios externos para la existencia, mira hacia un alargamiento espiritual de la conciencia y hacia una cada vez más amplia manifestación de la chispa divina en el mundo y en el hombre. Desde este punto de vista, a menudo hoy la teoría de la reencarnación se une con las nuevas teorías de la evolución, que parten de una dinámica de autoorganización y de autotransformación del universo que se trasciende cada vez más (F. Capra, H. Von Dithfurt).

¿Es compatible con el cristianismo?

Kasper. El juicio de todos los teólogos católicos es absolutamente claro: las teorías modernas de la reencarnación son incompatibles con la esperanza cristiana en la vida nueva y eterna, y contradicen no sólo versículos específicos de la Sagrada Escritura o alguna afirmación dogmática aislada de la Iglesia, sino que van contra las ideas esenciales de la fe cristiana, situándose en contraste con el conjunto de esa fe. (Incluso un teólogo como Hans Küng, tan disponible a ponerse de acuerdo en relación con las representaciones de otras religiones, piensa que aquí «un acuerdo entre las diferentes mentalidades es imposible y es inevitable elegir»).

Un primer argumento procede de la visión bíblica del tiempo y de la historia. Mientras casi todas las demás religiones se representan el tiempo bajo la imagen circular de un eterno retorno y ven los acontecimientos como una repetirse cíclico de un acontecimiento primordial, la Biblia pone el acento sobre la unicidad y la irrepetibilidad del actuar de Dios en la historia. Especialmente la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo son algo que ha sucedido de una vez por todas. La categoría bíblica fundamental de una vez por todas sirve análogamente para la vida humana. A cada persona se le ha otorgado un período de tiempo único. (…) También se dice muy claramente: del mismo modo que Jesucristo se ha ofrecido una sola vez, igualmente «está establecido que los hombres mueran una sola vez, después de lo cual viene el juicio» (Hb 9, 27 s.). Únicamente esta unicidad del vivir y del morir da a la vida su tensión y su seriedad. La vida no es un juego descomprometido, en la vida se deben tomar decisiones definitivas. Cada instante es algo que ya no vuelve y, por ello, algo único.

¿El cuerpo no importa?

Kasper. Un segundo argumento se refiere a la concepción cristiana de la unidad de alma y cuerpo. Según esta visión, alma y cuerpo no son dos realidades que se han acercado y se han juntado. El alma es la forma sustancial del cuerpo y el cuerpo es la expresión y el símbolo real del alma. Por tanto, el hombre es «corpore et anima unus». Por ello la esperanza cristiana en el más allá no concierne sólo a la inmortalidad del alma, sino a todo el hombre, tal y como dice la fe en la resurrección de la carne, es decir, del cuerpo. En relación con esta forma de pensar unitaria, las teorías de la reencarnación son expresión de un dualismo extremo, que debe llevar a plantearse una doble pregunta: ¿Se puede garantizar la identidad del alma, y la persona, si se manifiesta sucesivamente bajo diversas formas corpóreas? ¿No se trata quizá de una desvalorización total del cuerpo, que es concebido como una corteza externa, que al final simplemente uno se quita de encima?

¿Ley del Karma o don de la gracia?

Kasper. El tercer y último argumento se coloca en el centro de la fe cristiana. El mensaje central del Evangelio es que la realización del hombre no es obra nuestra ni fruto de nuestro propio esfuerzo, sino, más bien, don de la gracia de Dios. En el cristianismo no vale, como en la doctrina del Karma, la ley de la obra personal y la recompensa, sino el principio de la gracia. Lo que esto significa se revela en la parábola de los viñadores. El dueño de la viña es bueno y por ello incluso los que han trabajado solo una hora reciben la recompensa completa de una jornada de trabajo, igual que los que han soportado el peso y el calor de todo el día (Mt 20, 1-6).

Especialmente Pablo afirma varias veces de un modo muy claro que no somos justificados por nuestras obras y realizaciones, sino por la fe en la gracia de Dios en Jesucristo (Rm 3, 20-28). «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe, y esto no por vosotros, sino que es don de Dios; tampoco procede de las obras, para que ninguno se gloríe» (Ef 2, 8 s.).

¿No es demasiado poco una única vida?

Schönborn. Lo que impulsa a muchos de nuestros contemporáneos a creer en la reencarnación es el sentimiento de que una única vida terrestre es demasiado breve para sostener el paso de una decisión que tiene alcance eterno. Al mismo tiempo existe el sentimiento de que nuestros actos humanos, tan fuertemente condicionados por muy diversas circunstancias, no pueden tener ese carácter definitivo que la tradición bíblica les atribuye. Así surge el intento de imaginar existencias sucesivas que permitan «corregir» lo que ha faltado en la vida presente.

A primera vista, este modo de ver las cosas parece más indulgente con las debilidades humanas, aunque, en realidad, es de una dureza inhumana, pues de hecho hace recaer sobre el hombre el peso de una liberación, que sólo puede recibirse de Dios. Efectivamente, desde esa perspectiva, es el hombre solo quien debe llevar a buen término la propia vida. ¿Quién puede afirmar que obtendrá un resultado mejor la próxima vez? ¿No seguirá estando, igual que ahora, sometido a debilidades? Y aunque consiguiese escapar a ciertas carencias que le oprimen en la existencia presente, ¿quién podrá prepararle contra nuevas dificultades, quizá más graves que las de ahora? Realmente de este modo no se escapa de la idea alucinante de interminables existencias sucesivas, con altos y bajos infinitamente variables, sin posibilidad de salida, desde el momento en que, para poder salir, es necesario que el hombre fuese capaz de una vida completamente lograda, íntegra, perfecta. ¿Cómo podría lograrlo en mil vidas mejor que en una sola, si en todas y cada una depende de sus solas fuerzas? ¿Quizá lo que no se quiere es precisamente salir del círculo de la propia vida? ¿Y si eso fuese precisamente el infierno?

¿No será un rechazo a dejarse salvar?

Schönborn. ¿No provendrá la creencia en la reencarnación de un rechazo profundo a dejarse salvar? Lo que decide nuestra suerte eterna no es la suma de las acciones, la cantidad de nuestros esfuerzos, la calidad de nuestros éxitos, sino solamente esto: que hayamos abierto la puerta a Aquel que llama y que quiere entrar para darnos la vida eterna. Pero para oír a Aquel que está a la puerta (cfr. Ap 3, 20) es necesario tener el deseo de ser salvados.

Poco importa que una vida sea larga o breve; lo que es decisivo para nuestra salvación eterna no depende de la cantidad de años, sino únicamente de haber acogido el amor salvador de Cristo, que no busca otra cosa que salvar a todos aquellos que lo desean, aunque no sea más que en los últimos instantes de su vida: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23, 42).

El rechazo a la reencarnación no se deriva de una doctrina abstracta, ni de una fidelidad terca a los dogmas recibidos, sino que procede directamente de la experiencia cristiana básica, que san Pablo ha descrito con esta célebre frase: «Para mí vivir es Cristo y morir una ganancia» (Flp 1, 21).

(…) Si la reencarnación no tiene espacio en el cristianismo, esto es debido a que la vida en Cristo es el fin definitivo. Haberle encontrado significa que no tiene sentido proseguir en una larga búsqueda, de vida en vida, tras una realización última y lejana. El fin está ya presente (cfr. 1 Co 10, 11). La larga búsqueda del hombre ha terminado. Dios ha encontrado al hombre. Después de este encuentro, ¡ya no hay más que buscar! Ahí está lo que el hombre ha buscado siempre, e incluso mucho más, desde el momento en que supera infinitamente cualquier esperanza humana.

Para saber másOtros servicios en Aceprensa

Servicio 53/94. Manuel Guerra, Mil vidas después de la vida (23 febrero 1994).

Servicio 134/98. Manuel Guerra, El budismo frente al racionalismo de Occidente (7 octubre 1998).

Lo que cree la Iglesia católica

La fe cristiana es incompatible con la reencarnación, como puede advertirse en diversas verdades afirmadas en el Catecismo de la Iglesia Católica.

«La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin ‘el único curso de nuestra vida terrena’ (Lumen gentium, n. 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. ‘Está establecido que los hombres mueran una sola vez’ (Hb 9, 27). No hay ‘reencarnación’ después de la muerte» (n. 1013).

«Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre» (n. 1022).

«Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día» (n. 1016).

_________________________(1) Congregación para la Doctrina de la Fe. Temas actuales de Escatología. Documentos, comentarios y estudios. Palabra. Madrid (2001). 152 págs. 9, 60 €.

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