En Hong Kong llama la atención la patente alegría que muestran las trabajadoras filipinas, pese a sus duras condiciones de vida. The Economist se pregunta en un reportaje especial de Navidad (22 diciembre 2001) por la «antropología de la felicidad» que explica esta paradoja.
Todos los domingos, cuenta el semanario, una avalancha de 154.000 empleadas de hogar de origen filipino abarrota las calles de Hong Kong. Forman corros y pasan el día en un ambiente festivo y alegre: sonríen. Algo nada habitual en las calles de una ciudad agarrotada por el stress.
Todo hogar hongkonés de clase media tiene a su servicio a una de estas mujeres (amahs se las llama en cantonés), muchas de origen filipino. «Más de la mitad son tituladas universitarias, la mayor parte hablan inglés fluido y cantonés, además del tagalo y su propio dialecto. En torno a la mitad son madres que están en Hong Kong porque así ganan dinero para mandar a sus hijos al colegio. La otra mitad suelen ser hermanas mayores que trabajan para alimentar a sus hermanos más pequeños. Son siempre la principal fuente de ingresos de sus familias».
Pero «no sólo sufren la soledad, a consecuencia de la separación de sus familias; también es frecuente que vivan prácticamente esclavizadas por sus patronos». «Aquí está el misterio: ¿Cómo es posible que aquellas que debieran ser las personas más desgraciadas de Hong Kong, sean a todas luces las más felices?».
Para el profesor de la Universidad de Filipinas Felipe de León, se trata de un fenómeno cultural: la peculiar conjunción de «raíces malayas, mezcladas con el espíritu católico y festivo de los antiguos colonizadores españoles, a los que se añade una pizca de sabor occidental, proveniente de los días en que era colonia americana». «Es una de las culturas más inclusivas y abiertas». «Lo contrario al individualismo de Occidente, con su énfasis en la privacidad y en el éxito personal. Y también lo opuesto a ciertos colectivismos, como el de las sociedades confucianas».
«La cultura filipina se basa en la noción de kapwa»: compartir. «Todo, desde el dolor hasta una broma o una comida, existe para ser compartido». «El filipino se siente urgido por conectar, por hacerse uno con los demás». Por eso, «hay mucha menos soledad entre ellos».
«Ese mismo sentido del compartir se extiende a su religión». Así lo cuenta el padre Lim, sacerdote filipino que vive en Hong Kong y que va de un lado para otro, escuchando las confidencias de las sufridas amahs. La misa dominical es una gran reunión de familia, el momento en el que «aprovechan su pequeña libertad para desatar su espíritu filipino». «Esta íntima vivencia de la fe -opina el padre Lim- es una de las razones por las que no se dan entre las amahs casi ningún caso de abuso de drogas, suicidio o depresión, problemas crecientes entre los chinos».
«En tagalo se las apoda bayani», heroínas. Durante un concurso de belleza, organizado en un edificio que les habían cedido, «se preguntó a una de las participantes cómo hacía para superar la nostalgia, y por qué pensaba que la gente la consideraría una heroína al volver a casa». «Somos heroicas -respondió- porque nos sacrificamos por aquellos a los que queremos. Echarles de menos es normal. Aguantamos porque estamos unidas».