Casi todas las novelas de Haruki Murakami siguen un esquema parecido: una narración de vida ordinaria en la que, de pronto, se introduce un elemento de misterio de “otro mundo” (no bien precisado nunca), y todo se sazona con algunas escenas de sexo a la vez crudo y aséptico.
La última, La muerte del comendador, Libro I, cumple a rajatabla ese procedimiento. Un pintor de 36 años, nada famoso, divorciado, va a vivir a una casa que le presta un amigo. Allí oye por la noche una campanilla que procede de una especie de tumba que hay en el jardín… Un misterioso vecino le encarga un retrato… Los dos abrirán la tumba en la que solo está la campanilla que sonaba… Luego se sabrá que allí estaba una “idea” que se encarna en un hombrecillo invisible, q…
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Un comentario
Una reseña inteligente, perspicaz. Gracias