Al reseñar algunos libros, bastaría limitarse a decir que lo mejor es leerlos, como este de Antonio Schlatter: breve, bien escrito, selectamente documentado, fruto –pienso– de años de lectura de clásicos y grandes modernos, en torno a una intuición personal sobre la dignidad del trabajo, que se articula desde la inspiración radical de san Josemaría Escrivá. Abre horizontes humanos y cristianos, que ayudarán a entender mejor y a llevar a la práctica tantas sugerencias de la reciente exhortación apostólica del Papa Francisco sobre la llamada universal a la santidad, Gaudete et exsultate.
El autor reproduce citas de pensadores, poetas y maestros que han dedicado esfuerzo a desentrañar el sentido del trabajo, antes y después del núcleo decisivo de la vida y la enseñanza del fundador del Opus Dei, netamente cristocéntrica. Hizo caer en la cuenta a muchos del valor redentor de los años de vida oculta en Nazaret, donde prevalece lo manual en el taller y el hogar.
El libro aporta ideas quizá no pensadas por quienes sobre todo hemos desempeñado tareas fundamentalmente intelectuales. Subraya el contenido del continuo ejercicio de las manos, la nobleza del sentido del tacto, tantas veces colocado en un último y oscuro lugar.
Schlatter maneja oportunamente Laborem exercens, la tercera encíclica de Juan Pablo II, uno de los grandes documentos magisteriales del siglo XX, centrado precisamente en la participación del hombre en el poder creador de Dios, una de las características que distinguen al ser humano del resto de las criaturas, porque solo el hombre es capaz de trabajar. Así es desde su creación, como señala el Génesis, pero, ciertamente, el trabajo resulta también elemento central de la cultura moderna. La humanidad se juega mucho al enfocar esa tarea que, por otra parte, ha sufrido una patente evolución desde el siglo XIX, aceleradísima con la actual revolución tecnológica. Se han reducido o han desaparecido antiquísimas formas de trabajo, mientras aparecían otras. La máquina tendía a dominar al hombre y degradaba las condiciones laborales. Hoy, en cambio, puede ser liberadora de rutinas y servidumbres mecánicas.
El autor repasa, con brevedad, las grandes cuestiones que se proyectan sobre el trabajo, especialmente el manual, presente también en las facetas aparentemente más académicas. Al releer un epígrafe titulado “El trabajo intelectual como un oficio de artesanos”, me venían a la cabeza tareas universitarias plasmadas en horas de pizarra, laboratorio, taller y teclados; así como el ensayo Pensar con las manos, escrito en 1936 por el filósofo suizo Denis de Rougemont.
El lector encontrará una síntesis que describe con garbo la realidad, y abre panoramas apasionantes. No podía ser de otro modo desde la inspiración de san Josemaría, que escribió: “El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor”. En el caso del hogar, construye el amor.