Fiel a su cita anual, publica Andrés Trapiello un nuevo volumen de sus diarios, el número veintiuno. Los lectores habituales de estos diarios –a los que ha dado el título genérico de Salón de pasos perdidos– vuelven a encontrarse con las ya previsibles vicisitudes de su personaje protagonista: episodios domésticos y familiares, visitas al Rastro, conferencias y presentaciones de libros, lecturas y artículos, las periódicas estancias en Las Viñas, ataques de hipocondría, la relación con sus hijos, encuentros inesperados, sus amigos…
En definitiva, esa atmósfera vital que precisamente buscan sus lectores, pues a estas alturas no se leen estos diarios para encontrar sorpresivas revelaciones ni grandes aventuras. Lo que se desea es reencontrarse con ese escritor-personaje que es capaz de convertir en literatura su propia vida.
“Escribir como se vive”, dice Trapiello casi al final de estos diarios. Y puede ser un buen resumen de su ya monumental empresa literaria: “relatar la vida de una manera más o menos curiosa, sin destruir las sombras, y al revés, ocuparse de las sombras, llegado el caso, sin destruir la luz a cuyo lado existen”. De todo un poco o todo a la vez.
Esto lo hace –y es lo que me parece más destacable– con una polivalente calidad literaria: en los diarios aparecen –unidos por el carácter de su protagonista– todos los registros literarios posibles: momentos líricos, prosa cotidiana, descripciones prolijas, reflexiones íntimas, aforismos, crítica literaria, observaciones agudas e ingeniosas, comentarios mordaces, mucho sentido del humor… Desde el punto de vista literario, Trapiello saca el máximo partido al multiforme género diarístico. Sin lugar a dudas, es ya una indiscutible referencia en este género.
Hay páginas memorables como las relativas a su estancia en el Congreso de Colombia, uno de los platos fuertes de este volumen, donde vuelve a demostrar su capacidad de observación –a veces, mordaz– para sacar partido a los actos oficiales, recepciones, comidas y eventos a los que asiste. También me han parecido muy brillantes las páginas que dedica a acompañar a su hijo fotógrafo a una capea en un pequeño pueblo extremeño de la España profunda.