Karl Jaspers (1886-1969) publicó este libro –que ahora aparece en la traducción clásica que Fernando Vela hizo para la Revista de Occidente en 1951, dos años después de la edición alemana– cuando la filosofía de la historia, que hasta entonces era una reflexión optimista sobre el progreso del hombre, se había dado de bruces contra la barbarie nazi. Si Hegel afirmó que había concluido el tiempo histórico justo en el momento en que Napoleón entraba en Jena, Jaspers, con más modestia y realismo, advirtió que el futuro estaba abierto, repleto de riesgos y posibilidades para el hombre.
Tomar conciencia de la historicidad del ser humano no era algo inusual para los pensadores llamados, con mayor o menos exactitud, existencialistas. Es precisamente esa experiencia de la temporalidad la que tensiona la vida del hombre: la dialéctica entre el pasado, el presente y el futuro constituye el marco adecuado para que el hombre se comprenda a sí mismo.
Este ensayo contiene valiosas y profundas intuiciones, y no ha envejecido; Jaspers, por ejemplo, explora la naturaleza contradictoria de Occidente y las amenazas de la civilización técnica. Ensayando un difícil equilibrio entre universalidad y pluralidad, reivindica la unidad de la historia y la copertenencia humana, y percibe, en la multiplicidad de culturas y tradiciones, cristalizaciones y concreciones dispares que emanan de una misma fuente: el ser espiritual del hombre.
Es además en este libro donde el pensador alemán dio a conocer su famosa idea de “tiempo-eje” o “edad axial”, una noción fecunda que en los últimos años ha sido retomada por otros pensadores, entre ellos Robert Bellah. Según Jaspers, en un momento de la historia –entre los años 800 y 200 a.C.: el período de Buda, Confucio, los primeros filósofos y profetas como Jeremías o Elías– el hombre tomó conciencia de sí y descubrió la trascendencia. Es un proceso que llama “espiritualización” y que le permite articular el sentido unitario de la historia.
El tiempo-eje no hace referencia a un hecho histórico ni es un dato cronológico; se refiere a la fuente de la que emanan las aspiraciones espirituales del hombre, aspiraciones en las que coinciden Occidente, China y la India. Jaspers imputa a ese mismo origen todos los logros y posibilidades desplegadas con posterioridad en el transcurso histórico e incluso cifra en el redescubrimiento u olvido del caudal espiritual del tiempo-eje la victoria o fracaso de las culturas posteriores.
El tiempo-eje opera en su interpretación histórica como un ideal normativo que constituye el origen de la historia, pero también indica la meta, la comunión de espíritus a la que presuntamente la humanidad se encamina. Para nuestra mirada, acostumbrada a la exactitud y la acumulación de datos pasados, las generalizaciones históricas que contiene este sesudo ensayo pueden resultarnos inverosímiles o poco “científicas”. Pero como filósofo, Jaspers pretende elevarse y establecer conexiones, interpretar los hechos y captar eso profundo y existencial que encubren los vericuetos que toma el curso de la historia.