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La sombra del nogal

EDITORIAL

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNSevilla (2017)

Nº PÁGINAS140 págs.

PRECIO PAPEL15,90 €

GÉNERO

El escritor Gabriel Insausti es habitual de géneros como la poesía, la narrativa, los diarios o el ensayo. Si bien La sombra del nogal se presenta al lector como un libro de narrativa breve, ya sus primeras páginas descubren la condición singular de esta obra, a medio camino entre el relato corto y la poesía. A pesar de su brevedad, no es un libro que pueda terminarse de una sentada: sus capítulos parecen reclamar una lectura serena, atenta a los pequeños detalles; una imaginación dispuesta a dejarse hechizar por una nevada inesperada, el repique de una campana, un balón de fútbol remendado o la quincalla de un anticuario. Por ello, tal vez el lector con gusto por la poesía será quien saboree mejor este libro.

El tono poético de La sombra del nogal nace de la mirada asombrada de sus protagonistas: unos niños, a veces tres y otras solo uno, hijos del narrador. Podría decirse que este asombro infantil es el detonante de una cadena de asombro compartido, presente en todos los relatos: el de los niños que da pie al del padre, que suscita finalmente el del lector. Aunque lo poético no excluye lo narrativo: cada uno de los capítulos recoge una pequeña historia o una anécdota, vivida por los niños –casi siempre acompañados por su padre– en sus correrías por la ciudad o los pueblos cercanos, y rematada por un pensamiento del padre-narrador, que saca punta a lo relatado y sugiere “como una lección más honda”, según dice al final de un relato.

Al mismo tiempo, los numerosos silencios que recorren esta obra hacen que el lector no sepa muy bien en qué tiempo acontecen los hechos, o en qué lugar. Las escenas descritas –la venta ambulante de pescado, el mercadillo, la recogida de endrinas o los cuentos del ermitaño– no pertenecen a una época concreta y, en este sentido, adquieren un regusto intemporal, al estilo de una fábula. Aunque hay algunos detalles significativos que dan a entender que la historia se sitúa en Pamplona y sus alrededores: las viejas murallas, el convento de carmelitas, la catedral, el Caballo Blanco, la ermita de Arnotegui; una Pamplona tan real como soñada, hogar de los pintorescos personajes que desfilan por estas páginas.

El paso de las estaciones jalona la narración y la dota de una cierta unidad. A su vez, esta es una obra fragmentada, donde unos relatos siguen a otros, al modo en que los recuerdos se agolpan en la memoria de un niño. Esta fragmentación hace que La sombra del nogal pueda leerse también como un inventario de personajes y estampas costumbristas, así como de palabras ya casi en desuso –helor, regato, ensalmo, canchales, corrala…– que el autor presenta con su cariño por un tiempo pasado: “El día azul, la torre de la catedral, el mundo entero podría copiarse y quedar guardado, como retenido en un espejo, ya tuyo para siempre. Y tú quieres mirarlo todo, llevártelo contigo. Si pudieses, irías haciendo acopio, completando el tesoro, en una réplica vaga de las cosas, pero resueltas en luz”.

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