Me contaron recientemente que cierta institución educativa envió a uno de sus profesores a informarse sobre los planes pedagógicos de algunos colegios señeros de Estados Unidos. En uno de ellos, el anfitrión le explicó que tenían tres objetivos fundamentales: que los alumnos leyeran bien, escribieran bien y hablaran bien en público, porque estaban convencidos de que esta era la mejor preparación para afrontar el futuro adecuadamente.
Probablemente, hay pocas actividades que generen tanto papel como las relacionadas con el Derecho: bufetes de abogados, juzgados, la administración pública, gestorías… Se trata de un lenguaje especializado, hasta tal punto que, para el profano en las cuestiones jurídicas, resulta muy poco atractivo, farragoso e incluso difícilmente comprensible. Sin embargo, por la trascendencia que tiene este tipo de escritos para la sociedad, sería muy deseable que se mejorara en claridad, precisión y calidad.
A esto puede contribuir sin duda este libro de Ricardo Jiménez, del que acaba de salir –cuatro años después de la primera– la segunda edición muy ampliada y revisada, en la que, entre otras mejoras, hay que destacar el capítulo quinto, “Lenguaje argumentativo”, indispensable, en mi opinión, para cualquier buen profesional del Derecho.
Libro claro, muy útil, por la abundancia de ejemplos y de ejercicios, que cuenta, además, con unos buenos índices que facilitan la consulta de dudas, etc. Los cuatro primeros capítulos tratan sobre cuestiones generales de ortografía, morfología, sintaxis, léxico, sobre la elaboración de frases… El quinto sirve de puente y los últimos versan sobre el estilo y la revisión, pero los ejemplos y el enfoque de todo el texto están pensados para el público al que se dirige. Ojalá lo conozcan y utilicen también, además de los juristas profesionales, los estudiantes de Derecho y de otras áreas relacionadas con las ciencias jurídicas, para que todos salgamos ganando.