El título del libro, La piadosa idea de Darwin, no está elegido como un simple reclamo publicitario. El subtítulo ya expresa su beligerancia con los dos bandos siempre en litigio: creacionistas y darwinistas. Lejos de tomar partido por uno u otro, el autor golpea fuerte y donde más duele a ambos, y pone de manifiesto en numerosos pasajes cómo, una vez más, los extremos se unen. Y en los extremos no está precisamente Darwin.
Cunningham es eficaz mostrando la manera en la que los creacionistas han caído prisioneros en la red cultural cientificista tejida por el materialismo ateo. No duda en acusar a los creacionistas de defender una propuesta que, como las materialistas, epistémicamente, es atea (aunque en este caso lo sea de manera implícita…
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