En la anterior novela de Javier Marías (Madrid, 1951), Los enamoramientos, era evidente el agotamiento de un modelo narrativo que había funcionado durante años. En su última obra, Así empieza lo malo, los síntomas vuelven a ser preocupantes. Para aliviar el vacío endogámico en el que se han instalado sus libros, recurre en esta ocasión a un argumento con más morbo, relacionado con la Guerra Civil española y sus consecuencias en unos personajes que transitan por la España de inicios de los 80, cuando todavía no se ha aprobado ley del divorcio, suceso que, para el narrador, el joven Juan de Vere, es una de las claves de las vidas y los hechos que va a describir.
Juan de Vere trabaja como secretario de Enrique Muriel, director de cine que vive un momento de agotamiento y decadencia. Sus labores se extienden más allá de las puramente burocráticas, y Juan acaba casi formando parte de una singular familia. Muriel tienen un trato despectivo hacia su mujer, la atrayente y neurótica Beatriz, madre de tres hijos, por quien Juan siente una atracción no solo sexual, pues está intrigado con su relación con su esposo y sus variadas amistades. Una de ellas es el doctor Van Vechten, sobre el que circulan una serie de bulos con mucha dinamita sobre su actuación en la Guerra Civil y en la posguerra.
Subyugado por este microcosmos, De Vere investiga sobre las alambicadas vidas de estos personajes, sobre su presente y la herencia y condena del pasado. En la novela ejerce de testigo y de espía de situaciones que pasan por el odio, el rencor, la mentira, los abusos, la justicia, el perdón y la constante sexualidad que impregna las relaciones de casi todos ellos. Muriel rechaza a su mujer, todavía muy atractiva, y esta coquetea de manera nada secreta con algunos amigos. El doctor Van Vechten esconde secretos ignominiosos.
Juan asiste perplejo a un deprimente espectáculo que transcurre en una España en la que todavía son muy evidentes las huellas de la dictadura. En su afán de ridiculizarla España, el narrador no desaprovecha oportunidad para lanzar críticas despectivas contra la Iglesia; incluso sitúa en un conocido santuario mariano de Madrid un escabroso e inverosímil episodio sexual. Más que en otras novelas, el sexo parece ser el eje de las vidas y las motivaciones de muchos de los personajes. El mundo interior de las criaturas de Marías es simple y elemental; transitan un mundo turbio, deliberadamente falso y complejo, en el que los sentimientos que las mueven pertenecen más al territorio de la ficción que a la propia vida.
La trama argumental no da mucho de sí, por más que la estire el autor con dosis de intriga mayor que la habitual en sus novelas y con reflexiones mareantes, divagaciones sobre divagaciones, sospechas pendientes de un hilo, diálogos extensísimos y huecos, anotaciones eruditas y culturalistas, vueltas y revueltas del pasado al presente y del presente al pasado, más divagaciones, más sospechas, más diálogos… La verborrea del narrador, formada por los ingredientes habituales de la prosa de Marías, de destacada calidad literaria, no ocultan un narcisista engolamiento, una autocomplaciencia estilística y una pedantería que empiezan a ser ya casi las señas de identidad más reconocibles de la prosa de Javier Marías.