Iván S. Turguénev (1818-1883) se estrenó en la novela con Rudin, publicada por entregas en 1856. Se trata de una perspicaz disección de tipos y ambientes, que lleva por título el nombre de su protagonista: un sabelotodo al que pierden las palabras, un idealista prendado de sus sueños que, a la hora de la verdad, se muestra incapaz de ponerlos en práctica.
Turguénev exhibe su maestría en la descripción sutil de unos sentimientos que prosperan en el marco de un pueblo minúsculo en el que todo el mundo se conoce. Como en sus Relatos de un cazador, que le granjearon fama unos años antes, el autor administra los recursos en un deslumbrante ejercicio de carpintería teatral, con abundantes diálogos que sondean la psicología de los personajes.
Y, para el recuerdo, queda la vuelta de tuerca final, un epílogo que el creador de Padres e hijos incorporó en todas las ediciones a partir de 1860, que ennoblece al personaje y le dota de una dimensión nueva, en la que la praxis revolucionaria ha batido al fin a la teoría.
NIDO DE NOBLES
Autor:
Iván S. Turguénev
Barcelona (2014).
256 págs.
19,50 €.
Traducción: Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella.
Tres años después, en 1859, vio la luz la segunda de las seis novelas de Turguénev: Nido de nobles. El Rudin de esta historia se llama Lavretski, otro de los “hombres superfluos” del autor, imbuido de los mejores sentimientos e ideas, pero anquilosado a la hora de materializarlos.
Nacido en el seno de una familia de la nobleza rural –hijo de un propietario y una sierva–, Lavretski, educado “a la espartana” por su caprichoso padre, se emancipa tras la muerte de este: anhela recuperar el tiempo perdido y se matricula en la universidad, pero no tarda en abandonar sus estudios por una mujer con la que se casa y recorre mundo. El matrimonio, sin embargo, naufraga por las veleidades de la esposa; y, cuando Lavretski regresa a su patria, es ya un hombre decepcionado, a quien solo la ternura de su sobrina, Liza, una muchacha espiritual, inocente y honesta, puede salvar del marasmo.
A través de una serie de breves capítulos, Turguénev traza el retrato de un hombre que persigue la felicidad igual que el burro la zanahoria que el amo le ha puesto frente al hocico. El autor reflexiona sobre los errores de la juventud, que se propagan hasta la edad madura, y sobre el peso de la herencia, que se diría siempre más fuerte que el libre albedrío.
Nido de nobles testimonia de nuevo el lirismo de un autor que dibujó como nadie los campos, la niebla o el cielo de su tierra. Turguénev pone en danza las ideas más acuciantes de su tiempo –mediados del siglo XIX–, a través de los proyectos de Panshin, un petimetre que pretende a Liza, para impulsar a ese gigante con pies de barro que era Rusia.