Podría decirse que Emilio Lledó amplía la definición aristotélica y entiende al hombre como un ser que no solo habla, sino que dialoga y recuerda. Porque es capaz de iniciar conversaciones con sus semejantes, pero gracias a la escritura posee un auditorio infinito; habla, pues, con las generaciones que le precedieron y dejaron su voz en los libros; con futuros lectores y, finalmente, habla consigo mismo.
No es extraño que, con estas premisas, la cultura sea vista por Lledó como una forma de “conservar la memoria”, sin que eso suponga aceptar sin crítica todos sus legados. Por un lado, la cultura se refiere –señala recordando a los clásicos– al cultivo de lo humano, de modo que es evidente su continuidad con la naturaleza. La naturaleza huma…
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